40 ESCRITORES VASCOS HABLAN DE DIOS

INTRODUCCIÓN

En los años 2007 y 2008, por una serie de circunstancias más bien fortuitas, se publicaron tres libros que constituyen una considerable novedad en el mundo cultural y editorial euskaldun, máxime si tenemos en cuenta que han sido editados por tres de las principales editoriales “laicas” del País Vasco: Alberdania, Elkar y Pamiela. ¿Por qué una novedad? Porque son tres libros sobre Dios, y porque no todo lo que se escribe sobre Dios es novedad. Los presento brevemente a modo de introducción a estas páginas.

En primer lugar: Joxe Arregi, Jainkoaz galdezka. 40 euskal idazleren erantzunak (Alberdania): respuestas por escrito de 40 escritores vascos actuales a cinco preguntas acerca de Dios, preguntas que yo les propuse en vistas a mi trabajo dentro del proyecto de investigación sobre el que giran estas Jornadas.

Esta iniciativa un cuestionario a los escritores acerca de Dios interesó a la editorial Elkar y nos propuso a Edorta Jiménez, conocido escritor y “ateo confeso” por un lado y a mí mismo por otro, mantener un debate sobre Dios para publicarlo luego como libro. Ambos aceptamos el envite yo lo hice con bastante miedo y de ahí salió el segundo libro: Joxe Arregi – Edorta Jimenez, Jainkorik bai ala ez? Erlijioari buruz eztabaidan (Elkar): es la transcripción del debate oral de dos días sobre Dios y las grandes cuestiones religiosas.

Una de las escritoras que respondió a mis preguntas sobre Dios fue la poeta Tere Irastortza (Zaldibia, 1961), y lo hizo ¡en 70 páginas! Le dije que sería imposible publicarlo entero, y me respondió que no importaba, que el tema le interesaba y que ella lo publicaría más tarde. Y así lo hizo a finales del 2008. El libro se titula Izendaezinaz (Pamiela, Iruñea), “El Innombrable”, y es una prolongación y remodelación del texto escrito un año antes. Dios es innombrable, y la pregunta por él nos sitúa ante lo indecible, “y ante lo que no se ha dicho…, ante nuestros límites, nuestras impotencias, deseos y posibilidades: nos sitúa ante lo que la sociedad acepta, y en huída de un sistema que nos resulta demasiado plano y cerrado” (p. 15). “Dios” es indecible, pero a Irastortza le interesa lo que nuestros antepasados quisieron decir al hablar de “Dios” (sea lo que fuere), para poder eliminar todo aquello que fuera nocivo, también para recuperar aquello que tal vez fuera benéfico: “cuando olvidamos y en el momento en que callamos lo que en otros tiempos se ha dicho y creído, olvidamos algunas verdades y creencias que en aquel tiempo no se podían decir; y no caemos en la cuenta de que, en todo aquello que no tomamos en cuenta pensando que el pasado es inmutable, podemos llegar, sin darnos cuenta, a repetir el pasado” (p. 17)). “En el lenguaje podemos hallar aún las huellas de lo que hemos sido, las huellas de lo que hemos querido ser, las huellas de lo que no hemos podido ser” (p. 17). También, ¿por qué no?, en el lenguaje acerca de Dios. Yo diría que sobre todo en el lenguaje acerca de Dios.

Todavía cabría mencionar otras dos obras: J. Gerediaga, Jainkoa harrapatzeko tranpa [Una trampa para atrapar Dios], Pamiela, Iruñea 2008; X. Montoia, Golgota, Elkar, Donostia 2008. Para el joven poeta Jon Gerediaga (Bilbao, 1975), los poemas son trampas para atrapar a “Dios” imposible sin embargo de atrapara, como lo eran para Oteiza los cromlech. Pero ¿qué es Dios? “La palabra Dios puede ser incómoda, pero es innegable que es una palabra-símbolo poderosa. No utilizo el término dios en un sentido cristiano o católico. Creo que cualquiera puede sentir alguna vez que el mundo está vivo, que el mundo respira, que hay algo que seguirá existiendo más allá de nuestra muerte y sin nosotros. Tal vez podemos decir “el ser” o “la vida” o “el absoluto” o términos similares para nombrar esa realidad innombrable. Para encerrar en la palabra la emoción que produce el sentir la realidad viviente, yo empleo la palabra dios, porque me resulta cercana, pero no tenía ninguna intención de convertir en cristiano, católico o religioso ese hálito sin nombre. Que cada uno nombre el milagro a su modo” (Entrevista en DEIA, 19-02-2008). En su novela Golgota, Xabier Montoia (Vitoria, 1955) narra de manera novelada la historia verídica, impresionante, de una religiosa que aún vive; la historia de su largo calvario en la posguerra española, y toda ella gira en torno a esta cuestión crucial: ¿Dios está con los vencedores, falangistas creyentes, que mataron a su padre “rojo” y a su hermana o con los vencidos, “rojos” increyentes? ¿Está con quienes ofenden en nombre de Dios la memoria del padre y de la hermana o con las víctimas ofendidas? En último término, ¿qué es Dios: memoria u olvido?

