Carta a los Definidores Provinciales de Arantzazu

Hermanos, amigos definidores*:

Nunca me había imaginado a mí mismo en esta situación, pero en ella me encuentro y quiero afrontarla “como mejor puedo”. Y, con el ánimo de hacer menos incómoda vuestra posición, quiero exponeros la mía con la claridad y la paz que puedo.

1. Tengo muy claro que mi problema no es con la Provincia franciscana de Arantzazu ni con su gobierno. Sucede simplemente que el gobierno de la Provincia se ve atrapado en un conflicto eclesial (eclesiástico más bien) y que vuestro margen de maniobra es muy escaso, como ha sucedido en tantos casos similares. Es evidente que la exigencia, por parte del obispo Munilla, de que el gobierno provincial tome medidas conmigo no es más que una estrategia para anularme sin arriesgarse. Así lo veo y así lo diré, sea cual fuere el desenlace.

2. El gobierno de la Provincia podría, teóricamente, plantarse ante el obispo, pero –dado el Derecho Canónico vigente y dada la mentalidad teológica y eclesiológica de la mayoría de los hermanos de la Provincia, así como la previsible intervención del Min. General– no veo que dicho plante sea viable. Por lo tanto, no lo considero conveniente. Sería un desgaste inútil que os desaconsejo.

3. Me encuentro, pues, directamente confrontado con las exigencias del obispo: que me destinéis a América, y ello como “medida de gracia” o como “ocasión de gracia”. Me repugnan estas expresiones en este contexto, y no quiero ni calificarlas, pero dejemos eso. Irme a América a mi edad y en estas condiciones, ni me lo planteo. No me lo planteéis, por favor.

4. La otra alternativa sería seguir callado, es decir, prolongar indefinidamente la situación en que vivo desde las pasadas Navidades. Entonces acaté las medidas, pero en mi fuero interno nunca las acepté, pues la justificación aducida –que las medidas adoptadas iban a evitar otras peores– siempre me pareció absolutamente infundada, y así os lo dije desde el primer momento y así se ha verificado ahora. A no ser que las medidas que se querían evitar no tuvieran que ver solamente conmigo, sino también y tal vez ante todo –como de hecho pienso– con otros intereses institucionales de la Provincia (y tal vez ahora estamos en las mismas, también lo pienso).

5. Con no pocas dudas e interrogantes, me inclino a no acatar ya las medidas que se tomaron entonces y ahora se quieren prolongar. Y me mueven a ello dos motivos fundamentales: a) No me siento capaz, a la larga, de asumir en paz esta situación; b) Creo que sería ir contra mi dignidad personal, pero también contra mi misión eclesial y la comunión eclesial tal como yo las entiendo en conciencia. “No soy profeta, ni hijo de profetas”, pero creo que están en juego mi seguimiento de Jesús y mi pequeño servicio a su causa en esta sociedad.

6. Por otra parte, secundar las exigencias del obispo equivaldría de hecho, para mí, a colaborar con su indisimulada táctica: ganar tiempo y hacer que me impongáis vosotros las medidas que él quiere y no puede adoptar ahora, hasta que dentro de dos años pueda adoptarlas en persona y sin riesgo. Yo no quiero colaborar en eso, aparte de que, si lo hiciera, mi situación personal no mejoraría en nada. También por esa razón tiendo, pues, a resistirme.

