El niño y el lince

¡Hola! ¡Qué bonita eres con ese vestido de pelos de color! ¿Es pardo con motas grises o gris con motas pardas?

Esto no es un vestido. Yo nací así. Es mi piel.

¡Oh! ¿Naciste así? ¡Qué maravilla! Yo no sé ni cómo nací. ¿Y cómo te llamas?

Me llamo “Lince”. Todos nos llamamos igual: Lince. Aunque somos muy distintos. Pero nos reconocemos fácilmente, hasta de noche. Y tú, ¿cómo te llamas? Tú también eres muy bonito.

Yo me llamo Nagay, no sé si lo digo bien. Es que estoy aprendiendo a hablar, y también a entender lo que hablan, y muchas veces no entiendo nada. Estoy aprendiendo a poner nombres a todas las cosas. Es muy divertido. Tu nombre también lo aprendí hace poco, pero ya lo había olvidado. Mi mamá me habla y me habla, y a veces no le puedo comprender y me duermo, y entonces estoy muy a gusto y le entiendo todo. Una vez que no sé si estaba despierto o dormido me contó que Nagay significa “luz”, y que hace mucho tiempo se llamaba así un personaje muy importante de la “Biblia” o algo así, que fue abuelo de Jesús, porque Jesús tuvo muchísimos abuelos. Yo tengo solamente cuatro.

¿Y quién es ese Jesús con tantos abuelos?

¿Nunca te lo ha contado tu amatxo? A mí me lo cuenta a veces, cuando me voy a dormir. Todos los abuelos y abuelas de hace mucho, mucho tiempo fueron abuelos de Jesús. Fue un hombre muy bueno, contaba historias bonitas y curaba a los enfermos, que había muchos, y casi toda la gente estaba contenta, pero algunos se enfadaron mucho, no sé por qué. Y le cosieron con clavos a un palo, me da ganas de llorar, y así murió. Pero, después de morir, Dios le cuidó mucho, y le curó de todo y ya no murió. También se llama “Dios”. Dios es muy bueno, y siempre nos cuida, y lo ha hecho todo, y nos da todo para vivir.

¿”Dios”? Es la primera vez que oigo esas cosas, pero me parece muy bonito, y te creo todo. Además, es como si lo hubiera sabido siempre. Lo que pasa es que nosotros no ponemos tantos nombres, y no sabemos contarlo tan bien. De todos modos, si ese “Dios” lo ha hecho todo, entonces también nos ha hecho a los linces, y la noche que a nosotros nos gusta tanto, y los matorrales, y los arroyos, y los agujeros de las rocas, y los árboles huecos para dormir de día, y los conejos…

Sí, todo, todo. También hizo a mi amatxo y mi aitatxo. A veces, mi amatxo me llama “cielo”. El cielo me gusta mucho. A veces es azul, y a veces es gris y entonces llueve. Y algunos días, cuando es de noche, el cielo se llena de lucecitas que no sé cómo se llaman. Es muy bonito. Pero entonces me llevan a dormir. Además, ponen muchas luces en casa y me hacen daño en los ojos, y un cristal que se llama “tele” o algo así no para de hablar, y prefiero dormir y que mi madre me hable muy suave y que me llene de besos. Y tengo también una hermanita más grande que yo, y a veces, cuando mi mamá me hace mimos, a mi hermana le molesta, no sé por qué. Se llama Saray, o “Princesa”, que era también abuela de Jesús. Mi madre se enfada con ella y le riñe muchas veces, y entonces mi padre riñe con mi madre, y luego ya no hablan, y me pongo muy triste.