Estos cinco libros constituyen una considerable novedad en el mundo cultural y editorial euskaldun, máxime si tenemos en cuenta que han sido editados por tres de las principales editoriales “laicas” del País Vasco: Alberdania, Elkar y Pamiela. ¿Por qué una novedad? Porque son cinco libros sobre Dios, y porque no todo lo que se escribe sobre Dios es novedad. No hay datos para pensar que estas publicaciones vayan a ser el inicio de una nueva época en la historia de las relaciones entre la religión y la cultura vasca, pero, en cualquier caso, creo que ilustran un hecho importante: a los 50 años de la obra de Txillardegi, la religión es objeto de debate y de reflexión seria por parte de los escritores en euskara.

Mi exposición se va a centrar en la primera de las obras mencionadas. Me limito a seleccionar, ordenar y presentar muy escuetamente textos de algunos de estos escritores. Previamente, os presentaré un marco muy general de la relación entre cultura vasca y religión en los 50 últimos años.

1. DEL AÑO 1957 AL AÑO 2007

1957 es un año clave en la historia del País Vasco. En ese año publicó Txillardegi (José Luis Álvarez Enparantza) su novela Leturariaren egunkari ezkutua, que narra la andadura existencial de su protagonista Joseba Leturia, profundamente influenciado por la modernidad y por el ambiente existencialista de París, en marcado contraste con el ambiente tradicional de su pueblo vasco natal, Altzurain. En ese mismo año, entra en Euskaltzaindia Juan San Martín, socialista de Eibar y agnóstico; un año antes, unos jóvenes franciscanos (Iñaki Bastarrika, Iñaki Bereziartua, Fernando Mendizabal), estudiantes de teología en Arantzazu, crean la revista Jakin con el propósito de introducir el euskara en el campo de los diversos saberes y de abrir un espacio de diálogo entre intelectuales eclesiásticos y laicos; dos años después se funda ETA. Cuatro eventos cruciales que marcan el comienzo de una nueva época del País Vasco a nivel cultural, político, religioso. El año 1957 puede ser considerado el año emblemático de ese cambio epocal.

La obra de Txillardegi, Leturiaren egunkari ezkutua, refleja la crisis de una cultura cimentada en la religión católica, el agotamiento del control de la cultura por parte de la religión establecida, el término del monopolio de la institución religiosa en relación con el bien y la verdad. Refleja, en definitiva, el fin de una imagen secular o incluso milenaria de Dios. Leturia es testigo de la sima que se estaba abriendo entre la imagen tradicional de Dios y la cultura vasca moderna. Es testigo del “seísmo” que estaba sacudiendo los cimientos de la sociedad y de la cultura vasca tradicionales[1].

Los escritores vascos de hoy corroboran que el seísmo sigue aún repercutiendo y que la sima abierta sigue aún lejos de ser allanada. En su abrumadora mayoría, confirman aquel diagnóstico certero de Teilhard de Chardin en los años 50: “Indudablemente, por cierta razón oscura, alguna cosa no ‘funciona’ en nuestro tiempo entre el hombre y Dios, tal como se le presenta al hombre de hoy. Actualmente todo ocurre como si los hombres y las mujeres no tuviesen exactamente ante sí la figura de Dios que quieren adorar”[2].

Pero, ¿es que los escritores euskaldunes actuales quieren de verdad adorar a Dios? ¿Les interesa siquiera Dios? Habría que matizar mucho. Pero prestemos atención a esto que escribe Patxi Zubizarreta, joven autor gasteiztarra de adopción, muy religioso en su primera juventud y hoy agnóstico de corazón místico: “Tengo la impresión de que la religión es un tema tabú; también el sentimiento religioso. Pienso que estamos en una gran encrucijada, y que evitamos ese tema (…) Diría que los escritores sentimos una impotencia, que nos imponemos una especie de autocensura. Y es extraño, pues diría que hay dos cuestiones principales: la religión y el sexo”[3].

Creo que Zubizarreta enuncia los términos decisivos: encrucijada, tabú, impotencia, autocensura. Hoy como ayer, la cuestión de Dios es ineludible en cuanto cuestión acerca de la pregunta última y de la Realidad primera. Dios interesa, pero nuestras imágenes tradicionales, en buena medida, ya no interesan, a no ser por lo absurdas o peligrosas que son[4]. O ya no valen. No valen para quienes abandonaron la fe en aquel Dios, ni para quienes han debido peregrinar en busca de otro Dios, ni para quienes su búsqueda espiritual les ha conducido al lejano Oriente en dirección inversa a los magos del Evangelio, ni para la generación joven que ha crecido sin ningún tipo de fe explícita en Dios, ni para el creciente número de aquellos que no saben si decirse creyentes o increyentes y que llamamos agnósticos.

Y vuelvo a las fechas: Txillardegi publicó su novela en 1957, y los dos primeros libros a los que he hecho mención reflexiones de los escritores acerca de Dios y debate entre un creyente y un escritor ateo han salido a la luz en el 2007, es decir, justo a los 50 años de Leturiaren egunkari ezkutua. Es una feliz efemérides, en la que no reparé sino después de la publicación de ambos libros.

2. ¿EN QUÉ DIOS CREEN LOS QUE NO CREEN?

