El Vaticano y la homosexualidad

Queridos amigos y amigas: ¡que tengáis la paz de Dios!

Muchas cosas nos hacen perder la paz, y sentimos cuán frágiles somos, tan frágiles como ese petirrojo desamparado que busca una miga y un poco de calor en este Arantzazu cubierto de nieve. Cuando perdemos la paz, es como si perdiéramos a Dios, aunque Dios nunca nos pierde. Y siempre debiéramos tener muy cerca la presencia y la palabra de alguien que nos diga al corazón: “¡Dios está contigo! Dios nunca te condena. Dios te acoge como eres. Acoge tu ser frágil como Dios lo acoge”. ¿Y qué otra cosa debiera ser la Iglesia de Jesús sino esa palabra entrañable, esa presencia que encarne la paz de Dios en toda circunstancia?

Es bien triste que tantas veces no lo sea. Por ejemplo, la semana pasada, el Vaticano se pronunció contra la petición de despenalización de la homosexualidad, y volvió a dejarnos perplejos y apenados. Ha sido con ocasión de que Francia, en nombre de la Unión Europea, se dispone a presentar dicha petición ante la ONU. Parece increíble que, a estas alturas 60 años después de la Declaración de los Derechos Humanos haya que reclamar a tantos países más de noventa que cesen de imponer la cárcel u otros castigos a los homosexuales activos (¡la pena de muerte todavía en una docena de países!). Más increíble parece todavía que la Iglesia de Jesús se haya pronunciado en contra de esa reclamación. Pues así es.

Pero hay que matizar, para ser justos. El portavoz del Vaticano ha querido aclarar que la Iglesia católica está en contra de “todas las legislaciones penales violentas o discriminatorias respecto a los homosexuales”. Es decir, la Iglesia de Roma se declara en contra de la penalización y de la discriminación, pero también en contra de pedir que se acabe con toda penalización y discriminación. ¿Pues quién lo entiende? El portavoz vaticano ha intentado explicar la contradicción afirmando que, detrás de la petición europea, se oculta una intención política: la de dar alas al reconocimiento legal de las uniones homosexuales como “matrimonio”. Pero esta explicación deja adivinar seguramente otra razón más verdadera: es la fobia secular contra la homosexualidad, en particular masculina, percibida ésta como una ofensa humillante contra la noble virilidad del varón… ¿No será esa misma la razón por la que, muy recientemente, el papa Benedicto XVI ha ordenado a los obispos que no admitan al sacerdocio a ningún varón con prácticas homosexuales o con tendencia homosexual “arraigada”, y a ningún defensor de la cultura gay? Los sacerdotes han de ser muy célibes, pero muy viriles.

La Iglesia justifica su postura apelando a la “ley natural”, y sostiene que la homosexualidad es un grave desorden contra la naturaleza. Pero ¿quién puede decir que la homosexualidad no es para los homosexuales tan “natural” como la heterosexualidad para los heterosexuales? A menos que no sean “naturales” las hormonas y los genes y las relaciones parentales de la infancia y tantas razones desconocidas que, desde los primeros años de vida, sientan las bases de la futura orientación sexual. La Iglesia apela también a dos textos bíblicos: uno del Levítico (Lv 18,22: No te acostarás con varón como con mujer; es abominación) y otro de Pablo (Rm 1,26-27: Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros). El argumento bíblico es siempre resbaladizo y nunca definitivo. Por ejemplo, en este caso: ¿por qué el texto citado del Levítico tendría más valor que aquel otro en que prohíbe comer carne de camello, conejo, liebre y cerdo(Levítico 11,4-8)? ¿Y por qué el texto de Pablo tendría más valor que aquel otro en que prohíbe que el varón ore o predique con la cabeza cubierta (los obispos predican con la mitra puesta…) y manda, por el contrario, que la mujer ore o predique (sí, que predique…) con la cabeza cubierta (1 Corintios 11,2-16)?

¡Que la jerarquía católica siguiendo a tantas iglesias protestantes, a tantos movimientos y redes cristianas católicas se convierta a Jesús, aquél que declaró: “El sábado está hecho para la persona, no la persona para el sábado”! ¡Que reconozca por fin que toda relación sexual es siempre santa si dos personas se quieren y no hacen daño a otra tercera, y punto! ¡Que humildemente pida perdón a gays y lesbianas por haberles causado durante siglos y siglos tanto dolor físico, psíquico, espiritual, por haber herido gravemente su dignidad y autoestima, por haber cargado sobre ellos el estigma de la perversión, del pecado mortal y del miedo al infierno! ¡Que declare solemnemente el sagrado derecho y el santo deber que tienen los gays y las lesbianas de ser y quererse como son, sentir como sienten y amar como aman! ¡Que se ponga al frente de la ONU y grite más alto que Isaías, tan alto como Jesús, en nombre de Dios: que han de acabar para todos homosexuales y heterosexuales, aunque fueran delincuentes todas las penas, todos los castigos, e incluso todas las cárceles! ¡Que la Iglesia de Jesús crea más en el poder de la bondad que en el poder de las penas!

¡Que tengáis la paz de Dios!

(Publicado el 11 de diciembre de 2008)