El cuerpo y las religiones (Entrevista)

1.-Este año se cumple el 500 aniversario del nacimiento de Teresa de Jesús. Como usted sabe, los místicos, entre los cuales se encuentra Santa Teresa, afirman su certeza de la presencia de Dios a partir de una experiencia de goce experimentada en el cuerpo. Los místicos siempre fueron vistos con recelo por la Iglesia, incluso si a esta mujer la Iglesia la cubrió de todos los títulos: Doctora de la Iglesia, santa… ¿Qué opina usted sobre la experiencia mística que pone el cuerpo en el centro de la experiencia religiosa?

Convendría clarificar lo que entendemos por “experiencia mística”. El término “mística” proviene del griego myein, que significa “cerrar”: cerrar los ojos o el oído o la boca… Algo muy corporal, como se ve. Pero ¿a qué llamamos “cuerpo” y “alma” (mente, espíritu…)? No son dos componentes de un todo, al igual que en un viviente no son dos el organismo y la vida; hoy resulta evidente que el torpe dualismo que ha predominado en la tradición greco-cristiana es insostenible. Somos enteramente “cuerpo” y enteramente “alma”. Llamo “cuerpo” al organismo físico formado de átomos, moléculas, células, tejidos… Llamo “alma” (o espíritu o “yo” en el caso humano) a ese mismo organismo en cuanto dotado de una “forma” única, integral, integrante de todas las partes. Esa forma total e integrante –forma misteriosa (esa piedra, esa orquídea, este perro que me mira, tú, yo…), es infinitamente más que la mera suma de las partes por separado. El todo posee unas propiedades que las partes (átomos, moléculas, miembros separados de un pájaro o de un ser humano) no poseen. Todos los seres están dotados en ese sentido de su propia forma total que podemos llamar también “alma”.

Por otra parte, los diversos seres no están inconexos, sino que son partes de otra totalidad mayor siempre abierta; estamos hechos de plenitud y de carencia, animados por lo posible, atravesados por un deseo o eros o amor abierto más allá de su objeto inmediato. Todo, desde las partículas atómicas hasta las galaxias, está relacionado con todo, y todo forma una totalidad dinámica, evolutiva, inacabada, abierta, en constante transformación. ¿Será descabellado pensar que el universo interrelacionado, dinámico, evolutivo, está de alguna forma dotado de “Alma”, animado por un Misterio que es infinitamente más que la suma de todas sus partes y que dicha Alma o Misterio está presente en cada parte, como la vida en todas las partes de un ser viviente? (¿Es ese Misterio al que llamamos “Dios”?).

Pues bien, el término “mística” sugiere esa visión holística de la realidad como Totalidad infinitamente interrelacionada, abierta, dinámica, “animada”. Realidad absolutamente Misteriosa en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande. Misteriosa no porque no la sepamos explicar, sino por el hecho de ser, y porque somos parte viviente de ese Todo viviente. Llamo “mística” a esa percepción profunda de la Realidad como interrelacionada, animada, infinitamente abierta y misteriosa, más allá o más acá de lo que puede ver el ojo, oír el oído, decir la palabra. Llamo “mística” a toda experiencia vital de la realidad en su hondura última invisible, inefable, inasible, emergiendo o brotando sin cesar de un Fondo sin fin o de una Fuente sin comienzo, dándose y dándonos ser. Llamo “mística” a la actitud vital correspondiente a esa visión, a la actitud de reconocimiento y respeto, responsabilidad y gratitud ante todos los seres: las partículas atómicas, la gota de agua, el rayo de luz invisible, la piedra del camino, la hierbecilla del campo, el pájaro que canta, el niño o el abuelo que nos mira.

Esa experiencia mística no tiene por qué ser “religiosa”. La religión es una interpretación de la experiencia mística originaria. Llamo “religiosa” a aquella experiencia que se interpreta en un marco de creencias religiosas: como experiencia de unión con la divinidad, por la acción de esa “divinidad”. Hay místicos “religiosos” en todas las tradiciones religiosas (Zaratustra, Shlomo ben Yehudah, Rumi, San Juan de la Cruz, Ramana Maharshi…), pero todo místico trasciende el marco interpretativo de su propia religión (dogmas, ritos, normas). El místico es un transgresor de la “religión establecida” –como lo fue, por ejemplo, Jesús de Nazaret–, y ha sido siempre mirado con recelo o incluso perseguido –como Jesús– por sus propias instituciones religioso-políticas. Pero hay igualmente místicos “no religiosos”, como lo fueron Buda, Laotsé, Mahavira…, o como lo es hoy André Comte Sponville. Casi todos los artistas, religiosos o no, son místicos…