¿Pero es que creen en algún Dios los que no creen? Pues tal vez sí. Tal vez creen incluso más en Dios los que lo niegan que los que dicen creer. Estoy convencido de que nos pueden enseñar e inspirar más que la inmensa mayoría de los teólogos de oficio y sus libros. Nos enseñan en qué Dios no debemos creer y nos inspiran al Dios en el que es bueno creer.

En este primer apartado, recojo los testimonios de cuatro autores: dos hombres y dos mujeres, por orden alfabético. En primer lugar, PAKO ARISTI (Azpeitia, 1963), ateo confeso también él, pero espero que este “pero” no sea tan desafortunado como otro que luego encontraremos fiel organista de la parroquia de Urrestilla (un barrio de Azpeitia). En los últimos 25 años, dice, no ha pensado en Dios, pero está abierto al misterio. “No tengo dogmas, no tengo doctrina, no tengo verdades absolutas. La vida es un misterio, y la actitud más digna que cabe ante el misterio es estar abierto, con el corazón abierto, con la mente abierta, con los oídos abiertos, con el entendimiento abierto. Muchas veces también es necesario estar en silencio, o sumergirse en el misterio sin hacerse muchas preguntas. El viaje de inmersión trae a menudo consigo las respuestas, y esas respuestas aparecen a menudo en el fondo de sí, silenciosamente, pero plenamente. No me gustan las filosofías cerradas, no me gustan los dogmas religiosos” (p. 45)[5]. “Misterio” es la palabra más repetida. “Estar abierto al misterio”: ¿no consiste en eso la fe?

En cuanto a la pregunta sobre dónde se manifiesta Dios, Aristi afirma: “Dios, o esa presencia que yo definiría como fuerza de justicia en favor de la vida, puede ser percibida en muchos lugares, se siente en el rostro de muchas personas, se ve claramente en muchas situaciones, en acontecimientos raros de la vida, pero también en acontecimientos normales, en la naturaleza, en aquel en quien menos pensamos… En la gente que está atenta a las cosas que son importantes y esenciales en la vida, a menudo se percibe la señal de una presencia eterna; también puede percibirse en la gente dispuesta a perder algo por lo que cree, o en otras muchas personas. ¿Dónde está dios? La pregunta está mal planteada. Deberíamos preguntar: ¿Dónde no está dios? O también: ¿Por qué no está dios en esa gente, en esta sociedad, en este país? Será porque algo ha ahuyentado a dios. Denunciemos quién o qué es lo que ha alejado a dios, en vez de condenar a quienes no creen en ese falso dios”. (Uno se acuerda de las preguntas que aquel loco, muy cuerdo, de la Gaya Ciencia de Nietzsche lanza a la gente reunida en el mercado).

Bien pudiera suceder que uno de los lugares donde menos se le manifiesta Dios a P. Aristi sean las misas en las que toca el órgano y anima el canto, debido a lo obsoleto del lenguaje y a la rutina vacía de los ritos. De todos modos, la cuestión religiosa está para él íntimamente ligada a la cuestión de la vida después de la muerte. “Dios” no le dice nada, pero cree en la eternidad de la vida. “Hasta hace poco pensaba que la muerte era como cuando se apaga una bombilla, como un simple ‘se ha apagado y se acabó’. En estos últimos años, y a consecuencia de algunos sucesos que han tenido lugar en mi vida privada, he empezado a sospechar, a reflexionar, que puede haber algo así como una trascendencia, pero este sentimiento mío no lo ligo directamente con dios. Al fin y al cabo, las palabras no son sino una especie de categorías que damos a nuestros sentimientos y pensamientos; uno dirá ‘sentimiento religioso’, otro dirá ‘dios’, otro dirá ‘eternidad de la naturaleza’, otro ‘vida eterna’. La palabra ‘dios’ está para mí totalmente desvalorizada, pero desde hace tiempo me ronda la sospecha de que la existencia es eterna”. Yo me pregunto: ¿qué nos está diciendo alguien que nos dice no creer en Dios, pero sí en una “especie de trascendencia” o en la eternidad de la existencia o de la vida o de la naturaleza?

Paso a ITXARO BORDA. Nacida en Bayona en 1959 y criada en una aldea rural de Baja Navarra, es una poeta de enorme fuerza. También Borda afirma taxativamente que Dios no es nada para ella. Pero enseguida matiza: “No al menos aquel fantasma que conocí en la iglesia en mi infancia” (p. 72). Rompió muy pronto con aquella religión y con toda práctica religiosa. Pero pervive en ella un fuerte sentimiento de trascendencia, que se despierta lo mismo ante un paisaje hermoso que ante una persona desconsolada. Y también cuando, con ocasión del funeral de algún familiar próximo, vuelve a escuchar algún canto de iglesia de su infancia. “Cuando muere alguien del pueblo o de la familia padre o madre, entonces me vuelve a la mente la idea de que hay algo para aliviar la tristeza, para sostenerme. Cuando, de lo hondo de la pena, entre lágrimas, cantamos Zerua, zerua, zerua saritzat [El cielo, el cielo, el cielo como premio], me siento tocada en lo más profundo. Algunas veces. La semana pasada volví de recorrer durante diez días una ruta de montaña del GR 10 y, sin darme cuenta, al cruzar una iglesia o antes de emprender una dura cuesta, hacía una oración, tal vez a dios, para que me ayudara a pasar la cumbre lo mejor posible. Después de conseguirlo, sorprendía a mi espíritu dando gracias” (p. 72).

