Encíclica “SPE SALVI” (Salvados por la esperanza)

Os presento una vez más muy de prisa unas reflexiones en torno a la nueva encíclica de Benedicto XVI. La primera fue sobre el amor. La segunda es sobre la esperanza. Es decir, sobre el corazón del mensaje cristiano.

Empezaré por reconocer el acierto del tema. La Iglesia jerárquica ha de hablar de todo lo humano, de todo lo mundano. Pero ha de hacerlo desde el núcleo vivo de su fe: desde la fe en un misterio divino que es amor encarnado y que acompaña todos nuestros valles de tinieblas y nos conduce a las fuentes de la vida.

Esta encíclica lo intenta y lo logra sólo en parte. Intenta decir que Dios nos acompaña en nuestra muerte y hace germinar desde dentro la esperanza de la vida, una vida que merece ese nombre. La vida. Esta encíclica es una profunda profesión de fe, que a ratos es también bella (¿cómo podría la fe, si lo es, no ser bella?). Esta encíclica es una firme confesión de esperanza (demasiado firme incluso, y ahí empiezan los problemas, pero dejo esto para luego).

Este papa es un gran creyente con una gran inteligencia y calor en el corazón. Junto a sus ojos penetrantes y luminosos tiene un gran corazón. Hay que reconocerlo.

Dicho eso, esta encíclica no me satisface. Me parece, de nuevo, una gran ocasión perdida. Una oportunidad malograda para hablar a los hombres y mujeres de hoy en un lenguaje que les pueda llegar al corazón e iluminar sus ojos. Pero esto lo dejo para luego

I. SPE SALVI. UN FLORILEGIO DE LA ESPERANZA

En esta encíclica encuentro yo muchos destellos que iluminan y dan calor. Y me quiero quedar con esas afirmaciones cálidas y luminosas de la esperanza. Yo no necesito negar la luz y el calor que existen en otros. También en otros son gracia de Dios que agradecemos. Son Espíritu de Dios que mora en todos los seres, el Espíritu que sigue realizando la encarnación de Jesús en todos los lugares, en todas las personas.

Reseño a continuación algunas frases de la encíclica que me resultan inspiradoras. Son citas entresacadas, pero textuales, y doy al final el número entre paréntesis. No añado nada. Quito mucho, eso sí: la encíclica tiene 30 páginas, y yo la reduzco a 2. Pienso que a esta encíclica hay que quitarle muchas cosas que la afean y pienso que, una vez así depurada, habría que añadirle otras muchas cosas para equilibrarla. Pero aquí yo no añado ni palabra, sólo quito. Es, pues, una lectura selectiva (¿no es toda lectura, siempre, una selección? ¿y no es toda selección una interpretación?). He aquí mi lectura selectiva, a modo de un florilegio de la esperanza.

1) “En esperanza fuimos salvados”, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar (Introducción).

2) La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par (n. 2).

3) Llegar a conocer a Dios, eso es lo que significa recibir esperanza (n. 3).

4) Ella [Josefina Bakhita] era conocida y amada, y era esperada. Yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda. Este gran Amor me espera (n. 3)

5) Jesús ha traído el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos (n. 4).

6) El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo. Con Él, se encuentra siempre un paso abierto (n. 6). Él es realmente el «filósofo» y el «pastor» que nos indica qué es y dónde está la vida (n. 8).

7) «En germen » –por tanto según la «sustancia»– ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera (n. 7). Se esperan las realidades futuras a partir de un presente ya entregado (n. 9)

8) La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que el fundamento habitual queda relativizado. Se crea una nueva libertad ante este fundamento de la vida (n. 8).

9) La fe cristiana ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida? ¿Es para nosotros « performativa », un mensaje que plasma de modo nuevo la vida misma, o es ya sólo « información » (n.10).

10) Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos? (n. 11).

11) Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta más profunda: ¿qué es realmente la « vida »? Y ¿qué significa verdaderamente « eternidad »? Hay momentos en que de repente percibimos algo: sí, esto sería precisamente la verdadera « vida », así debería ser. En contraste con ello, lo que cotidianamente llamamos « vida », en verdad no lo es (n. 11).

12) De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos (n. 12).

13) Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría (n. 12).

14) Esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un « pueblo » y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este « nosotros ». Precisamente por eso presupone dejar de estar encerrados en el propio « yo », porque sólo la apertura a este sujeto universal abre también la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia el amor mismo, hacia Dios (n. 14).