La experiencia mística –poco importa que vaya o no acompañada de fenómenos paranormales es siempre una experiencia corporal. Santa Teresa es un caso paradigmático. Ella misma ha descrito con detalle muchos fenómenos psíquicos y físicos extraordinarios que acompañaban con frecuencia sus vivencias místicas: éxtasis, visiones, arrobos, emociones extremas de tristeza o alegría, convulsiones, contorsiones y rigidez, mordeduras de lengua… No es de extrañar que alguien la llame “una ilustre epiléptica”. Parece probado que, no solamente muchos místicos “religiosos”, sino también numerosos artistas como William Blake, Van Gogh, Dostoyevski, Proust, Juan Ramón Jiménez, Camus, Herman Hesse, Cioran… presentan síntomas psíquicos característicos de episodios epilépticos parciales. El diagnóstico es lo de menos. En cualquier caso, el amor ardiente que sentía Jesús Santa Teresa por Jesús era una experiencia corporal, tan corporal como el cerebro.

“Homo corpus est ubique”, escribió Hildegarda de Bingen, mística alemana del s. XII, una mujer superdotada –compositora musical, médica y escritora, además de abadesa y consejera de papas y emperadores–, cuya vida desde los tres años de edad, según cuenta ella misma, estuvo salpicada de experiencias psicofísicas extraordinarias. “El cuerpo está en todas las experiencias”. En todo somos cuerpo, lo mismo cuando comemos que cuando hacemos el amor, cuando nos conmovemos con un paisaje o con una bella música que cuando sentimos que Dios o la Vida o el Amor nos funda y envuelve. La experiencia mística es siempre un fenómeno desencadenado por una actividad cerebral de especial intensidad, actividad cerebral que puede ser desencadenada a su vez por la luz de la tarde o por una melodía, por un pensamiento luminoso o por la atención plena o el despertar de la conciencia. También el “alma” está en todo. “Alma” y “cuerpo” interactúan en todo lo que somos, sentimos, hacemos.

En cuanto al recelo de la Iglesia jerárquica respecto de los místicos, es un hecho histórico indiscutible, pero creo que no tiene que ver propiamente con la corporalidad de las experiencias místicas, sino con la libertad de los místicos, es decir, con su reivindicación de una relación con la divinidad no sujeta a la institución religiosa.

2.-Usted afirma que “sexualidad y religión se llevaron bien al principio hasta que la segunda quiso someter a la primera…las religiones se volvieron fortalezas de poder patriarcal, guardianas del orden, autoritarias y celosas. Quisieron controlar la sexualidad y someterla a sus creencias y supersticiones, a sus normas y tabúes, y reducirla a simple función de la reproducción, mirando con recelo, cuando no condenando, todo placer sexual que no se orientara a la reproducción”. ¿Puede usted ilustrarnos sobre las diferencias existentes en las distintas religiones acerca del lugar que ocupa en ellas la idea de cuerpo y de la sexualidad?

Al decir “al principio”, no me refiero a un tiempo pasado, sino a la dimensión “originaria” de la sexualidad y de la religión. En su dimensión originaria, la sexualidad es apertura al Misterio envolvente de la vida, de la alteridad, del eros, con toda su carga de finitud e inseguridades; y el hecho religioso se funda justamente en la experiencia de la apertura a dicho Misterio en cuanto horizonte último de gracia y liberación.

Pero la experiencia religiosa nunca se da en sí, separada y pura, sino más o menos configurada como “religión”, es decir, como sistema de creencias, ritos y normas. Los sistemas son diversos según las culturas, y se van adaptando a las diversas circunstancias, necesidades humanas e intereses dominantes. Nada viene del cielo… Por eso, las religiones son fenómenos ambiguos, según que favorezcan las necesidades humanas más auténticas –por ejemplo, la vivencia de una sexualidad sana, igualitaria, liberadora– o se conviertan en esclavos de miedos y de intereses opresores.

Todas las grandes religiones vivas de hoy, surgidas sin excepción en una cultura agraria que ya no es la nuestra, estuvieron marcadas en su origen por tabúes sexuales cuya función era fomentar la salud y la supervivencia del grupo dentro de un sistema social cada vez más patriarcal y jerárquico. (El control de la sexualidad es uno de los medios más importantes para legitimar y mantener el poder del hombre sobre la mujer). Por diversas razones que siempre tienen que ver con necesidades y/o intereses de tipo ecológico, económico y social, el prejuicio contra el cuerpo y el privilegio de la continencia sexual predominaron en las tradiciones religiosas de la India (hinduismo, budismo), cosa que no sucede en China (taoísmo) y tampoco, en principio, en los monoteísmos abrahámicos (judaísmo, cristianismo, islam). Sin embargo, el cuerpo se convierte en las tradiciones indias en camino para la iluminación, la liberación o la unión con el Absoluto (energía, respiración, ejercicios yóguicos, e incluso la propia sexualidad en las corrientes tántricas del hinduismo y del budismo).