Y cuando se le pregunta en qué Dios cree, si cree, de pronto deja fluir todo el sentimiento y toda la poesía que lleva dentro, y es como si Dios ella lo escribe en minúscula manara de ella en chorros de ternura y de belleza: “Mi dios, si existe, existe en cada uno, sería un poco animista: se encuentra en todo, en la hoja leve sacudida por el viento, en la dura cuesta que sube al Larrún, en la nieve que cubre Arantzazu, en un rostro que sufre, en el corazón de una mujer amada por otra mujer, en medio de una noche lluviosa, en alguien perdido que no se atreve a preguntar por el camino, en la desesperación inmensa, en la mirada de alguien al borde del muro a punto de caer, en el pico del mochuelo que oímos aullar, en las alas blancas y negras de las cigüeñas que se ven en Larrain. Mi dios lleva el nombre de la vida real. Puede ser la bondad y la belleza. La proximidad tierna para con el otro, aunque sea desconocido. Quizás también el que habla en el Sermón de la Montaña de Mateo. Mi dios no puede ser representado. No tiene eternidad. Es un compañero de viaje sin rostro. No es más que la voz del interlocutor que me responde cuando derivamos en monólogos. Dios está en mí y, cuando hago algo bueno, soy dios. Lo digo sin altanería” (p. 73). Espléndido.

Cuando se le pregunta dónde se manifiesta Dios, responde: “De manifestarse, se manifiesta en mi responsabilidad y libertad personal, en los pobres pasos que doy, en mis empeños contra el mundo consumista y el poder, cuando niego la violencia y prefiero la dulzura, la humildad y el silencio. Ese dios no me hace ganador, pero me da igual, no estoy en la tierra para ganar, sino solamente para vivir” (p. 73).

Cito en tercer lugar al joven donostiarra HARKAITZ CANO (Lasarte, 1975), escritor muy dotado y merecidamente reconocido. No cree en Dios, afirma, se le entienda como se le entienda. Pero no se puede decir que esté perfectamente instalado en la no-fe. La increencia no es para él una situación más cómoda que la fe para el creyente. La no-fe no es menos frágil que la fe: “Quisiéramos creer que existe algo más allá de lo que tenemos y vemos (de nuevo nos persigue la misma palabra: algo, algo, algo…). Pero nuestra sospecha es que no hay nada. ¿Ésa será nuestra tragedia? ¿Por eso es quizás que nos empeñamos en inventar algo? Inventar algo haciendo o inventar algo a la contra, deshaciendo. Inventamos. Reunimos las huellas de lo que otro ha inventado, y nosotros queremos dejar nuestras propias huellas. Vivimos como momentos epifánicos y tratamos de retener el aroma de la hierba verde o el del pan recién cocido, el hermoso solo del pianista. Epifánico. Utilizamos tales palabras aunque no tengamos fe. Pero tampoco somos tan ingenuos: sabemos que es en vano. Nuestras huellas en la arena duran poco. Mientras tanto, nos divertimos como mejor podemos. Riendo o sonriendo [irribarrez edo irri barez]. Y nada más. ¿Nada más? Sí, quizás hay algo más: nuestra permanente obstinación en buscar el lado más fresco de la almohada” (pp. 80-81).

Esta referencia a la parte más fresca de la almohada puede parecer una banalización de la cuestión de Dios, pero no creo que lo sea. ¿No es “Dios” ese otro lado mejor que buscamos en todo? El ser humano, en su fragilidad, tiene la maravillosa facultad de desear y de percibir en todo epifanías del más allá.

Y para terminar este apartado, un texto de LAURA MINTEGI (Estella 1955), natural de Estella-Lizarra y euskaldunberri; de muy joven quiso apostatar, pero renunció para poder matricularse en la Universidad de Deusto. Tomo este párrafo de su respuesta a la pregunta sobre en qué Dios cree, si cree: “Para ser exacta, debo decir que no creo en ningún dios, pero sí creo en el poder que tiene la persona de salir del agujero, en la fuerza de la fe, en la potencialidad de la valentía subjetiva. Creo en el deseo, y en la energía del deseo. Creo en el sujeto, creo en la colectividad, en el poder que puede ser generado por la comunión, y en que los buenos sentimientos y la generosidad pueden transformar en río a quienes no son más que gotas sueltas. Creo que la bondad puede ser contagiosa, y que la actitud positiva genera positividad. Creo que la confianza dada al prójimo se recoge de nuevo multiplicada, que para recoger respeto hay que ofrecer respeto. Creo que no hay garantía, y que hay que apostar constantemente; hay que dar y dar una y otra vez, sin saber si se va recoger o no. Creo en la fuerza transformadora del amor. Creo en el futuro, en el mañana, en los posibles. Creo en la ingenuidad mantenida contra todas las evidencias, creo en la segunda oportunidad, creo en el optimismo y la paciencia de Sísifo. Creo que el bien trae bien, y la desconfianza no trae más que desconfianza” (pp. 174-175).

