En busca de la felicidad

Una hermosa mañana, cansado de vivir, aburrido de la rutina de cada día, salí en busca de la felicidad.

Mientras iba caminando, vi el fulgor rojo de las amapolas en los campos, la blancura de las margaritas, el azul intenso de los lirios en los taludes. Hice un ramillete, pero el intenso calor lo secó y marchitó al momento. “Esto no puede ser la felicidad”, me dije a mí mismo.

Algo más adelante, me adentré en el bosque y vi los rayos de sol que desgarraban la oscuridad. Corrí hacia la luz, para que me inundara. Pero, nada más llegar, una nube cruzó el cielo y apagó la luz que yo quería abrazar. “Tampoco esto puede ser la felicidad”, dije para mis adentros.

Oí el murmullo de un riachuelo. Allí, en un banco de la orilla, vi un violenchelo metido en su estuche. Traté de arrancarle una bella melodía, pero el chelo sólo emitió un sonido parecido a un sollozo. “Tampoco esto puede ser la felicidad”, pensé.

Cansado de vivir, aburrido de la rutina de cada día, regresé a casa con las manos vacías. Al día siguiente, me eché otra vez al camino.

Tan pronto como di mis primeros pasos, vi a una niña llorando a la vera del camino. Cogí una roja amapola, una blanca margarita y un lirio azul y se las regalé para que se consolara.

Un poco más lejos, vi a un anciano que tiritaba de frío a la entrada del bosque. Cogí los rayos de sol en mis manos y se los di al anciano para que entrara en calor.

Por fin, sentado junto al arroyo, vi a un chico joven que cantaba. Cogí el chelo y empecé a tocarlo para acompañar su canción.

La sonrisa de la niña, el calor del anciano y la melodía del joven fueron para mí un perfume, paz y alegría en brazos de una felicidad redescubierta.

(Patxi Ezkiaga, poeta vasco)