Pero hay grandes diferencias e incluso contradicciones en el interior de cada tradición, dependiendo de tiempos, lugares y corrientes diversas. Dentro de la Iglesia Católica actual, por ejemplo, la posición a de las comunidades de base o comunidades cristianas populares de todo el mundo en las cuestiones debatidas acerca de la familia y la sexualidad (homosexualidad, divorcio, aborto, medidas anticonceptivas, masturbación…) son diametralmente opuestas a las posiciones que mantienen movimientos como el Opus Dei o Comunión y Liberación o la doctrina oficial del Vaticano.

El Hindusmo en general prohíbe las relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero deja la decisión a la conciencia de cada persona. Para el Budismo, la sexualidad no es algo malo, pero es preferible la renuncia, la opción monástica. La homosexualidad goza de amplia aceptación entre los budistas ; el Dalai Lama enseñó que es antinatural, pero luego se corrigió y enseñó que lo que importa es la calidad de la relación.

En la Biblia judía, la sexualidad y el erotismo son consideradas algo bueno. Piénsese en el Cantar de los Cantares bíblico, que celebra el amor de dos amantes en los términos más sensuales; un libro que, sin ni siquiera mencionar a Dios, forma parte del canon sagrado, cosa sorprendente. Sin embargo, la tradición rabínica ha condenado la masturbación, entendiendo que la Biblia lo hace, aunque esa interpretación es muy discutida hoy. La homosexualidad es reprobada por la gran mayoría de los judíos ortodoxos, pero aceptada por los liberales.

El cristianismo, surgido dentro del judaísmo, tuvo desde el principio una profunda impronta del dualismo platónico, estoico y maniqueo; así, el recelo contra la sexualidad se halla muy presente en Pablo y hallará su máxima expresión en San Agustín (s. IV-V), que enseñó que es pecaminosa toda relación y todo placer sexual no destinado a la procreación. Su influjo ha marcado hondamente la enseñanza oficial de las iglesias principales. Pero, como he indicado más arriba, existe una gran variedad de posiciones entre los cristianos en general, también allí donde la enseñanza oficial sigue siendo tradicional y rigorista, como sucede en la iglesia católica.

En el Islam se observa una gran ambigüedad: las referencias positivas al goce sexual son numerosas en la enseñanza de Mahoma, pero el rigorismo fue predominando en las interpretaciones de los maestros. El Corán proscribe las relaciones sexuales fuera del matrimonio. La masturbación no se menciona. La homosexualidad es condenada con pena de muerte en la tradición, pero hay un importante movimiento de revisión.

Estamos asistiendo, en el mundo occidental sobre todo, a profundos replanteamientos culturales en todo lo relativo al cuerpo, a las normas sexuales y a la identidad de género. El mero hecho, por ejemplo, de que la sexualidad se haya desligado de la reproducción tiene consecuencias determinantes: no es necesario tener relaciones sexuales para tener hijos ni es necesario pensar en tener hijos para tener relaciones sexuales. El argumento de que “está escrito” ya no tiene valor para una gran mayoría. Más pronto que tarde, la transformación cultural dará lugar a la transformación de categorías religiosas.

3.-¿Qué opina usted sobre el fenómeno de la pederastia en la iglesia católica?

Es una plaga delictiva y criminal que la institución eclesiástica cuando menos ha ignorado, aunque no la haya bendecido. Y cuando ha intervenido, la ha tratado como mero “pecado” personal, como asunto de conciencia privada que se resolvía con la confesión y la absolución personal. Innumerables víctimas han quedado totalmente olvidadas, doblemente heridas.

Tal vez no se deba buscar la causa de la pederastia en el celibato como tal, pero sí con un celibato obligatorio de un clero masculino y autoritario que se siente como casta superior. La pederastia está en estrecha relación con la inmadurez y la represión de la sexualidad fomentadas por ese sistema clerical insano. Todo lo que se reprime acaba reapareciendo más pronto que tarde y siempre en formas nocivas.

4.-En la actualidad el discurso científico ha suplantado para muchos el lugar que tenía la religión. Incluso la ideología cientificista -que no científica, toma la función de garantía del saber. ¿De qué manera piensa usted que ha influido la ciencia en el declive de la religión en la cultura occidental?