¿Qué diremos ante esto? Laura Mintegi no cree en Dios, pero cree en todo lo fundamental que Dios es para los creyentes. El que cree en la bondad, el amor y en un futuro siempre nuevo ¿no cree en Dios? El que no cree en la bondad, el amor y el futuro, ése ciertamente no cree en Dios.

3. ¿EN QUE DIOS NO CREEN NI LOS QUE CREEN?

Si es posible que los no creyentes crean en Dios negando nuestras creencias, imágenes y categorías, eso significa que las creencias, imágenes y categorías no son lo sustancial de la fe y pueden ser incluso un gran obstáculo para la fe. Y sucede de hecho que muchos creyentes sólo pueden creer en Dios negando las imágenes y las categorías tradicionales de Dios. He aquí unos testimonios claros.

PELLO AÑORGA (Oiartzun, 1956), conocido escritor de cuentos y cuentacuentos de profesión, profundamente cristiano y místico, habla del dios legislador, justiciero, caprichoso y egocéntrico que le inculcaron y nos inculcaron hasta los tuétanos: “Un Dios así me provoca dolor de corazón, y me produce retortijones de estómago. Primero me produce aflicción, luego desolación y al final irritación [mindura, tristura, erredura]. ¡Qué Dios más miserable: tan caprichoso como infantil, por no decir egocéntrico! Un Dios así, en vez de ofrecerme escucha, me ofrece sordera; en vez de ofrecerme visión, me ofrece ceguera; en vez de ofrecerme una mano abierta, me ofrece una mano cerrada (es decir, un puño). Un Dios así ofrece pan duro en vez de pan tierno; vino avinagrado, en vez de buen vino; sal gruesa, en vez de sal fina; agua tibia y putrefacta en vez de agua viva y fresca. Por eso, no es nada extraño que a un Dios así el único que nos han enseñado, desgraciadamente, la mayoría de la gente le mire con recelo, desprecio y odio” (p. 30). Tuvo que alejarse de ese Dios. Las tradiciones “indígenas”, la espiritualidad oriental (budismo, taoísmo), la mística sufí y la relectura de la Biblia le han permitido descubrir a otro Dios que merece ese nombre, el compañero de la vida que hace feliz.

PATXI EZKIAGA (Legorreta, 1943), Hermano de la Salle y gran poeta, escribe: “No creo en un dios que da prioridad absoluta a una ortodoxia totalmente ligada a un gnosticismo, a la teología-filosofía” (p. 108). “No creo en un dios entendido como fórmula de seguridad” (p. 109). “No creo en un dios fascinado por la belleza de la riqueza y del poder, según los modelos de la Aldea Global” (p. 109). “No puedo creer en una fe que trapichea con Dios” (p. 110). Ezkiaga no cree, por ejemplo, en un Dios a quien se recurre como garantía de supervivencia después de la muerte, o como medio para conocer el futuro.

JOAN MARI IRIGOIEN (Alza, 1948) por cierto, amigo íntimo de Patxi Ezkiaga es uno de los escritores euskaldunes que más venden. Y es rebelde y profundamente contemplativo. Escribe: “No creo en el Dios de Bush, y no creo en el Dios típico-tópico del antiguo testamento: un Dios tan celoso como vengativo, que nos vigila por el ojo de un triángulo y convierte el dedo índice en dedo acusador, presto a distribuir purgatorios e infiernos. Pues no creo en el Dios de los muros. Es más: no creo en ninguna definición acerca de Dios, pues cada definición no es más que un muro que nos separa a nosotros de los otros. Y Dios, o lo es para todos o no lo es para nadie” (p. 139).

Dios es para él “un proceso de búsqueda más que una creencia” (p. 142). Y nos dice que, en su búsqueda personal, recorre simultáneamente dos caminos: el camino cristiano y el camino de las filosofías místicas orientales, sobre todo el Zen. Y el encuentro con Dios no es el final de la búsqueda, sino la inmersión en el misterio siempre más hondo, “lejos de las ilusiones y de los adornos del ego, en un esfuerzo permanente de desnudamiento, en el límite del silencio”.

Oigamos también el testimonio de XABIER LETE (Oiartzun, 1944), cuya voz y cuyas letras han inspirado a toda una generación, la nuestra. Su trayectoria vital es paradigmática. Tras muchos años de alejamiento de la práctica religiosa y de la Iglesia, el sufrimiento y la belleza le han llevado a una profunda experiencia de Dios no exenta de dudas y cuestionamientos. Pero no cree en aquel Dios en el que dejó de creer en su juventud. “No creo en el Dios de los dogmáticos, tampoco en los que, partiendo de los mandamientos de ese Dios, proclaman sin cesar normas morales para una meritocracia, sobre todo cuando oponen la razón y la fe. Eso no quiere decir que proclamo, desde la irresponsabilidad, un mero Dios poético o metafórico. Yahvé dio diez mandamientos en el Sinaí, es verdad, pero no concretó las casuísticas correspondientes al cumplimiento de esos mandamientos. Por lo tanto, los mandamientos están ahí, pero también está ahí la razón humana, para pensar y regular las maneras de desarrollar la voluntad de Dios. Y luego, además, está Cristo, Jesús de Nazaret, y su enseñanza. Todo el evangelio es un anuncio lleno de humanidad en contra de normas estrictas, poniendo el espíritu por encima de las palabras y de las normas: Vosotros decís que no hay que trabajar en sábado, pero si a cualquiera de vosotros se le cayera una oveja al pozo, ¿no correríais a sacarla?… Decís que hay que lapidar a la mujer sorprendida en adulterio; por lo tanto, que aquel de vosotros que no tuviera pecado le arroje la primera piedra” (p. 166).

