Con Pancho, con Pancho e Isabel

Yo quiero ser llorando, para siempre
el compañero de la ausencia que dejas,
Al menos de tu huelga de vida
si no pudo ser de tu tajo,
compañero del alma,
hermano y camarada.

Yo no quiero abandonar nunca la pasión de tu vida
y estar junto a ti en el vacío que dejas
contra el sistema que mata sin prisas
y no deja títere con vida.

Quiero verte de nuevo entero y derecho
en el combate sin tregua, en la resurrección pendiente,
con Isabel, asesinada por el mismo cáncer y la misma entrega
por los celos del cielo y la rabia de la tierra.

En vuestra casa del mundo
con toda las gentes inmigradas del hambre y las guerras,
venidas como reyes destronados, del Sur o de Oriente,
a la pobreza de las afueras,
a la falsa blancura del hipócrita Occidente
y al oscuro sol de la riqueza omnipotente.

Quiero veros en el ardiente Utebo
quitando el fusil de la inseguridad ciudadana
a los amos y autoridades de la guardia civil.

Quiero veros carretillear panfletos
envueltos en pacas de algodón
a las cinco de la mañana en la vieja Caitasa.

A las cinco de la tarde lidiando lo toros de la disensión
y en la mañana de los poetas y profetas
creando un mundo otro para que éste sea mejor.

Tú nos trajiste a un barrio obrero cuando ese intenso debate en un viejo Dauphine:
si acaso era más evangélica la lucha de los trabajadores en la Química
o la compañía de los pobres en Valdefierro.
Años inolvidables para los que pronto te seguiremos.
Tú decías, estamos caducados.

Por sacarte de la Asociación de vecinos
me adentré en ella contigo
y con más gente, con mucha gente, con todo el barrio
nos llevamos a la Química por delante
y abrimos la fraternidad a las Delicias.

Compañeros del alma, Pancho e Isabel, Isabel y Pancho,
hijos de la materia incandescente de la vida y la esperanza,
del reino de dios sin dios, de la comunidad atea creyente en el amor,
sin iglesias, ni dogmas ideológicos, sin certezas,
puro anhelo compasivo sin razones justificantes ni ficciones arrugadas,
pequeñas nadas en el vacío preñado de incesante creatividad,
en el bosque de la vida donde los árboles se susurran
de boca en boca, de raíz en raíz, la llegada de un nuevo habitante:
“Ven amigo Pancho, a esta tierra nueva que pone libertad donde también Dios está
enterrado”.

Aún tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma,
compañero y compañera de vida y anhelos.

Santi Villamayor, 10 de enero de 2

 

RESEÑA DE FRANCISCO MARCELLÁN

Francisco Marcellán Mantecón, “Pancho”, nació en Zaragoza en 1940 en el seno de
una conocida familia de la burguesía zaragozana de la posguerra y falleció el 10 de enero de este año en la soledad de una clase obrera desdibujada y en la compañía de los inmigrantes a los que acompañaba en Albacete. Fue jesuita obrero, primero en el barrio del Picarral donde llegó nada más terminar su licenciatura en Filosofía y Teología. Al poco tiempo, en 1972, con otros cuatro compañeros formó un nuevo equipo de jesuitas obreros en el barrio de la Química, hoy La Almozara. Cofundador de la Asociación de Vecinos destacó por su activismo para la erradicación de la Industrial Química y la apertura del barrio a las Delicias, separado por la autopista vasco-aragonesa que entraba hasta el mismo centro de Zaragoza.

Su carácter abierto y cercano le granjeó la amistad de muchos vecinos y vecinas que
enseguida se sumaron a las reivindicaciones, tanto ciudadanas como a las de la lucha
antifranquista, pública y en la clandestinidad, cuando uno se jugaba cárcel y tortura. Fue
destacado dirigente sindical en la CSUT, de tenaz radicalidad, y miembro del Partido de los Trabajadores. Fue desterrado de Zaragoza por hablar claro y pelear más fuerte en el
Ayuntamiento de la misma ciudad. Más tarde ejerció de profesor de antropología en Albacete, junto con su mujer Isabel, “Mamá Africa” a donde habían concursado juntos por estar en el mismo destino.

Siempre ha sido una llamada a la compasión activa y al análisis riguroso de la situación
política. Puso su vida, su pasión y su economía, empobrecida como las gentes del barrio, al servicio de los indigentes, los parados y los inmigrantes. Creó en Albacete, con amigos y amigas de idéntica generosidad, la asociación ACAIM de acogida a los inmigrantes. No había ocasión en la que su conversación no terminara en el amor cívico y la política. Creyente a su manera y ateo de palabra, fue sin embargo un fiel seguidor del amor radical aprendido en la sabiduría y entrega de Jesús de Nazaret. Fiel reflejo de la evolución del cristianismo y de su acercamiento a la izquierda moral, al corazón sincero del publicano y al hermano menor que bajó a los infiernos de la exclusión privándose de todo hasta de la propia satisfacción de considerarse buena persona.

Descanse en paz con los mártires latinoamericanos, con sus hermanos del Picarral, sus
camaradas de la lucha obrera y con los inmigrantes cuyo costado abrió la verja de nuestro racismo.

Vicente Collado y Santi Villamayor, compañeros en La Almozara. 11-01.2023