¡Ufff! Vuestra vida es bastante complicada… Ya me lo imaginaba. Y no me extraña que habléis tanto. Hasta tú, siendo tan pequeño, ya hablas más que todos los linces juntos. Bueno, la verdad, es que me gusta mucho oírte hablar. Es maravilloso. Pero yo creo que oyendo te gano. Con esas orejitas pequeñas, y que tienes como arrugadas, no creo que puedas oír tan bien como hablas. ¿Ves qué grandes y tiesas son las mías, con estos penachitos de pelo negro en la punta? Con estas orejas y estos pelitos lo oigo todo, y entiendo desde lejos hasta los ruidos más pequeños. Y también tengo unos ojos que ven hasta las cosas más pequeñas, incluso de noche aunque no haya luces en el cielo. A mí me basta casi con oír y ver. Pero desde que me trajeron aquí, me pasa algo raro. A mí me gusta la noche, cuando todo está oscuro y en silencio. No sé qué hago aquí, siempre con tanta luz y con tanto ruido. Menos mal que estás tú, Nagay… Si no, me asustaría mucho. Pero ¿tú sabes por qué estamos aquí los dos? ¿Tú sabes qué hacemos, o dónde estamos?

Y tú, Lince, que ves y oyes tanto, ¿no lo sabes? Bueno, la verdad es que yo tampoco entiendo mucho, pero te voy a contar lo que sé, o lo que me parece que he oído. Tú ya nos conoces…

¿A quién?

A la gente, a los hombres…

Pues no sé, pero los pelos del penacho se me ponen de punta cuando veo a los hombres, y a mi mamá le pasa igual, y siento que me corre por todo el cuerpo como un recuerdo lejano que me asusta, de cómo antes nos disparaban bolitas de plomo que dolían muchísimo y nos hacían morir, o nos ponían lazos y quedábamos atrapados y luego nos mataban. Igual serían los mismos que mataron a Jesús. Ahora los hombres no nos matan, pero siempre nos están observando y no paran de disparar como unas lucecitas, como si nos quisieran coger con esas lucecitas, aunque no hacen daño. Perdona, Magay. Contigo estoy muy a gusto, pero los hombres me parecen un poco extraños. Creo que no son malos, pero es como si siempre tuvieran preocupaciones, o alguna enfermedad, o como si siempre estuvieran buscando algo que no encuentran, o como si siempre tuvieran un peligro. O como si no quisieran morir. O como si no supieran que les cuida ese buen Jesús o Dios que has dicho.

¡Qué listo eres, Lince! Debe de ser eso que dices. Creo que empiezo a comprender muchas cosas que veo, y también a mi hermana. Me está entrando miedo de crecer y que me pase como a ellos. Bueno, pues te voy a contar lo que sé. ¿Sabes dónde estamos? Esto es un cartel. Hace muy poco que aprendí también este nombre: “cartel”. Y todo fue así. Primero, un día, vinieron a casa y nos hicieron fotos, que es cuando disparan esas lucecitas. Tú aquí eres una foto, y yo también. Luego, otro día, apareció en la “tele” o en ese aparato de cristal un señor de negro que enseñaba este cartel con tu foto y la mía, y daba muchas explicaciones.

¿Y ese señor era bueno?

No sé, supongo que sí, pero parecía enfadado y asustaba un poco. Y tenía los ojos como mi hermana cuando va a llorar. Luego se pusieron a discutir mi aitatxo y amatxo sobre los linces esa palabra decían, por eso me sonaba tu nombre y los “fetos”, que deben de ser como niños, pero muchísimo más pequeños, mucho antes de nacer, no como yo. Y me pareció que todos los hombres, en todo el mundo, estaban enfadados por eso?

¿Pero qué es “por eso”?

Pues que unos piensan que no importa mucho que mueran los linces, porque no son “personas”, pero yo no sé qué ser “persona”, y dicen que hay que castigar a las mamás que hacen morir a los “fetos”, y otros dicen que es una pena que mueran los fetos y también los linces, pero que a veces hay muchos problemas y pueden morir, sobre todo si no han nacido, y que no hay que castigar a las amatxos. Creo que era algo de eso. Y estaban muy enfadados, y yo pensé que si la amatxo no te quiere, sería mejor no nacer y que sólo Dios te cuide. Y me entraron ganas de llorar, pero me dormí.

