Hosanna a Jesús y a la mujer

Un día, cuando la primera luna de primavera ya estaba crecida, Jesús se fue a Jerusalén a celebrar la Pascua. Y no se le ocurrió cosa mejor que entrar montado en un asno, como un Mesías al revés, un Mesías sin poder. Era un desafío en toda regla para el Sanedrín judío y para el Pretorio romano, para el poder religioso y político, exclusivamente masculino.

Tienes razón, Jesús: ¿cómo ibas a celebrar la Pascua, fiesta de la liberación, sino abdicando del poder y desafiando a los poderosos? Era peligroso, pero tú te atreviste y nos infundiste aliento. Así lo entendieron muchos hombres y mujeres oprimidas, gente pobre que no contaban ante nadie y para nada. Reavivaron la esperanza, agitaron ramos, corearon hosannas: “¡Seremos liberados! ¡Que viva el Liberador!”.

Si la liberación tarda tanta en llegar, es porque no esperamos. Pero la luna creciente y la flor del laurel, el grito de la tierra y el grito de los pobres testifican a favor de la esperanza de Jesús, mansa y rebelde, humilde y creadora. Quien espera de verdad realiza lo que espera, como quien respira vive. Seguimos esperando, y aclamamos a Jesús, a todos los profetas, a todas las profetisas, contra todos los poderes que matan.

En este Domingo de Ramos quiero en particular entonar hosannas de esperanza por todas las mujeres víctimas de la violencia machista. Andina, María del Pilar, María José, Ana, Rosalinda, María del Henar, María Dolores, Raquel… Así hasta 20 en lo que va de año. Así hasta 661 en la última década. Escalofriante letanía de nombres, interminable elegía sin nombres desde tiempo inmemorial. He ahí a la mujer.

¿Cómo se repite tanta locura? ¿Por qué un hombre llega a matar a la que es o fue su compañera? De la buena respuesta depende la buena solución. Y hay respuestas perversas, como la dada por la Conferencia Episcopal Española en un documento de 2004: en él se insinúa que “la ideología de género” y “el feminismo radical” tienen también la culpa del “alarmante aumento de la violencia doméstica”. ¡Obsesiones!, que diría el papa Francisco. Obsesiones inicuas, que señalan a la propia mujer como responsable de la violencia asesina que padece, por haberse rebelado contra el poder machista.

Pues sí: la rebelión de la mujer ante la voluntad de dominio por parte del hombre es, en el fondo, lo que más provoca la furia ciega de aquel, acostumbrado a ocultar sus complejos siendo dominador: “¿Cómo te atreves a ponerte a mi altura y hacerme frente? Eres mía. Tengo derecho sobre ti”. He ahí el problema, y la enseñanza tradicional de la Iglesia –“cásate y sé sumisa”– no es ajena. ¿Y la solución? La solución es el derrocamiento definitivo del dominio machista.

Jesús fue rebelde frente al poder establecido, sobre todo el poder religioso, el poder sacerdotal masculino, que pone sus normas de verdad y de pureza por encima de la vida. Sabía que con ello arriesgaba la vida. Pero, al presentir su final violenta, no se echó atrás, sino que hizo frente al Templo y al Palacio. Lo que estaba en juego era más que su vida, era la Vida: era la vieja promesa de todos los profetas, era la liberación universal esperada, era la igualdad de hombres y mujeres aún sin estrenar, era la erradicación de la razón de la fuerza, era la instauración del poder del derecho y de la paz. Todo eso estaba en juego, y la fe de Jesús, mansa y rebelde, fue mayor que su miedo. Montó sobre un humilde asno y desafió al Imperio y al Sacerdocio, a Pilato y Anás y Caifás, con sus cortes y legiones y todas sus inhumanas órdenes sagradas.

Sabemos cómo acabó la historia de Jesús. Pero ¿cómo acabó? ¿La bondad humilde y fraterna no es acaso más fuerte que todo poder arrogante? ¿La cruz solidaria no florece acaso en árbol y en pascua de Vida?

Alzo una palma, levanto una humilde rama de laurel en flor, con sus hojas verdes y sus flores amarillas, como llamitas de fuego. ¡Hosanna a Jesús y a la mujer asesinada! Que crezca la luna. Que llegue la Pascua. Que venza la vida.

(Publicado el 13 de abril de 2014)