15) La razón y la libertad parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta. Ambos conceptos llevan en sí mismos, pues, un potencial revolucionario de enorme fuerza explosiva (n. 18).

16) El hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables (n. 21).

17) ¿Qué podemos esperar? Es necesaria una autocrítica de la edad moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza. En este diálogo, los cristianos, en el contexto de sus conocimientos y experiencias, tienen también que aprender de nuevo en qué consiste realmente su esperanza, qué tienen que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle (n. 22).

18) Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso, sino una amenaza para el hombre y para el mundo (n. 22).

19) Razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y su misión (n. 23).

20) Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma (n. 24).

21) El hombre es redimido por el amor. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39) (n. 26).

22) Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás (n. 28).

23) El que reza nunca está totalmente solo (n. 32).

24) Sólo la gran esperanza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar… (n. 35).

25) La gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro « abogado », parakletos (cf. 1 Jn 2,1) (n. 47).

26) Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? (n. 48).

II. ALGUNAS SOMBRAS

He dicho al principio que esta encíclica me parece una ocasión perdida. ¿Por que? Fundamentalmente, por dos razones: por el exagerado exclusivismo cristiano que profesa y por la perspectiva tan ahistórica de la esperanza que proclama. Baste un comentario breve sobre cada uno de estas graves limitaciones de una encíclica que pudo ser otra.

1. Fuera del cristianismo (entiéndase Iglesia católica) no hay salvación, no hay Dios, no hay esperanza. Y no puede haber auténtico amor. Ésta es la dura tesis que subyace. Es una pena que sigamos en ésas. Es una perspectiva polémica que todo lo echa a perder. El cristiano tiene un bello mensaje de esperanza que anunciar, pero todo se echa a perder cuando considera a todos los demás habitantes desesperados del error y de las tinieblas. Los no cristianos viven “sin Dios y sin esperanza”, se repite, forzando la frase de Ef 2,12.

Toda la encíclica se sustenta subra una tesis de fondo que se podría presentar en forma del siguiente silogismo: “Sólo el Dios verdadero puede garantizar la vida eterna. Sólo el que cree en la vida eterna puede amar hasta el fin. Ahora bien, es así que sólo el cristiano conoce al Dios verdadero, luego sólo el cristiano puede vivir realmente en esperanza, luego sólo el cristiano puede realmente amar”.

Cita sólo una vez a Lutero para contradecirle, pero desfigurando su pensamiento y contraponiéndolo a la esperanza auténtica. La historia de Ratisbona se repite.

Lo mismo pasa, por supuesto con toda la modernidad, con la ilustración, con el socialismo… Sólo en la Iglesia católica hay “esperanza cierta” (¿qué es eso?), porque sólo en ella se “conoce” al Dios verdadero (¿qué es conocer a Dios?). Y sólo en ella puede subsistir la auténtica acción en favor de la justicia (¿qué nos enseña la historia?). No sigo. Es una pena. La esperanza es demasiado frágil en todos, y nos necesita a todos. Juntemos todas las pequeñas briznas de esperanza allí donde se hallan, fuera de todas nuestras fronteras. El Espíritu de Dios llena el mundo y ama a todos los seres. Y todos los seres humanos son capaces de amar. Y todos los seres humanos compartimos las mismas dudas y sombras, y con todos está el Dios encarnado.

2. La segunda crítica de fondo tiene que ver con otro aspecto igualmente esencial. Esta encíclica habla sólo de la esperanza de vida eterna de los seres humanos después de la muerte. Nada sobre la esperanza de un mundo, de una justicia que brota en este mundo y anticipa el futuro, de una naturaleza reconciliada, de la paz y de la justicia que se abrazan, de este mundo como sacramento del mundo nuevo, de la esperanza futura que se ha de anticipar en la historia y sólo puede crecer desde la historia….

De todo eso nada. Cuanto dice sobre las luchas por establecer la justicia en este mundo es sólo negativo. ¿A quién puede interesar una esperanza de vida eterna tan desencarnada? ¿A quién puede interesar una esperanza que tiene, realmente, tan poco que ver con las luchas y dolores de parte de este mundo?

He de interrumpir aquí, aunque faltarían por decir tantas cosas. La esperanza nos une a todos y nos hace pobres. Que nuestras esperanzas se unan, para que nuestros dolores alumbren el mundo de Dios en éste.

(Publicado el 20 de diciembre de 2007)