Debate sobre el aborto: un síntoma polaco

El pasado 22 de octubre, el Tribunal Constitucional de Polonia declaró inconstitucional el aborto por malformación del feto. Recuerdo los hechos: en 1993, y con la Iglesia en contra, el Estado legalizó el aborto en cuatro supuestos: violación, incesto, riesgo grave para la salud de la madre y la malformación del feto. Era un síntoma de la nueva Polonia, cada vez más distanciada del nacionalismo político-religioso de Lech Walesa y del restauracionismo católico-nacionalista de Juan Pablo II.

La malformación del feto fue el supuesto aducido en el 98% de los 1.110 abortos legales realizados el año pasado, y es el que acaba de ser anulado. Y lo ha sido por obra y gracia de Julia Przylebska, torticeramente nombrada ad hoc por el partido gobernante ultraconservador PiS (Ley y Justicia) como presidenta del Tribunal Constitucional. Todo con la connivencia política y la bendición religiosa de la jerarquía eclesiástica.

El presidente de la Conferencia Episcopal, Stanisław Gądecki, se ha felicitado “Acogí con una gran alegría la decisión de la Corte. La vida de cada persona tiene un valor igual para Dios y debe ser protegida de manera igual por el Estado”. No le culpo, Mr. Gadecki, pero su alegría me produce pena. No creo que sea una buena manera de defender la vida, y pienso que utiliza el nombre de Dios en vano. Le diré por qué:

1. Sepa en primer lugar que la ilegalización no hará que el próximo año se produzcan menos abortos que el pasado, 150.000 aproximadamente. La ilegalización no protege realmente la vida, sino que añade dolor. Servirá tal vez para que la Iglesia institucional se lave las manos, pero no para hacerla samaritana ni para cambiar la realidad.

2. Sepa también que la legalización del aborto no obliga, ni siquiera induce, a nadie a abortar; únicamente regula los requisitos y las garantías para que quien de todos modos va a abortar lo haga en condiciones más humanas.

3. Y sepa que nadie aborta por indiferencia, sino porque, por alguna razón grave que Ud. no es quién para juzgar, piensa, con mucho dolor y por el bien de la vida, que no puede o incluso no debe prolongar la gestación.

4. Sepa igualmente que el cuidado de la vida pasa por el respeto de la responsabilidad y la decisión de quien la concibe y la gesta, y que es así como lo entiende una mayoría creciente de la comunidad eclesial, inspirada –de acuerdo a la teología más tradicional– por el Espíritu de la Vida.

5. Recuerde que la misión de la Iglesia no consiste en dictar la verdad y el bien, y menos a quienes no se sienten parte de ella, y menos aun en complicidad de intereses con los grandes poderes, sino que su misión consiste en acompañar a la gente, animar la vida y aliviar las heridas. Y eso es todo.

6. Y mire de cerca a esas multitudes, cientos de miles de hombres y mujeres no menos sensibles a la vida ni menos inspirados por el Espíritu que los católicos que Ud. representa, conciudadanos suyos que protestan en las calles contra la ilegalización en las manifestaciones más importantes desde la caída del régimen comunista en 1989. El Gobierno ultraconservador las calificó primero como un “ataque destinado a destruir Polonia” y como “nihilismo” hostil a la Iglesia, pero ha debido recapacitar y ha pospuesto la aplicación de la sentencia del Tribunal Constitucional. Recapacite también Ud. junto con su colegio episcopal.

7. Considere atentamente las palabras pronunciadas con esta ocasión por Thibault Deleixhe, investigador del INALCO (Instituto Nacional de Lenguas y Culturas Orientales) de la Sorbona (París): “La Iglesia, creyendo que así aumenta su control sobre las mujeres, lo que ha hecho sobre todo es dilapidar su monopolio sobre lo sagrado. La secularización de la sociedad polaca se dispone para vivir un acelerón inédito”. Lo sagrado, es decir: la hondura de la vida y de toda la realidad. Aferrándose a normas, dogmas y paradigmas del pasado, la Iglesia malversa no el monopolio, que nadie lo tiene, pero sí la autoridad moral que todavía le pudiera quedar para ser luz y sal de la sociedad actual y guiarla, dejándose guiar, hacia un nuevo mundo tan necesario.

8. Y preste atención a los datos que ilustran la profunda, imparable, metamorfosis cultural, espiritual en el fondo, que se está produciendo en su país, que se ha producido ya en toda la Europa occidental y se producirá en todo el planeta más pronto que tarde: el fin del paradigma religioso tradicional. En 2005, el 66% de los jóvenes polacos entre 18-34 años eran practicantes; hoy no llegan al 40%. En 2005, solo un 6% de ellos se reconocían como no creyentes; en 2017, un 17%. A un punto porcentual por año, calcule cuál será la situación dentro 20 años. Y no se debe a eso que Uds., fieles a Juan Pablo II y a su Prefecto de la doctrina Joseph Ratzinger, llaman positivismo, indiferencia y relativismo moral, sino a la difusión de las ciencias por la universidad. Simplemente.

9. Mire si no: en 2003, los jóvenes polacos entre 30-34 años que poseían un título universitario eran un 17%; hoy rondan el 60%. La decadencia religiosa –no espiritual–no es, pues, casual y será imparable. Sé que el futuro político es poco previsible, pues una crisis o una pandemia pueden cambiarlo todo, y los mismos conceptos de “derecha” y de “izquierda” pueden transformarse, pero me caben pocas dudas de que las creencias religiosas tradicionales (“Dios Ente Supremo omnipotente”, única Encarnación en la Tierra, milagros…) tienen los días contados. Y, repito, será debido sobre todo a la difusión del conocimiento científico y al cambio de cosmovisión que comporta.

10. Observe los signos de los tiempos, como lo hizo Jesús y nos invitó el Concilio, y no se equivoque en el diagnóstico: la gente no se aleja de la Iglesia porque deserte del Espíritu de la vida, sino porque la institución eclesiástica ya no le infunde espíritu ni vida. El Espíritu de la vida se libera de la letra caduca que mata. El debate sobre el aborto en su país es un síntoma de ello.

Aizarna, 9 de noviembre de 2020