4. UNA FIGURA EN AUGE: EL AGNÓSTICO

Son cada vez más numerosos y son mayoría los escritores que se reconocen “agnósticos”: no saben si creen o no en “Dios”. Depende de lo que se entienda por Dios. Pero ¿puede saberse a ciencia cierta lo que se entiende por “Dios”? Unos lo añoran, otros lo ignoran. Unos lo aman, otros lo temen. Unos lo invocan, otros lo olvidan. ¿Se refieren todos al mismo Dios? Es más que dudoso. Y es comprensible que, al ponerse a pensar sobre “Dios”, muchos acaben no sabiendo qué es, o no sabiendo si creen o no en él. ¿Sabemos los que nos confesamos creyentes en qué “Dios” creemos exactamente cuando decimos creer y, por consiguiente, sabemos con exactitud si creemos realmente en Dios? ¿No es también toda fe verdadera en cierto modo agnóstica? ¿No han sido todos los místicos en algún modo agnósticos? En cualquier caso, la cuestión acerca de Dios difícilmente puede resolverse en afirmaciones perentorias y unívocas del tipo: “Dios existe” / “Dios no existe”.

Y los sociólogos de la religión son unánimes al respecto: se va estrechando el campo de la afirmación y va creciendo el campo de la pregunta. No sólo va disminuyendo el número de los creyentes sin fisura, sino también el de los ateos sin fisura. Aumenta el número de los creyentes con dudas creyentes críticos y de los increyentes con dudas agnósticos. La duda es el terreno común de encuentro.

JOXE AZURMENDI (Zegama, 1941), tal vez el pensador euskaldun más fecundo, es un claro prototipo de agnóstico. “Dios” es para él el sentido de la vida. Pero sucede que el sentido es diferente para cada persona y que sus narraciones son múltiples. Y sucede que no poseemos más que fragmentos de sentido siempre provisionales. “Dios” sería, pues, el nombre de lo que todos buscamos y nadie conoce. Escribe: “Tengo unas tradiciones que me son más estimadas (San Francisco), sentidos del mundo que son más míos, pero tendría que reconocer que no llego a tener un sentido absoluto, y una esperanza absoluta. Lo que queda es un Dios sentido fragmentado, como trozos de Dios. Es decir: una guerra, un amanecer, unos niños muriéndose de hambre, el trabajo…: el sentido te habla de todas partes, preguntando, sugiriendo. No es que falte la llamada del sentido (la voz de Dios, si quieres). Pero un sentido pleno, un mito del todo, yo no lo tengo; eso se rompió hace tiempo, si alguna vez lo tuve. Mi interior está lleno de contradicciones, y no es solamente que soy incapaz de decidir, sino que ni tan siquiera veo qué es lo que debiera decidir. Como cuentan que se halla el alma de Garibay, ni para arriba ni para abajo. Al final, es cuestión de decisión: pero entregarme absolutamente a esas llamadas en la manera de un sentido concreto, eso no lo puedo hacer…” (pp. 68-69).

Pero eso sí, Azurmendi cree en las pobres gentes que creen en Dios, y ésa es quizá su manera de creer en Dios. “No me considero increyente. Diría que, de algún modo, creo en los que creen. Y creo en la gente pobre que ha ido de peregrino a Arantzazu. Creo en el esclavo que, en gratitud, ha escrito su nombre en la pared de Delfos. Y pienso que ésa puede ser tal vez para algunos de nosotros la manera de ser creyente, entendiendo a Dios como hoy se le entiende” (p. 69).

Quiero subrayar aquí el testimonio de JUAN KRUZ IGERABIDE (Aduna, 1956), un pensador que hace pensar, que maneja magistralmente la sentencia, la paradoja y la ironía. Cabe aplicarle el calificativo de agnóstico, aunque a él no le gusta. Eso sí, es un pensador místico. ¿Qué es Dios para él? “Para algunos, dios es la respuesta total; para otros, es pura pregunta; para otros, nada. Yo estoy ahí en medio: en la pregunta. A eso algunos le han llamado agnosticismo; yo no; prefiero llamarlo ‘el deseo de ver del ciego’. Claro, esas respuestas se prestan a una fácil ironía, pero también la ironía es un modo de despertar. La respuesta de la ciencia nos deja ante un muro; la pregunta sobre Dios nos lleva a saltar más allá del muro: ¿al vacío?, ¿a la absoluta plenitud? Depende de la experiencia mística que haya tenido el que se ha atrevido” (pp. 126-127).

