Al nuevo Gobierno vasco
Me permito dirigirme a vosotros, vosotras, porque sois mi gobierno, y porque vivimos en tiempos cruciales para nuestro pueblo, para toda la humanidad, para el planeta entero. Y porque creo en vuestra integridad y honradez, lo confieso con mucho gusto en estos tiempos de corrupción generalizada que pagan los más desgraciados. Gritadnos que es mentira que este desorden sea inevitable, si juntos queremos. Creo en la humanidad, en el corazón de cada uno y en el corazón de la Tierra a pesar de todo.
No defraudéis nuestra confianza en lo que de vosotros depende, que puede parecer muy poco, pero ser semilla de mucho. Todos dependemos cada vez más de todos, pero por eso mismo se requiere cada vez más la decisión y la voluntad de cada uno. Nada es irreversible. Solo hace falta despertar la conciencia profunda y liberar la libertad potencial que late en nosotros, que inspira a cada ser humano, que mueve cuanto es. Creo en el Espíritu universal presente en todos.
Sois el Gobierno de un pequeño pueblo dotado, como todos los pueblos, del derecho a gobernarse como decidan sus ciudadanos e investido del deber de ser solidario con todos los pueblos, con la comunidad de los vivientes, y en especial con los últimos de la casa común de la Tierra que somos. Libertad y solidaridad, derecho y deber, o a la inversa, lo mismo da. Ambas cosas a la vez. Siendo como sois distintas, distintos –ocho nacionalistas (PNV) y tres socialistas (PSE)–, creo que compartís en principio esta doble premisa fundamental, y lo celebro. Pueblo, país, nación, nacionalidad, región…, que nos llamen como quieran, pero que todos reconozcan y que todos apliquemos esta doble premisa, que es al final única e inseparable.
No puede haber solidaridad verdadera sin libertad, ni libertad verdadera sin solidaridad. Solo es realmente libre quien opta por ser hermano de todos los pueblos y de todos los vivientes. Solo es realmente solidario quien quiere serlo y quien lo es porque quiere. Yo querría que el pueblo vasco conviva con todos los pueblos del Estado español, y de Europa y del mundo, pero no para ganancia de los bancos y de las multinacionales ni porque lo imponga la “nación española”. Yo querría que el pueblo vasco fuera más libre para que pudiera ser más solidario. No será realmente libre mientras sea esclavo de poderes ajenos o de propios intereses exclusivos.
Vivimos tiempos críticos como nunca se han conocido hasta hoy a nivel planetario. El poder humano ha aumentado tanto y está en manos de tan pocos, de los grandes especuladores, del 1%, que se ha convertido en la mayor amenaza para las demás especies y para la propia especie humana. Las diferencias son tan grandes –62 familias poseen tanto como la mitad más pobre de la humanidad– que la situación es insostenible. Hemos de tomar grandes decisiones a nivel global y local, local y global. Urge una “audaz revolución cultural”, como ha dicho el papa Francisco.
Permitidme dos ejemplos. ¿Es necesario un tren de alta velocidad entre Bilbao, Vitoria y San Sebastián, que ni podrá circular tan rápido como puede ni servirá para ir de Azpeitia o de Tolosa o de casi ningún pueblo a las tres capitales ni seguirá, al menos durante muchos años, hacia el sur más allá de Miranda de Ebro ni hacia el norte más allá de Hendaya? Ya vamos demasiado rápido, hasta perder el aliento, ¿no os parece? ¡Y resulta tan caro! ¿No hay destino mejor y más urgente para tanta inversión? Otro ejemplo discutible: ¿No será posible una economía circular y local, una economía del Buen Vivir, una economía solidaria, verde y popular, sin tanta basura y sin necesidad de costosas incineradoras de residuos? Son parábolas locales y síntomas de una encrucijada global.
“Hay que crecer”, decís, repitiendo la consigna universal de esta espiral económica loca basada en la explotación y el lucro, en trabajar más para ganar más y vivir peor todos, unos porque pierden el trabajo y otros porque pierden el descanso. A eso nos está llevando el crecer. ¿Hay que crecer hasta reventar? Pues de eso se trata en realidad. El planeta no da para crecer más, no da para que crezcamos todos, y lo que no pueda ser universal –a nivel humano y a nivel de comunidad de vivientes– es simplemente injusto. Que crezcan solo unos o que crezcan unos a costa de otros –seres humanos u otros vivientes– es el mayor problema de hoy. Y como no podemos crecer todos porque reventaría el planeta, ya está reventando, es injusto que crezcamos solo unos. Injusto e insensato, pues también nosotros acabaremos reventando muy pronto.
“Pero es que si no crecemos nosotros, lo harán los vecinos, y nos acabarán comiendo”. Seguramente tenéis razón, y aquí se desmorona el ánimo y me callo confuso. Pero, al menos, decídnoslo con toda claridad, para que nadie se engañe: “Querríamos, deberíamos, pero no podemos. Lo sentimos”. Haced lo que podáis, pero no os resignéis a lo que nos mandan de fuera, y nunca nos digáis que hay lo que hay. Y decidnos la verdad en todo momento, reconoced que llevamos un rumbo sin sentido, que no vamos a ningún lado que no sea la perdición general. Cuanto más crecemos más nos agobiamos. Cuantas más máquinas inventamos, más aumenta el paro de unos y el trabajo de otros y la desigualdad general y el malestar de todos. Pobre Homo demens.
A pesar de todo, ya hemos colocado el Belén en casa, la Vida verde naciendo de entre las hojas rojas y amarillas del otoño. En este tiempo que los cristianos llamamos Adviento, “Venida”, la memoria de Jesús nos abre a la esperanza del mundo que soñó en sus Bienaventuranzas. Soñar no basta, pero sin soñar no se puede. Ayudadnos a soñar juntos y despiertos.
(Publicado el 11 de diciembre de 2016)