A Miren Jone Azurza

Hace meses que, debido a tu estado de salud, no he podido disfrutar conversando contigo. Pero todo lo que tuvieras que decir ya lo habías dicho con extensión y hondura. Déjame ahora que te honre con estas simples, conmovidas, palabras.

No eras grande físicamente, pero eras grande. No te has exhibido en los medios de comunicación, pero has sido una pionera. La simplicidad te ha vuelto más admirable.

En la inflexión que se produjo en la cultura vasca en los años 60 y 70, estuviste en primera fila: como mujer, como periodista, como creyente precursora. Fuiste directora (1969-1975) de la revista vasca propiedad de los Capuchinos Zeruko argia (“Luz del cielo”), en una época en la que la revista se encaminaba a perder el Cielo (Zerua) y quedarse hasta hoy solo como Argia (Luz), en aquellos tiempos tan fecundos como complicados en los que se estaban perdiendo para siempre “el cielo de arriba” y “el Dios del cielo” –pero no así el Misterio de la luz creadora–. Allí estuviste tú, Miren Jone, en el centro no siempre sereno del debate y de la transformación.

A los 90 años, cuando tus huesos y tu masa muscular mermaban, no perdiste aún tu energía interior, ni la luz de tu inteligencia, ni el brillo de tus ojos, ni el bello fluir de tu palabra hablada como escrita, en euskera como en castellano. Y ganaste lo mejor de todo: la pasión y la paz del corazón más profundas que nunca.

Te animaba la llama de la práctica diaria del silencio y, en estos tiempos turbulentos, te enraizaba firmemente en la esperanza de un nuevo mundo, una nueva sociedad, un nuevo cristianismo, una nueva Iglesia.

Ayer, antevíspera de tu 93 cumpleaños, entregaste tu último aliento. Y al entregar tu último aliento cumpliste todas tus palabras, haciéndote una para siempre con la eterna luz creadora y la Paz eterna. Eres para mí un albor de luz.

¡Gracias, Miren Jone, de todo corazón!

Aizarna, 17 de mayo de 2022