Entre los agnósticos místicos se cuenta ciertamente FELIPE JUARISTI (Azkoitia, 1957), narrador y sobre todo poeta, azkoitiarra. El dolor y la tristeza le hacen dudar de Dios, tanto como la belleza y la paz le hablan de él. “No, no creo que el hombre sea Dios. Pero no sé qué o quién es Dios. No me atrevo a decir que no exista. Cuando estoy en el monte, acompañado de murmullos, el cielo arriba, el corazón en paz, soy incapaz de decir que Dios no existe. Pero viendo los dolores y trabajos, las desgracias y tristezas del mundo, no me atrevo a decir que existe (…). Más que creer, comprendería a un Dios que tranquiliza el interior con soglo dirigirse y sólo por dirigirse a él en la desgracia. Querría creer en el Dios de las oraciones, si tuviera la costumbre de orar. En definitiva, en el Dios que puede aportar consuelo en la enfermedad, la tristeza, la fragilidad. Ése es el Dios que me gusta, pero para otros. De serlo alguna vez, me parece que [Dios] lo sería en esas situaciones… A ese Dios lo necesita mucha gente: porque vive sola, porque vive mal, porque vive triste… Yo querría un Dios alegre, un Dios del gozo… Un Dios que en alguna parte ríe, con una risa buena. Que ríe de nuestro orgullo, de nuestra ambición, de nuestra vanidad, de nuestra vana pretensión… Me parece que ríe porque todas esas cosas son vanas, son polvo que lleva el viento. Porque el ser humano, siendo grande, es pequeño, alguien grande que cualquier insecto puede matar” (pp. 156-157).

Un agnosticismo más intelectual es el de ÁNJEL LERTXUNDI (Orio, 1948), uno de los grandes de la literatura euskaldun, extraordinariamente culto. Escribe: “¿Una negación sin fisuras posee la misma estructura que una fe sin fisuras? No lo sé. He aquí lo que sé. Es seguro que yo existo, que el prójimo existe. La existencia del ser humano es en sí misma un misterio, y ese misterio me interesa. El ser humano, por otro lado, es con el otro, es en el mundo, es en la historia, y la presencia misteriosa del ser humano convierte también en misteriosos la sociedad, el mundo y la historia. El misterio lo forman las ausencias intuidas en el seno de una presencia. El misterio, para merecer tal nombre, necesita la ausencia y la presencia. No sé si ha sido para bien o para mal, pero esa conciencia la necesidad de reforzar las presencias con la certificación de las ausencias ha tenido mucho que ver en mi trayectoria tanto personal como literaria” (p. 161).

Cuenta Lertxundi que, en una mañana fría de invierno, se encontraba con unos amigos en el coro de una bella iglesia nueva creo que se refiere a Arantzazu, esperando al fraile guía. Están en silencio, y le viene a la memoria el verso de Claudio Rodríguez: “La luz viene siempre del cielo…”. Llega por fin el fraile y va desgranando sus explicaciones. De pronto, con toda ingenuidad, les comenta: “El arquitecto que diseñó la iglesia con tanta maestría no era creyente, pero tenía buen corazón…” Lertxundi apostilla: “Me molesta mucho ese proceder, tan arraigado, como si el ser creyente fuera garantía de bondad ontológica, ese ‘pero’ del fraile. El Extra Ecclesiam nulla salus que está tan arraigado y que, ingenua o intencionadamente, se manifiesta siempre con una compasión paternalista. Parecería que el ser creyente y la bondad son dos caras de la misma moneda. Parecería que, fuera de la fe, ‘tener muy buen corazón’ o amar la justicia o buscar la solidaridad son excepciones. A lo mejor sí, son excepciones. Pero no más excepcionales que entre los creyentes” (p. 162).

5. ALGUNAS METÁFORAS PARA EL INNOMBRABLE

Toda palabra es de algún modo metáfora, pues siempre nos remite más allá del mero objeto que designa. Metáfora ha de ser necesariamente toda palabra sobre Dios, pues Dios está más allá de cualquier objeto que podamos designar. Y nadie mejor que un escritor para inventar metáforas que abran al misterio de Dios siempre más grande y más íntimo. Desgrano aquí algunas de las metáforas espigadas a través de los textos de estos autores.

Para PAKO ARISTI, Dios es El eterno hálito de la vida (bizitzaren pilpira eternala). Y afirma: “Y cuando muera, alguien me dará protección y alimento, al igual que me dieron cuando nací” (p. 50).

Para HARKAITZ CANO, Dios es El narrador omnisciente. Un poco como el escritor es el narrador omnisciente de la historia que cuenta. “¿No es la tercera persona omnisciente una invención tan interesante como dios? Ambos son narradores ficticios llenos de encanto. Hay mucho que interpretar, claro está. Sean los temblores que nos rodean o los caprichos de los tiempos. Y aunque no entendamos nada, la interpretación es tal vez una manera de aliviar el dolor. Y escribir literatura no es más que una manera de interpretar” (p. 79). “Dios” sería, pues, ese narrador omnisciente que desde fuera conoce el origen, el destino y la trama oculta de esta nuestra historia misteriosa. ¿No será más bien el narrador cuya historia misteriosa constituye todo cuanto es y todo cuanto somos?

Para UNAI ELORRIAGA (Bilbao, 1973), Dios es Respeto. El joven autor de Algorta es agnóstico, pero escribe: “La imagen más bella de Dios sea quizás el respeto. Seguro que hay otras muchas, pero ahí es donde se resumen de la manera más admirable. Y aunque parece tan fácil, sin embargo lo convertimos en muy difícil” (p. 97).