Te entiendo todo, Nagay. Lo veo muy claro. Yo creo que los hombres tienen obsesiones.

¿Qué has dicho?

“Obsesiones”, que son como unos nudos en la cabeza, pero muy dentro, y entonces sólo piensas en eso, y no puedes ser feliz. A mi mamá le pasó también hace poco, cuando le tuvieron en una jaula, y estaba insoportable. Luego le libraron de la jaula y se le soltó el nudo. Pero los humanos viven en jaulas, y por eso no se les cura el nudo. Todo eso que hay delante me parecen jaulas.

Oye, Lince, yo no vivo en una jaula. Yo vivo en mi casa.

Claro que sí, Nagay, pero tú no eres todavía como los hombres, y no vives en una jaula, pero tu amatxo y tu aitatxo sí. Por eso tienen nudos y no pueden ser felices. Y no me extrañaría que también a tu hermana se le estuviera haciendo ya un pequeño nudo en la cabeza. Y el pobre señor de negro debe de tener un nudo muy grande, muy grande. O muchos nudos, pero sobre todo dos, como les pasa a casi todos los hombres: el nudo de nacer y el nudo de morir. Ah, y otro más, igual el más importante: el nudo de creerse los más importantes; creo que este nudo ya se le está formando a tu hermanita.

¡Pobre hermanita!

¡Pobres hombres! A casi todos les asusta mucho lo del nacer y lo del morir, porque no saben que nacer es lo más natural y que morir es como nacer. Y por eso antes nos cazaban disparándonos plomo y poniéndonos lazos, aunque no tuviesen hambre, y ahora se enfadan discutiendo sobre cachorros de linces y fetos de hombres. Los linces nacemos y morimos y volvemos a nacer sin tantos problemas. Y no nos creemos más importantes que los conejos. Yo tampoco me creo el más importante, pero ya estoy deseando que, dentro de poco, cuando salga la luna en una noche fría, un lince joven venga a jugar conmigo para que luego nazcan dos cachorros muy pequeñitos. Y cuando tenga doce años moriré, pero no importa. Y creo que a los conejos les sucede lo mismo. Tú me has dicho que es Jesús el que nos cuida a todos, aunque yo ya lo sabía de otra forma. Pero dime, Nagay: tú, ¿por qué estás aquí? Me alegro de que estés, porque si no yo estaría solo y muy triste y muy asustado; pero tú no eres un feto, tú ya naciste hace tiempo, tú eres un niño bien guapo y bien cuidado, y además eres mi amigo.

Sí, claro que sí. ¡Gracias, Lince! Pero debe de ser por esa “obsesión” o como se diga, por esos nudos que se les han hecho dentro de la cabeza. Será por eso que tampoco pueden entender que tú y yo podamos ser amigos, y eso que nos conocemos sólo de foto.

¿Y a ti no te parece que Jesús sería también amigo de los linces, o que, si tantos abuelos tiene, también tendrá abuelos linces?

Seguro que sí. Y estoy seguro de que Jesús, o “Dios” no olvides este nombre, te quiere y te cuida a ti como a mí, y a mí me quiere y me cuida por lo menos como mi amatxo, yo diría que mucho más, pero eso ya no lo puedo imaginar. Igual cuando sea mayor.

¡Oh, gracias, Nagay! Cuando nos libren de este cartel, entonces seremos todavía más amigos, iremos al campo, y haremos una fiesta a la hora en que el sol se vaya escondiendo allá lejos, y estaremos muy contentos, y Jesús también estará contento, con todos sus abuelos. Y creo que, alguna vez, antes o después de morir, Dios soltará todos los nudos. Y entonces Él estará muy contento, seguirá cuidándonos y todo estará bien.

(Publicado el 5 de abril de 2009)