El ángel de la guarda

Hola, amig@s:

Ya nos echábamos de menos, pero no estábamos lejos. Déjame que te diga y pedirte que me digas: “¡Jesús te bendice y te toma de la mano y te acompaña donde vayas!”. Jesús es tu ángel de la guarda.

Digo esto porque, en el calendario litúrgico católico, celebramos hoy una fiesta tan entrañable como extraña: el ángel de la guarda. Consta que en algunas iglesias se celebraba ya en el lejano s. IX, y en la iglesia católica romana se impuso en 1608, en aquel desgarrador y desangrado comienzo del siglo XVII en que todos los ángeles, arcángeles, serafines y querubines del cielo fueron pocos para reconciliar a nuestros pueblos e iglesias de Europa. ¿Cómo pudieron hacerse tanta guerra mientras celebraban la fiesta del ángel bueno?

Hoy no han remitido la crueldad y el miedo. Celebremos, al menos, la fiesta del ángel bueno. Pero ¿cómo creer hoy en un ángel custodio, un ángel de la guarda, un ángel del cuidado? Os confieso una cosa: hace mucho tiempo, a comienzos de los años 70 del siglo pasado ¡cómo suena esto, Dios mío, si fue ayer, a lo sumo anteayer!, yo tenía muchas dudas de fe, también sobre la existencia de los ángeles, hasta que dejé de creer en ellos. Y desde que dejé de creer en ellos, celebro esta fiesta con mucha mayor devoción. En realidad, me pasa lo mismo con muchas “cosas de fe”, y pienso que sólo se puede creer bien cuando se deja de creer, cuando pasamos de una fe en objetos a una fe en misterios, cuando pasamos de una fe de creencias a una fe de piedad o me atrevería a decir de una fe en dogmas a una fe en poemas. Y la mente se inclina gustosamente a la devoción y el corazón empieza a pensar libremente.

Vuelvo a los ángeles. Por aquel tiempo leí en Romano Guardini un texto que me iluminó: los ángeles no existen como existimos tú y yo, solamente que sin cuerpo (¡qué triste que existieran sin cuerpo, si existieran!); los ángeles son una bella manera de decir que nunca estamos solos, y que Dios nos acompaña en todo, que Dios es compañía Compañero y Compañera y que, a la postre, somos todos los unos para los otros el ángel de Dios en cuerpo y alma. Desde entonces, me gusta celebrar la fiesta de San Miguel, Gabriel y Rafael, y la fiesta del ángel de la guarda. En nuestra fragilidad, encarnamos los unos para los otros al ángel Miguel y nos decimos humildemente: Dios es para ti arcángel Miguel (“¿Quién como Dios?”), pues nada es más fuerte que la bondad de Dios. Y encarnamos al ángel Gabriel (“Mensajero de Dios”), pues siempre hay una noticia buena que anunciar en medio de todas las malas noticias. Y encarnamos al ángel Rafael (“Medicina de Dios”), pues Dios no cesa de curar heridas en todos los que curan y cuidan.

En Mesopotamia, en Israel y en tantas culturas, el “ángel” es una bella imagen para decir que “Dios” no es destino frío, sino presencia cálida donde abrigarnos como un niño. Luego, en un proceso casi inevitable, algunos teólogos alejandrinos (Orígenes y compañía) se aventuraron en atrevidas especulaciones sobre la esencia y la existencia de un ángel individual de cada persona. Y la escolástica (con Santo Tomás de Aquino a la cabeza) quisieron averiguar todo lo averiguable, y “casi” llegaron a saberlo todo, hasta si los ángeles tenían sexo, y fue una lástima que acabaran de nuevo por privar de toda carne a la compañía de Dios que nos cuida. La poesía de la fe se volvió teología y la teología se desencarnó y se despojó de piedad.

Pero es hora de recuperar la verdad sencilla de las creencias, que es la devoción entrañable, la confianza simple, el respeto mutuo, el cuidado recíproco. Y ¿por qué no volver a rezar aquello que aprendimos de niño: “Ángel de la guarda, dulce compañía…”

Dulce compañía. Es lo que siempre ha querido decirnos el Indecible e Innombrable, desde que nos dijo: “Mi ángel caminará delante de ti” (Ex 23,23), o “Te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra” (Sal 91,12), aunque tropecemos una y otra vez, pues también á Jesús le acompañó un ángel dolorido cuando tuvo que sudar gruesas gotas de angustia. ¿Qué otra cosa nos revela aquella bella historia de bondad que es la historia bíblica de Tobías. Tobías significa “Yahvé es bueno”. Su padre se llamaba Tobit, que significa “bondad”; hacía mucho tiempo, Tobit había prestado a un amigo una fuerte suma de dinero, uno de esos crédito de alto riesgo que siguen trayendo de cabeza a tantos grandes bancos llenos de cinismo y de poca bondad. El amigo vivía muy lejos, el Estado todavía no cargaba aún con las pérdidas de los prestamistas, ni siquiera creían aún en la Mano Invisible del Mercado que todo lo resuelve, y Tobit tuvo que enviar a su hijo Tobías a recuperar su dinero. A lo que voy: salió Tobías a la calle a buscar a alguien que le pudiera acompañar en su largo viaje, y topó con un desconocido que resultó ser el ángel Rafael, que significa “Dios cura”. Y le acompañó, y le condujo hasta el amigo deudor, y no sólo eso, sino que le encontró novia y también una medicina para curar a su padre ciego.

Un ángel bueno te acompaña. Dios se hace cuerpo, voz, mirada de ternura. El agua que llevas a tus labios también es ángel de Dios. Y es ángel de Dios la llamita vacilante ante la que rezas. Y tú, tal como eres, tú también eres ángel de Dios. Sé un ángel bueno, o una ángel buena, para quien te necesite. Di como Rafael a Tobit: “¡Ánimo, Dios te curará pronto; ánimo!” (Tob 5,10). Y, como dice Jesús, “no desprecies a ninguno de estos pequeños, porque sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,20). Dios nos mira como un ángel con una mirada que nos reconforta y cura.

El ángel del otoño empieza ya a dorar las hojas del hayedo. El ángel del otoño riza el azul del cielo, y madura las bayas rojas del espino blanco. Las golondrinas, como ángeles, exhiben sus últimos vuelos tranquilos.

No temas. Jesús es tu ángel de la guarda. ¡Paz y bien!

(Publicado el 2 de octubre de 2008)