A los detractores de mi nacimiento

Queridos amigos, queridas amigas:

Me llaman Javier y soy de Sevilla. Creo que nací hace un mes según vuestros calendarios tan exactos, aunque debo deciros que mis días y mis noches no transcurren según el ritmo de los vuestros, y tengo la impresión de que aún vivo más en la plácida eternidad que en vuestro estrecho tiempo. Cuando vi la luz, me hirió. Cuando me cortaron el cordón umbilical, me sentí morir. Pero unos pechos y unos brazos y unos ojos buenos de luz inmensa me devolvieron, ya de día, a aquella cálida, segura, noche materna, que brusca y violentamente se había interrumpido. Todavía me sigo preguntando qué es el día y qué la noche, qué es la vida y qué la muerte, por qué la gente corre tanto y qué tienen las palmeras tan quietas, tan bellas y silenciosas, por qué me gusta tanto el agua cuando me bañan y los labios cuando me besan.

Por si no tuviera bastante con ir respondiendo lentamente a estas cuestiones esenciales, me he visto de repente envuelto en una polémica como vosotros decís que no consigo entender y casi me corta mi frágil aliento. Ya conocéis muy desde fuera, claro está mi sencilla historia: tengo un hermano enfermo, y hay en lo más hondo de mí como un vago y cierto sentimiento de que he nacido para poder curarle. Cuando me cortaron el cordón umbilical, tuve la impresión de que aquella muerte era el remedio para alguien y la vida para mí, y pronto me sentí feliz.

Pero he aquí que ahora todo parece haberse torcido. Algunas declaraciones de gente importante y bien revestida se empeñan en convencerme de que no debía haber nacido. Si entiendo bien pues mi inteligencia es tan distinta de la vuestra como mi calendario de vuestro calendario, pero es que yo entiendo las cosas como la simple vida me da a entender, pues bien, si entiendo bien, se me reprocha haber nacido sin ser un fin en mí mismo, sino un “mero valor de utilidad”. Me ofenden quienes hablan así. Y tengo para mí que ofenden el buen sentido de la vida. Pues yo vengo tengo aún el recuerdo próximo y feliz, cada vez más borroso de un pequeño y maravilloso seno materno y también de un inmenso y eterno seno divino de todo cuanto es. Yo vengo del Misterio en quien todo es, vengo del Amor que es la raíz y el cimiento de todo ser, y os prometo que en ese Misterio no se distingue entre el para-sí y el para-otros. Él es el Misterio al que hace feliz ser para otros, hacer ser, hacer feliz, curar la vida y seguirla creando. Yo, pequeño Javier, soy hijo del amor y de la ciencia. En último término, soy hijo del Amor Sabio y del Amor Feliz, y yo también quiero ser feliz curando. Y lo mismo ha de valor para aquellos que nacieron para hacer felices a sus padres o para hacer feliz a alguien, como todos nacemos. Y de aquellos que nacieron sin ser queridos y que nunca serán felices, de ellos no sé qué decir sino que también lloro por ellos cuando lloro.

Me llegan también los ecos de otras censuras más dolorosas. Otros pequeños seres vivos como yo que llamáis embriones fueron descartados o murieron para que yo pudiera crecer y nacer y pudiera curar. Sí, en mi breve vida feliz, yo también arrastro ese deje de dolor. Pero no entiendo que por ello se ensañen con mis padres y conmigo. Ni entiendo que os enredéis tanto en disquisiciones acerca de si un embrión de tres días y de pocas células es persona humana o no. Ni llego a comprender esa obsesión por dilucidar si es persona o no, y ese cruel postulado de base según el cual si es persona humana ha de ser cuidado y, si no lo es, no importa lo que con él se haga. Así nos va en la Tierra ya pertenezco a ella y debo incluirme, por lo que puedo percibir con mis cinco sentidos. Yo os aseguro que, vistas las cosas como a un recién nacido le es dado ver desde lo más pequeño y desde lo más grande, esas distinciones pierden buena parte de relieve. Yo os aseguro que todos los seres somos hermanos, hermanas, y que todos vivimos de todos, y todos morimos para vivir. Y os aseguro que vuestra excesiva resistencia a la muerte no tiene sentido en el seno del Gran Viviente y de la Gran Comunión. Y, si mi argumento os merece algún crédito, yo os aseguro que los embriones que fueron descartados hubiesen aceptado gustosos su suerte para que yo creciera y naciera y pudiera curar a mi hermano.

Amigas, amigos: me da pereza y me entra el sueño al intuir que toda la vida tendremos que seguir deshaciendo malentendidos así. Pero yo ya puedo daros fe, desde mi experiencia primordial: todos los seres vivimos de todos los seres, y todos vivimos para todos. Dejadme vivir y curar tranquilo. Y creedme que, si todos ponemos cuidado y remedio, nada se perderá, nadie se perderá. Vuestro pequeño Javier.

(Publicado el 23 de octubre de 2008)