Para JOAN MARI IRIGOIEN, Dios es Océano inmenso o simplemente Ola. No me resisto a trasladar aquí un párrafo en el que responde a la pregunta acerca de dónde se revela Dios. No es una metáfora, sino más bien una parábola: “Se revela en todas partes, y en ninguna. En la fiebre y en la música de Allegri. Pero no estoy tan seguro de lo que he dicho, ¡tan fácilmente se nos oculta lo que supuestamente se nos revela! Pero el otro día le llamé por teléfono, y me dijo que estaba en una casa de putas. Le dije que debía de haber una confusión: pues, de no haber confusión tenía que estar en casa de Rouco o del obispo Sebastián. Pero Él me dijo que no. Y me soltó de nuevo su discurso en favor de los publicanos y las putas. Al final, pues… ¿qué os voy a decir?, ¡se lo creí!” (p. 143)

Para PATZIKU PERURENA (Goizueta, 1959), no hay más Dios que todos y cada uno de los seres más ínfimos. Y la misma palabra es dios y es la mejor metáfora de Dios. “La palabra es dios, en este hermoso teatro de los seres humanos… La palabra es el arte más sencillo, el más universal, el más asombroso, y el más fatigoso. Y en la sociedad actual se percibe precisamente esa fatiga, esa falta evidente de carga poética. Y tal vez por eso mismo ha recurrido a nosotros Joxe Arregi, queriendo renovar a dios, queriendo fecundar y reavivar a la madre de todas las metáforas” (p. 191).

Para JUAN LUIS ZABALA (Azkoitia, 1963), Dios es Mirada, gesto y expresión cómplice de ternura. “De encontrar en alguna parte algo que pueda detentar el adjetivo ‘divino’, lo encuentro en las miradas, gestos y demás expresiones cómplices de ternura ocasionales que se dan entre las personas” (pp. 232-233). No conoce otro dios. Y añade: “Aunque pueda parecer sorprendente, las ermitas de los montes me parecen maravillosas. Al fin y al cabo, me parece que tienen eso que hay en las miradas, gestos y demás expresiones cómplices de ternura ocasionales que se dan entre las personas” (p. 233).

Para PATXI ZABALETA (Leitza, 1947), Dios es el Todo, la Realidad total. Uno de sus libros se titula precisamente Badena dena da, que se podría traducir como “Lo que es, es el Todo” o simplemente “El Todo es”. Eso es Dios para él. “Dios es el universo. Dios no es más que todo cuanto es ” (p. 241). Dios sería esa totalidad de la Realidad, de todo cuanto es.

Termino con un párrafo extraordinario de JON SARASÚA (Aretxabaleta, 1966), pensador, profesor de filosofía, bertsolari y escritor: “Si tuviera que poner unos sonidos diferentes de los términos recibidos, el término estaría dominado por la ‘o’, mecida por una ‘r’. Oro [todo, todos] Oro es para mí el vínculo de cuanto hay. Si a un lado y a otro del sonido mecedor le ponemos una ‘a’, me da también hara [¡he ahí!, ¡oh!, ¡mira!], que hace su aparición, con simplicidad, cuando caigo en la cuenta, cuando miro, cuando vivo, cuando abro los ojos. La ‘e’ me dice que es ere [también], múltiple en lo múltiple, incesante anulador de límites, que ironiza las clasificaciones, negaciones y fronteras religiosas, científicas y cósmicas que podemos pensar. Y el sonido más leve, la ‘i’ dice que te concierne a ti, juanito, a ti, cabeza, a ti, corazón, a ti, capullo de rosa más adentro que el corazón. Hara hiri ere oro. Hago isilago, zoro [He ahí a ti también todo. Guarda más silencio, tonto]” (p. 217).

Cuatro términos yuxtapuestos que no forman propiamente una frase gramatical no hay ningún verbo, pero sí una frase musical: hara hiri ere oro (“he ahí a ti también todo”). El ritmo y el sonido revelan tanto como las palabras por separado y juntas. Cuatro simples vocales meciéndose sobre una misma consonante, una sencilla r. Vocales oscilantes sobre una consonante líquida, formando un río de música y de danza. Vocales que juegan y abren horizontes de sentido inconcluso. Palabras que sugieren referentes más que significados, más allá de todo significado: admiración (hara), interpelación (hiri), trascendencia de todo límite (ere), el Todo sin límite (oro).

(Cuadernos de Teología 36 [2009], p. 105-120)

  1. En esos términos se expresaba Koldo Mitxelena en el magistral prólogo que escribió a la novela de Txillardegi. El sabio humanista de Rentería captó y plasmó perfectamente la trascendencia histórica de esta novela: todo un mundo que parecía inamovible se resquebraja y se viene abajo. La certeza sin fisuras deja paso a la duda sin límites.
  2. Teilhard de Chardin, Le coeur du problème, en Oeuvres V. L’avenir de l’homme, París 1969, p. 339.
  3. En una nota añadida a las respuestas al cuestionario acerca de Dios.
  4. Testigo de ello es, entre otros, Tere Irastortza.
  5. Las páginas que se señalan en el texto entre paréntesis se refieren a la obra antes mencionada: J. Arregi, Jainkoaz galdezka. 40 euskal idazleren erantzunak, Alberdania, Irun 2007.