Escritores vascos y Dios
¡Hola, amig@s!
El cielo de Arantzazu es hoy enteramente de color ceniza, al igual que las peñas. Y hay un gran silencio. Todos los pájaros callan, salvo algún petirrojo de vez en cuando. En los días grises de invierno, el canto del petirrojo es más pausado y misterioso, y hace que el silencio sea más hondo y terso. Un silencio sonoro.
Me parece bello pensar y sentir que Dios nos habla en el cielo gris, la peña gris, el árbol desnudo y el canto pausado del petirrojo. Dios nos habla al corazón silenciosamente. Su mansedumbre y ternura curan nuestros miedos, para que podamos oír palabras de consuelo.
Ayer tuvo lugar la presentación a la prensa de un libro especial. Recoge las respuestas de 40 escritores vascos de hoy (en euskara) a unas preguntas sobre Dios. Un libro sobre Dios no escrito por teólogos. Dios mío, ¡cuántos libros de teología sobran! ¡Qué insulsa y aburrida, qué anticuada es nuestra palabra sobre Dios! En este libro hablan los “otros”, los que niegan a Dios o no lo echan en falta, los que dudan de Dios e incluso le añoran sin poder descansar, los creyentes que conocen la paz y el dolor de Dios, el silencio, el exilio, la ternura.
Mirad, por ejemplo, este párrafo de Harkaitz Cano, un autor muy joven y dotado, buen exponente de la juventud actual, crecido fuera de todo ambiente religioso en la familia y en la sociedad. Sus seis páginas sobre Dios terminan así: “Quisiéramos creer que existe algo más allá de lo que tenemos y vemos (de nuevo nos persigue la misma palabra: algo, algo, algo…). Pero nuestra sospecha es que no hay nada. ¿Ésa será nuestra tragedia? ¿Por eso es quizás que nos empeñamos en inventar algo? Inventar algo haciendo o inventar algo a la contra, deshaciendo. Inventamos. Reunimos las huellas de lo que otro ha inventado y nosotros queremos dejar las nuestras propias. Vivimos como momentos epifánicos y tratamos de retener el aroma de la hierba verde o el del pan recién cocido, el hermoso solo del pianista. Epifánico. Utilizamos tales palabras aunque no tengamos fe. Pero tampoco somos tan ingenuos: sabemos que es en vano. Nuestras huellas en la arena duran poco. Mientras tanto, nos divertimos como mejor podemos. Riendo o sonriendo [un juego de palabras intraducible: irribarrez edo irri barez]. Y nada más. ¿Nada más? Sí, quizás hay algo más: nuestra permanente obstinación en buscar el lado más fresco de la almohada”.
Siempre buscamos un lado más fresco, como buscamos una figura más bella, o una palabra más luminosa, o una mirada más tierna, o una presencia más compasiva. La realidad es muy misteriosa. Todo cuanto es, ¿no nos está revelando el misterio vivo y grande que llamamos Dios? Existe la belleza. ¿No es Dios la Belleza? Existe el amor. ¿No es Dios el Amor? Existe la compasión. ¿No es Dios la Compasión? Existe la proximidad hecha de ternura. ¿No es Dios la proximidad hecha de ternura? Existe la palabra. ¿No es Dios la palabra? Existe la respuesta. ¿No es Dios la atención y la respuesta? Existe la mirada del otro. ¿No es Dios la mirada del Totalmente-Otro y No-Otro? Existe la conciencia. ¿No es Dios la Conciencia? Existe el cuidado. ¿No es Dios el sumo Cuidado?
Claro que en la realidad existen también la tristeza, la angustia, la impotencia amarga, la envidia, la soberbia, el daño. Sí, existe todo eso, pero todo eso no nos hace felices, es decir, no somos eso en el fondo más verdadero de nosotros mismos. Es la bondad la que nos hace felices en nuestro verdadero fondo. La esencia última de la realidad ¿no será la bondad que nos transforma y hace felices? ¿Y no será Dios el Fondo de la Realidad hecha de bondad transformadora?
¿No será por eso que buscamos la parte más fresca de la almohada en lo más banal y en lo más sublime?
Por eso clamamos, también con los que no esperan: Merana tha, “Ven, Señor”. No porque no esté con nosotros, sino para estar nosotros con Él.
Os deseo a todos un feliz Adviento.
(Publicado el 28 de noviembre de 2007)