Descansa en paz, Eluana

Hola, amigas, amigos:

Me alivió la noticia, cuando lo supe el martes: Eluana había muerto. Perdón, había dejado de morir. Llevaba17 años sin vivir, sin luz en los ojos, sin palabras en los labios, sin llorar ni reír, sin contar penas y alegrías, sin decir ni escuchar “te quiero”, sin el placer de ser acariciada y acariciar un cuerpo amado, sin gozar de la música ni disfrutar de la danza, sin admirar la luz de la mañana ni los colores de la tarde. Llevaba 17 años muriéndose, sin acabar de morir ni de nacer a la vida. La sonda no le ligaba propiamente a la vida, sino a una muerte interminable; no la mantenía propiamente viva, sino prolongaba la agonía. Es un alivio saber que ha terminado por fin un calvario demasiado largo para Eluana y sus padres. Le desconectaron la sonda para acortar la agonía y adelantar la vida. Así lo veo yo.

Por eso me disgustan aunque no me extrañan tantos juicios severos, tantas palabras gruesas de condena. El Vaticano lo ha calificado como “abominable asesinato”. El cardenal Saraiva, como “homicidio”. La revista de la Conferencia episcopal italiana ha llamado “juez y verdugo” al pobre padre de Eluana. Berlusconi ha declarado que la han “condenado a muerte”. La jerarquía eclesial que ha bendecido tantas ejecuciones y calla ante tantos dictadores. Berlusconi que carece de todo escrúpulo, por ejemplo, para impedir que entren y dejar que se mueran tantos inmigrantes (¡éstos sí que pueden y quieren vivir!). Déjennos dudar mucho de sus motivaciones éticas y evangélicas cuando se pronuncian de manera tan áspera en defensa de la vida.

La vida es sagrada, claro que sí. Pero que la vida es sagrada quiere decir que ha de ser vivida en dignidad, en la dignidad que le corresponde a cada viviente. Que Eluana tenía una vida vegetal no me parece una imagen afortunada, como si la vida de un vegetal no mereciera respeto y cuidado. Mirad cómo crece el cereal bajo la nieve, la lluvia y el sol, mirad qué maravilla. Eluana no crecía ni disfrutaba como un vegetal, ni había nacido para ello. Que cada viviente viva de acuerdo al deseo de su ser, en eso consiste la santidad y la dignidad de la vida. No basta estar vivo, sino que cada viviente viva de acuerdo a la santidad de su vida. El ser humano desea vivir libre y feliz y no por eso lo considero yo “superior” al trigo que ya está creciendo y pronto nos dará pan: ésa es su felicidad. Obligar a vivir a quien no quiere vivir es negar la santidad de la vida. Mantener a la fuerza en vida a quien desea ser feliz y es desdichado es negar la santidad de la vida.

Dios es la fuente y el señor de la vida, claro que sí. Pero el que regala no retiene derechos. La fuente no controla el curso del agua. Dios nos ha dado la vida como regalo, nos ha hecho dueños, creadores y responsables de nuestra vida. Dios no nos obliga ni nos impone nada desde fuera. Ha dejado la vida en nuestras manos. A nosotros nos corresponde cuidarla. A nosotros nos toca decidir cuándo y cómo engendrar la vida. A nosotros nos toca ¿por qué no decidir cuándo y cómo hemos de morir. Que nadie diga que no hemos de morir “hasta que Dios quiera”, como si alguien supiera hasta cuándo quiere Dios que vivamos, o como si Dios hubiera dictado qué tratamientos y medicamentos hemos de tomar y cuáles no (la voluntad de Dios iría entonces cambiando según los avances de la ciencia; tiempos hubo, no tan lejanos, en que el magisterio de la Iglesia condenó la vacuna como contraria a la voluntad de Dios; es decir, incluso aquellos que apelan a la “voluntad de Dios” habrán de reconocer que todo sucede y que también ellos obran como si fuéramos nosotros los que decidimos sobre la “voluntad de Dios”, y no puede ser de otra forma). Y que nadie diga que Dios quiere que vivamos lo más que podamos, pues la Iglesia ha declarado santos o mártires a muchísimos que han abreviado sus vidas matándose o haciéndose matar por los más diversos motivos (muchos de los cuales nos parecen más que dudosos), y ¿quién decide cuáles son los motivos buenos? (Por lo demás, nuestros hijos más bien los vuestros vivirán 100 años, y los suyos 120…, y pronto llegará el momento en que veremos lo estamos viendo ya cuánta razón tiene el padre de Eluana al decir que “la condena a vivir sin límites es peor que la condena a morir”). De modo que lo más sensato es lo que dice un santo hermano de esta fraternidad de Arantzazu a sus 81 años: “¿Qué más da vivir unos años más o menos? ¿Para qué empeñarnos tanto en vivir lo más posible?”. Si no, deberíamos sacar otra conclusión: que quienes tanto se escandalizan de que se desconecte una sonda no creen en la “vida eterna” tanto como dicen.

Nadie somos dueño exclusivo de nuestra vida, claro que no. No vivimos para nosotros solos, y cada uno ha decidir sobre su vida junto con otros. Pero, en último término, es cada uno. Y cuando uno no puede por sí mismo, han de decidir los más próximos; en todo caso, Dios no decide nunca por nosotros. En el caso de Eluana, debían decidirlo sus padres. Y así lo decidieron, y su decisión es sagrada, y hemos de respetarla. También el Vaticano y Berlusconi deben respetarla. ¡Dejemos descansar en paz a Eluana y dejemos en paz a sus padres, que bien se lo merecen! En nombre de la vida sagrada, en nombre de la sagrada libertad de conciencia, en nombre del Dios santo de la vida cuya providencia somos, en nombre de la santa esperanza de la Vida universal.

Descansa en paz, hermana Eluana. En Arantzazu ya se oye cantar al pinzón real, adelantándose a la primavera, celebrando la vida. A todos nos inquieta la muerte, pero la vida está despertando bajo este diluvio de agua y de nieve. Descansa en paz, querida Eluana. Ya canta el pinzón, ya florecen el sauce y la mimosa. Ya despierta la vida. La Vida existe en todas sus formas, a través de todas las muertes. Si la Vida existe, si Dios es Vida, si la Vida es Dios, ¿no será que morimos para nacer a la Vida? Descansa en paz y acuérdate de nosotros, que seguimos temiendo la muerte porque aún no vivimos la Vida.

(Publicado el 12 de febrero de 2009)