El cientificismo o positivismo –la opinión de que todo lo real puede ser traducido en fórmulas matemáticas y empíricamente verificado, y de que solo es real lo matemáticamente demostrado y lo empíricamente verificado– es eso, una creencia, una fe popular, muy poco presente entre los científicos.

La ciencia no contradice a la religión, igual que no contradice la emoción de un atardecer o la belleza de un poema. Tampoco la religión contradice a la ciencia como método y como conocimiento empíricamente demostrado. Pero la religión ha de revisar constantemente su lenguaje y sus creencias, en la medida en que se vuelvan incompatibles con los conocimientos científicos. El creyente no puede sostener en nombre de la fe nada que sea incoherente con los datos científicos. Así, la astrofísica y la física nuclear, la biología y paleoantropología obligan a entender de otra manera los mitos de la creación, el origen del mundo y del ser humano, así como la muerte y el “más allá”. La psicología, la sociología, la historia y la antropología cultural exigen entender de otra manera la génesis, desarrollo y funcionamiento del hecho religioso. La genética y las neurociencias requieren reinterpretar todo el lenguaje sobre “alma-cuerpo”, la libertad, la diferencia entre los seres humanos y otros seres… Todo ello conlleva una profunda revisión del lenguaje sobre “Dios”.

Las ciencias no hacen que la religión pierda sentido o desaparezca, pero sí provocan una profunda revisión de los sistemas religiosos tradicionales, que siguen utilizando un lenguaje y un imaginario propios de una cosmovisión y de una antropología de hace varios milenios, totalmente obsoletas hoy. Las religiones que no acepten esa radical transformación se condenan a ser guetos culturales y sociales.

5.- Jacques Lacan afirmó que la precariedad estructural de nuestro goce -esa pobre coiteración- podría tener como consecuencia que Dios recobrase su fuerza. Al parecer hoy el único Dios que recobra fuerza es Alá y a través de su interpretación más radical. ¿Cómo entiende este hecho? ¿Se podría pensar que la atracción de algunos jóvenes occidentales por el islam radical de ISIS tiene que ver con la precariedad de nuestro goce, hoy ya no velada por las prohibiciones de antes? ¿Cómo explicar la atracción que producen en algunos jóvenes las escenas de decapitación?

Puede ser que algunos jóvenes de ascendencia europea, inadaptados, se dejen fascinar por el islam más radical, porque éste les ofrece un marco que de alguna forma añoran: un mundo seguro de creencias y de normas morales seguras, un modelo patriarcal que echan de menos. En general, se trata de jóvenes inadaptados, frustrados y agresivos que recurren a una forma de religión que les permita compensar sus carencias e inseguridades, racionalizar su frustración, desahogar su agresividad, y legitimar todo ello. Por otra parte, el gusto por las escenas de decapitación puede ser una manifestación “pornográfica” de la represión de la muerte tan extendida en nuestra cultura.

Pero la inmensa mayoría de los jóvenes europeos que se identifican con el islam radical son hijos o nietos de musulmanes árabes inadaptados en nuestras sociedades por razones culturales y/o económicas. Son jóvenes resentidos. La causa principal del integrismo islamista violento es el resentimiento del mundo musulmán árabe contra el Occidente que identifican con modernidad e increencia por un lado y con colonialismo y expolio por otro. No se puede entender lo que está pasando en Oriente Medio sin tener en cuenta el colonialismo franco-británico, agravado tras la caída del imperio otomano en la I Guerra Mundial, y el largo Vía-crucis palestino y la intervención norteamericana en 1991 y todo lo que ha seguido luego. En el trasfondo, el petróleo y la lucha encarnizada por la hegemonía político-militar de esa zona. El sentimiento de ser humillados y explotados por las potencias occidentales, unido a la profunda frustración de sus propios gobiernos explica en buena parte la desesperación y la radicalización. El odio de sí y el odio del Occidente se funden. Y la religión está sirviendo como refugio de la identidad amenazada, como forma de desahogo y como arma invencible contra el “otro”, el enemigo occidental, origen de todos los males.

En ese resentimiento contra Occidente juega un papel importante, sin duda, la imagen distorsionada que tienen de nuestra sociedad moderna como una sociedad opulenta, libertina y descreída y por eso infeliz… Muchos jóvenes árabes proyectan en el mundo occidental todos los deseos irrealizables para ellos; como no los pueden satisfacer, los combaten. Es el “cuerpo social” el que se siente humillado y herido, y busca en la religión violenta el peor remedio.

(El Psicoanálisis. Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis [Dossier “El cuerpo y las religiones”] 28/2016, p. 36-43)