7. Me permito aquí una breve reflexión sobre la cuestión de fondo. Todo el mundo parece estar de acuerdo –también vosotros en buena parte, y es lo que más me duele– en que el problema fundamental son mis ideas teológicas. Lo entiendo, pero me sorprende. Supongamos que mis ideas teológicas son erróneas; supongamos incluso que son heréticas. No conozco ningún debate teológico de la historia, ninguno, en que la supuesta “herejía” condenada en una época no haya sido reinterpretada, resituada o incluso rehabilitada con el transcurso del tiempo, pero dejo eso de lado. Concedamos que mis ideas son erróneas o heréticas: ¿será la mejor solución impedir que se expresen, bajo la excusa fácil de que escandalizan a la “gente sencilla”? ¿No será mejor educar a la “gente sencilla”, y educarnos en primer lugar a nosotros mismos, para la pluralidad y el debate de las ideas? Me sorprende que en el siglo XXI, en esta era de la información acelerada y globalizada, los cristianos sigamos creyendo más en la censura que en la libertad de expresión, la tolerancia de las ideas y el diálogo abierto. Por otro lado, ¿se juega acaso lo fundamental de la fe cristiana en ideas y creencias? Todas las ideas y todas las creencias, todas las doctrinas y todas las formulaciones dogmáticas dependen de marcos interpretativos: ¿se juega lo nuclear del evangelio en unas interpretaciones que dependen de unos marcos lingüísticos, como el sentido de una frase depende de una lengua y de su gramática particular (toda lengua y toda gramática son particulares, no lo olvidemos; se refieren, sí, a lo universal, pero nunca lo aprehenden)? ¿No consiste la teología más que nada en el esfuerzo por liberar la fe de sus interpretaciones para abrirla de par en par al misterio y a la vida? Las ideas, como las religiones, son buenas en la medida en que nos dan respiro y nos hacen mejores. Mis ideas teológicas, mis reinterpretaciones dogmáticas ¿impiden realmente a la gente, no sólo a “los de fuera” o a los “alejados”, sino a los de dentro y a los más de cerca (si alguien se siente todavía realmente capaz de decir: “éste está dentro, aquél está fuera”), les impiden acaso respirar y ser mejores? No digo que no, pero ése es el criterio, ésa es la medida, y sea ésa la pregunta. Y esto vale igual para el aula de teología o la basílica de Arantzazu.

8. Pero bien, la cuestión no se plantea en esos términos, mal que me pese, y, dados los esquemas vigentes en nuestras instituciones, no creo que vaya a ser posible reconducir el debate a esos parámetros. Y, en los parámetros en los que está planteada la cuestión, no veo salida. No la veo, a no ser al precio de anular mi pensamiento y la labor que desempeño. Se me pide ceder en una parte, como ha de suceder necesariamente en toda negociación que quiera resolver un conflicto. Pero no veo cuál es la parte en que haya de ceder. Si uno pide 10 y el otro ofrece 5, es muy probable que el punto de encuentro se sitúe en torno al 7,5. ¿Pero cómo se aplica eso en mi caso? ¿Significa que puedo escribir cada quince días en vez de cada semana, o que no puedo predicar en unos lugares pero sí en otros? ¿O significa que puedo decir unas cosas, pero no otras, como si cada cosa que digo no supusiera todas las demás y como si pudiera explicarme acerca de una parte sin explicarme acerca del todo, aunque siempre acabo diciendo que el todo es precisamente lo inexplicable y que todas las explicaciones no valen sino para entender justamente eso?

9. Por todo lo expuesto, me veo en un callejón sin salida, o más bien no veo – para vosotros y para mí– otra salida que el dejar la Orden. Me da vértigo decirlo, pero no puedo esquivarlo. Entre otras cosas, porque si sigo en la Orden sin acatar al obispo os arrastraría a vosotros a un conflicto espinoso, y evidentemente tampoco quiero eso. Huelga decir que querría dar este paso tan difícil de la manera menos traumática para vosotros y para mí. Y estad seguros de que no culpo a nadie, y menos a vosotros, y ni siquiera a mí mismo, que no sé por qué he llegado a esta difícil encrucijada en que me hallo. Culpo, eso sí, al sistema que sacraliza doctrinas, impide la palabra y mata la vida. Pero la vida seguirá y Dios proveerá.

Un abrazo a cada uno.

(Arantzazu, 10 de junio de 2010)

* Se llaman “definidores” a los miembros (5) del Consejo Provincial de una Provincia franciscana