Entrevista en ALANDAR

José Arregi, teólogo vasco, ha optado por desvincularse de la orden a la que pertenecía desde hacía 48 años, ante el enfrentamiento abierto con el recién nombrado obispo de su diócesis de San Sebastián, José Ignacio Munilla. “Agobiado” por el revuelo mediático, pero “tranquilo y bien”, sin más miedo del necesario cuando uno cambia “el marco” de su vida, explica que ha dado este paso, “para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo”.

–¿Cómo explica lo que le ha pasado?

–Adopté una posición muy crítica con el nombramiento del obispo Munilla, hice algunas declaraciones comprometedoras. No creo haber dicho ninguna mentira pero a lo mejor tenía que haber medido un poco más lo que dije. Esto desencadenó una cierta actitud de mayor control hacia mí. Antes de venir Munilla, en las vísperas de Navidad de 2009, a petición de instancias eclesiásticas superiores, el provincial me impuso el silenciamiento por un año, medida que yo acepté porque no tenía otra alternativa y para evitar otras medidas peores. Unos meses más tarde, Munilla llamó a nuestro superior provincial y le exigió que me impusiera un silencio total en todos los campos. Entonces juzgué que la condición que justificaba aquellas primeras medidas había sido anulada y me desligué de aquel voto de silencio que hice y así lo hice saber a mi superior franciscano. Al mismo tiempo, difundí un pequeño escrito titulado “Pido la palabra” en el que, de alguna forma me declaraba, en actitud de desobediencia eclesial, crítica, insumiso.

Lo hice por dos motivos: primero, porque quería que se aclarara mi situación cuanto antes, y, segundo, porque no quería colaborar con la estrategia de mi obispo que consistía en exigir al superior provincial que me impusiera silencio hasta que, al cabo de un tiempo, él se sintiera autorizado a tomar personalmente esas medidas. Me situé en una posición muy delicada e insostenible: o creaba un grave conflicto a la fraternidad provincial o dejaba la orden. Opté, de acuerdo con mis superiores, por dejar la orden para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo.

_¿Cuáles son las principales líneas de pensamiento teológico que defiende?

–Me he situado en la frontera a sabiendas de que no todo lo que pensaba o expresaba era una opinión segura. Es preciso arriesgarse para responder a las cuestiones de siempre y a las de hoy, no con las fórmulas tradiciones, sino con un nuevo paradigma, con nuevas categorías. Mi intención y mi deseo profundo, hoy en nuestra sociedad y cultura, es encontrar nuevas palabras y nuevos planteamientos que vayan hacia una renovación profunda de la institución de la Iglesia y una reinterpretación a fondo de los dogmas tradicionales de la fe. Esto se plasma de manera especial en todo lo que tiene que ver con dos cuestiones fundamentales: quién tiene la última palabra en la Iglesia; y la diferencia entre la palabra humana y la palabra de Dios, entre la fe y el texto.

–¿Has ido demasiado lejos o ha cambiado el clima en el que se venía desenvolviendo?

–Ha cambiado el clima eclesial. No tanto la posición teológica del Vaticano, pero sí el talante. El Concilio Vaticano II no alcanzó a ofrecer, en todos sus documentos, una expresión coherente de la nueva teología y eclesiología, sino que fue fruto de consensos y de equilibrios entre las diversas fuerzas. En muchos casos hay dobles lenguajes y concepciones contradictorias que no acaban de armonizarse. No fue un paso muy decidido hacia la renovación de la teología y la Iglesia, pero sí abrió una nueva época de renovación: se podía soñar en una nueva iglesia y se podía arriesgar la palabra para una nueva teología. Eso cambió en el pontificado de Juan Pablo II y con el nombramiento de Joseph Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se ha visto en todas las medidas disciplinares que se han tomado con muchos teólogos de renombre –la lista es muy larga–, y de manera muy especial en el nombramiento de los obispos.

–¿Ha echado en falta mecanismos de mediación, mayor transparencia e incluso procedimientos jurídicos que eviten que la solución a este tipo de conflictos sea impuesta por la autoridad ?

–He mantenido diversos encuentros con José Ignacio Munilla. Había buena voluntad de ambas partes, pero chocábamos siempre con dos escollos: ¿qué es lo que define la verdad o quién la define?, y ¿cuál es el criterio para decir que una afirmación entra o no dentro de la fe? El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos mínimos; tampoco se acepta con todas las consecuencias el reconocimiento por parte de Pío XII ya en 1943 de que en la Biblia hay géneros literarios y por tanto no se puede leer al pie de la letra. Yo, a lo mejor, voy demasiado lejos, pero no creo que eso sea importante. En repetidas veces le he dicho a mi obispo que no pretendía tener la razón. Reivindico en la Iglesia un lugar amplio para expresar la propia opinión teológica sin que se le responda con el peso de la autoridad.

–¿Se siente más libre?

–Me siento más libre, pero mi propósito de fondo es el mismo de antes. Tengo muy claro que no debo pensar de ningún modo que mi postura es la buena. De la manera más responsable y respetuosa que pueda, con mi propio temperamento y contradicciones, siendo el que soy, quiero seguir prestando dentro de la comunidad eclesial y en esta sociedad, más allá de si uno es creyente o no creyente, heterodoxo o hereje, mi pequeño servicio como cristiano, quiero ser seguidor de Jesús, y del espíritu de Francisco de Asís y caminar con mi comunidad. Llevaba tiempo trabajando en ámbitos no ligados a ninguna institución religiosa. La hipoteca a la que están sometidas todas las instituciones religiosas y todas las obras que dependen de ella nos llevan a renunciar a la libertad o a pagar un precio muy alto.

–¿Ve cerca el final del invierno eclesial y el resurgir de la primavera?

-No lo veo cerca, soy bastante pesimista, porque todos los hilos y mecanismos del poder están prácticamente monopolizados por un sector ultraconservador, lo que es muy visible en toda la Iglesia católica y más en la del Estado español. El futuro institucional va a ir cerrándose cada vez más y ofreciendo menos oportunidades a la renovación. Vamos hacia una Iglesia no sólo convertida en guetto, sino también en secta. La masa de la sociedad va a ir desertando más o menos silenciosamente, como viene pasando desde hace muchos años.

–Algún brote verde habrá, que por lo menos nos anuncie la llegada, más pronto o más tarde de la primavera…

-No hay que esperar a que se produzca la implosión de la Iglesia institucional, que se va a producir tarde o temprano. Para mí es motivo de optimismo la fe en el Espíritu Santo, que es verdor, no ya un brote verde, sino que hace reverdecer todo; creo en el Espíritu que está presente y habita en todos los seres humanos. Y creo en el Espíritu activo en nuestra cultura. Muchas veces se manifiesta más en los márgenes y fuera de las fronteras de los ámbitos institucionales confesionales. Sin esperar a que se dé la implosión y a ver qué viene luego, lo importante no es lamentarse ni combatir a los obispos, lo que no nos lleva a nada, sino simplemente vivir aquello que nos merece la pena, en comunidades cristianas muy pequeñas o en comunidades de cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, ensayando lugares de nueva espiritualidad. Es importante crear espacios que respondan a esas demandas de espiritualidad, que trascienden fronteras, que es muy viva y que van más allá de todas las expresiones y límites institucionales de tipo religioso.

(Publicado en Alandar, septiembre de 2010)