EL LENGUAJE DEL JUBILEO

El lenguaje religioso, como el lenguaje del amor o de la belleza, está hecho de imágenes que sugieren, metáforas que nos transportan, símbolos que remiten al Infinito Inefable. En el lenguaje religioso –sea la Escritura, el Credo, la confesión de fe, el dogma, el magisterio, la catequesis más sencilla o la más alta teología– lo más importante no es lo dicho, sino el horizonte sugerido; lo esencial no es el significado de las palabras, sino el referente evocado como Misterio inasible.

En consecuencia, el lenguaje religioso ha de ser flexible, abierto, libre, fresco, creador como el Espíritu que sopla donde quiere. Entonces la palabra se vuelve evangelio, ilumina y consuela, cura el corazón, transforma la historia. Se hace carne.

Así son a menudo las palabras del papa Francisco: cálidas y frescas. Inventa palabras que dan respiro. Así es también la Bula convocatoria del año jubilar: El rostro de la misericordia. Apremiante y emotiva llamada a abrir la puerta del corazón a la misericordia de Dios y la puerta de nuestra misericordia al prójimo herido, anciano, enfermo, emigrante, refugiado.

Pero –el buen papa Francisco me perdonará este ‘pero’– en esta bella Bula encuentro lenguajes que cierran puertas más que abren, que encierran la fe en significados viejos más que inspiran horizontes nuevos. Se repiten demasiado los términos ‘pecado’ (25 veces) y ‘pecador’ (11 veces); el pecado se entiende como infracción de la ley divina o como ofensa de Dios, y el perdón como absolución de una culpa o del culpable. Graves malentendidos. No podemos imaginar a Dios como juez severo que castiga, ni tampoco como juez indulgente que perdona a un culpable. Superemos ese estrecho marco jurídico. ‘Pecado’ no es culpa: es error, finitud, daño, herida. ‘Perdón’ no es absolución: es fe en el otro, solidaridad, sanación de la memoria, mirada al futuro. A Jesús no le importó la culpa, sino el sufrimiento: “ponte en pie”, “camina”, “tu fe te ha curado”.

También es una pena que la Bula siga hablando de las indulgencias en términos medievales: como liberación de la ‘huella negativa’ o ‘residuo de la culpa’ que queda en el pecador aun cuando sus pecados hayan sido perdonados por el sacramento de la confesión, liberación que podemos obtener, cumpliendo las condiciones y los ritos requeridos (confesión, comunión, peregrinación…), para nosotros mismos o para nuestro difuntos que sufren las penas del purgatorio… Sencillamente incomprensible.

Hay que volver al sentido del año jubilar en la Biblia cada 50 años. No tenía como objetivo el perdón de los pecados, sino el descanso reparador (de personas, animales y campos), el perdón de las deudas contraídas, la liberación de los esclavos, la recuperación de la propiedad de la tierra por quienes la habían perdido.

A eso se refería el “año de gracia” que Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret. He ahí las ‘puertas santas’ que debiera abrir la Iglesia durante el año jubilar. La apertura de puertas en catedrales, basílicas y santuarios es solo una metáfora.

(Revista 21 Rs 995 / 2016, p. 35)