A mi hermano Juan

“Tengo el corazón herido”[1]. ¿Qué otra cosa podemos decir primero, qué otra cosa, mi desconsolada familia, mis queridos amigos? “Tengo el corazón herido”. Es un gran dolor, un terrible dolor que nos atenaza el aliento y la palabra. Y es lo primero que dice la palabra, herida.

Somos muchos, muchos, los que hemos sido golpeados y heridos en lo más hondo por la muerte de Juan. A ti, querida Marilu, te ha herido terriblemente: en una noche oscura has perdido a tu compañero amado, a aquel que durante treinta y tres años ha sido tu hombre, tu cuerpo y alma, y no sabes a dónde ir a buscarlo. ¿A dónde? Marilu, sé que ahora no lo puedes escuchar, no lo puedes aceptar, pero déjame que te diga: desciende, cuando puedas, al fondo de tu aliento y de tu amor, acude al recinto donde guardas tus recuerdos más hermosos, vete al rincón soleado de Egurrola, que tanto amabais los dos, vete a los prados y regatos de Gerrentzuri, vete a las raíces de la vida que siguen vivas, vete al cielo terrestre que hace vivir nuestras vidas y muertes, a la tierra divina que Juan sentía tan suya. Vete, busca la oculta fuente de la vida siguiendo las huellas de tu amor y tu dolor, y encuéntrate allí con tu amado, y quédate con él largamente, hasta que la paz alivie el dolor.

Os ha herido gravemente a vosotros, queridos sobrinos Alaitz y Leire y Jon. Habéis perdido los dulces y fuertes brazos de vuestro padre, y de repente habéis quedado sin rumbo, hijos del amor y huérfanos del amor. Pero dejadme que os diga: Mano con mano, corazón con corazón, levantad y recomponed juntos, recomponed con cariño la imagen rota de vuestro padre. Guardad vivo el recuerdo del padre, la herencia del padre, el gran corazón del padre, el ejemplo del padre. Prolongad y ensanchad la vida que habéis recibido del padre. Resucitad la vida mortal del padre. Vivid, y vuestro padre vivirá en vosotros, resurgiendo en vuestra alegría de vivir.

También estamos heridos todos nosotros, hermanas y hermanos, cuñados y cuñadas. Somos muchos, pero ni entre todos podemos cubrir el hueco de nuestro Juan. ¡Cuán heridos estamos, qué cruelmente heridos, qué tristes! Es bueno que dejemos a la palabra abatida expresar el dolor. Hace justo tres años que nuestro padre nos dejó huérfanos, pero más huérfanos aún quedamos ayer, como si se nos hubiera derrumbado una columna firme. Echaremos en falta la cercanía natural de Juan, su bondad contagiosa, sus arrebatos sin rastro de maldad, sus tan geniales ocurrencias, el alegre silbido que llenaba de bienestar el caserío y su contorno, mientras las ovejas balaban y el perro saltaba junto a él. ¿Quién llenará nuestro vacío? Dejadme que os diga: Nosotros lo llenaremos, bajando hasta el fondo de la pena. Entre todos llenaremos el vacío y, juntos de nuevo con Juan, seguiremos brindando a la bondad feliz alrededor de las cubas de la vida que no se agotarán.

Estás cruelmente herida tú, ama, en el momento en que habías llegado al tranquilo atardecer de tu larga vida, a ese hermoso otoño de tu vida tan fecunda. Estás herida por tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del amor. En una mañana triste, has perdido al que engendraste y diste vida en tu seno entre gozos y dolores; lo trajiste a este mundo desgarrando tus entrañas, y se te ha ido de este mundo desgarrando de nuevo tus entrañas –¡y con cuánto mayor desgarro!–. Se te ha ido el que te venía cada mañana y cada noche, y no sabes si volverá a venir. Pero déjanos decirte: Sí, ama, seguirá viniéndote cada mañana y cada noche. Recogeremos uno a uno todos los recuerdos tristes y uno a uno los consolaremos con nuestras pobres manos. El Dios padre-madre de la vida los irá consolando a través de las caricias de nuestras pobres manos. Sí, ama, la paz irá curando nuestra pena, la de todos, y nuestra vida, la de todos, seguirá adelante en el cálido regazo de Dios.

¡Oh Juan, nuestro querido Juan! Esta vez nos has dejado antes de tiempo, y más silencioso de lo que era habitual en ti: te dio una trombosis en la noche del martes, mientras trabajabas, y el jueves al mediodía ya eras cadáver. ¿Por qué tenías tanta prisa? A decir verdad, no nos extraña tanto: todo lo hiciste siempre antes de tiempo. A los seis años fuiste un joven fuerte, a los doce años fuiste un hombre, a los veinte años fuiste padre. Así lo hacías todo, y así es como has acabado tan pronto todas las tareas de tu vida. Has llegado joven a la cumbre de la vida, pero sin haber perdido la limpieza infantil de tus ojos. Y así te has ido, cuando estabas en plena forma, cuando eras más feliz. Siempre has vivido dando todo lo que tenías y te has ido así, dándolo todo. Y nada más morir, una vez más, has querido darlo todo: Has donado tu corazón, has donado todos tus órganos vitales, has donado incluso tus ojos. Alguien llevará, latiendo en su pecho, tu fuerte y suave corazón; alguien vivirá gracias a tus excelentes órganos vitales; alguien verá el mundo con tus hermosos ojos. Lo que se da se gana y tú lo has ganado todo, dándolo todo. ¡Enhorabuena, Juan! A nosotros nos sigue costando seguir tu ritmo, pero lo intentaremos. Sí, procuraremos seguir tu ejemplo. Y empezando hoy mismo, en este oscuro agujero de tristeza, celebraremos tu vida. Te coronaremos con la corona de la vida. “Aquél a quien se quiere, no muere”, nos ha dicho tu hija, y nosotros lo creemos. No hay más que mirar a la naturaleza: ya han florecido las flores de San José en las orillas de Luberri; ya canta la malviz en lo alto del haya de Zoldadi. Vives en la naturaleza, vives en nuestro corazón, vives en Dios.

¡Oh Dios, oh Tú, Dios de la vida, pálpito eterno de la vida! También Tú estás herido junto a nosotros, en nosotros, en todos los seres heridos. Estás herido pero no cesas de consolar, hasta que el amor lo consuele todo enteramente. Eres el Tú misterioso de todo , el Yo más íntimo de todo yo, el Nosotros universal de todo nosotros. Cuanto existe es en ti y Tú eres en cuanto existe. Y, aunque no sabemos cómo, nuestro Juan es en ti, ¿dónde si no? Esta es nuestra humilde y frágil fe. Es en ti: en la Vida, en la Paz, en el Cielo. ¡Sea sea en ti! ¡Sea en nosotros!

(Homilía en el funeral de mi hermano Juan, 19 de febrero de 2010, durante el tiempo de silencio impuesto. Inédito. Traducido del euskera)

  1. “Bihotzean min dut”: comienzo de un poema de Xabier Lizardi, cantado por Antton Balberde.