JUSTICIA Y PAZ EN LA “RATIO FORMATIONIS FRANCISCANAE”

INTRODUCCION

a) Origen, objetivo, estructura de la Ratio[1]

La Ratio Formationis, aprobada en 1991, constituye el Documento orientativo de la formación, tanto inicial como permanente, para toda la Orden, y responde a la convicción de que “la formación de los miembros en la fidelidad a los orígenes del propio carisma y a los signos de los tiempos es el primer desafío” (Presentación) de la Orden y de las Provincias. Con el objeto de ayudar a las Provincias y a todos los hermanos a responder a este desafío, este Documento ha querido recoger y aplicar a la formación los frutos de la reflexión renovadora llevada a cabo, en el campo de la formación, desde el Capítulo General de 1967, reflexión que se vio plasmada sobre todo en las CCGG de 1987, pero también antes en los capítulos de Medellín en1971 y de Madrid en 1973 y en el Consejo Plenario de 1981, todos los cuales tuvieron como tema central precisamente la formación.

En los Congresos de Maestros de novicios (1988) y de Maestros de profesión temporal, por otra parte, se había puesto de manifiesto la necesidad de un instrumento formativo que ofreciese a toda la Orden unos principios y unas líneas programáticas comunes.

Fruto de todo ello es la Ratio Formationis, que no es propiamente un documento jurídico, sino más bien inspirador, orientativo.

Está dividido en tres partes:

– I. VOCACION EVANGÉLICA DEL HNO. MENOR: parte del art. 1 de las CCGG y recoge los rasgos fundamentales del carisma franciscano desarrollados en los 5 primeros capítulos de las CCGG.

– II. FORMACIÓN FRANCISCANA: desarrolla el cap. VI de las CCGG sobre la formación, siguiendo los temas según la misma estructura del cap. VI.

– III. FORMACIÓN GENERAL, TEOLOGICA, PROFESIONAL Y MINISTERIAL EN EL ESPIRITU FRANCISCANO: desarrolla el título VI del Cap. VI de las CCGG sobre “Otros aspectos de la formación”.

La Ratio sigue de cerca a las CCGG; contiene unas 80 citas explícitas de las CCGG, sin contar las del Apéndice; su influjo es visible en lo que se refiere a Justicia y Paz. Cuenta igualmente con muchas alusiones al Documento de Medellín sobre la Formación (9 referencias, sin contar las del Apéndice).

b) La Justicia y Paz en el Documento

¿La cuestión de la Justicia y Paz está tan significativamente presente en la Ratio que merezca ser objeto de estudio? A quien se acerque a este documento desde óptica no le cabrá duda de que sí: no sólo las claves fundamentales de la Justicia y Paz están muy presentes, sino que incluso constituyen la perspectiva de fondo para todos los aspectos principales de la formación.

Es evidente que no se trata de un Documento sobre la formación en clave expresa de Justicia y Paz y, sin embargo, todas las coordenadas fundamentales de la Justicia y Paz se hallan explicitadas, a menudo como enfoque explícito, siempre como trasfondo real.

Algunas limitaciones son palpables:

– Hay un silencio notable del carácter estructural de la injusticia y de sas implicaciones en la formación (sólo una alusión en este sentido).

– Parece estar más presente la dimensión cultural de la Justicia y Paz que su vertiente socio-política.

– No se alude a la problemática de la marginación de la mujer.

– Sobre todo, no ofrece pistas pedagógicas concretas y diferenciadas en orden a desarrollar el tema de la Justicia y Paz en las diversas etapas de la formación.

Dicho esto, hay que reconocer que no sería realista pedir mucho más a un Documento como éste que se propone ofrecer unas orientaciones generales para toda la Orden en toda su pluralidad y complejidad. En concreto, no es quehacer de un Documento de estas cracterísticas ofrecer concreciones pedagógicas, sino más bien brindar principios inspiracionales, horizontes operativos, criterios de discernimiento.

c) Mi propósito

No voy a hacer una lectura o presentación lineal de la Ratio. Tampoco voy a descender a aspectos pedagógicos. Trataré simplemente de recoger las afirmaciones que me parecen básicas, apuntanto algunos comentarios y esbozando algunas reflexiones de fondo.

Ordeno estas afirmaciones en 3 secciones: unos principios de espiritualidad, unos objetivos de la formación, unos lugares e instancias o medios formativos.

Soy consciente de quedar en todo ello a un nivel demasiado abstracto y vago, casi tópico, y de antemano pido disculpas.

I. UNOS PRINCIPIOS DE ESPIRITUALIDAD. “EN LA JUSTICIA Y PAZ”

Toda formación se sustenta sobre una espiritualidad determinada. También la formación en la Justicia y Paz presupone una espiritualidad, es decir, una manera de concebir el encuentro entre el hombre y Dios, un modo de entender el camino de la persona hacia Dios en la sociedad y en el mundo en el que vive. En esta Primera Parte, voy a destacar tres elementos que están muy presentes en la Ratio y que configuran de alguna forma una “espiritualidad de la Justicia y Paz”. Es decir: una espiritualidad del seguimiento de Jesús, el Justo y Pacífico; una espiritualidad que contempla a Dios en las víctimas; una espiritualidad de la encarnación y de la praxis.

1. Una espiritualidad del seguimiento de Jesús

El seguimiento de Jesús es una de las insistencias más reiteradas en la Ratio, sobre todo en la Primera Parte; utiliza la expresión “seguimiento de Jesucristo” más de 20 veces (Presentación; nn. 1; 3; 5; 6; 8; 9; 10; 11; 12; 16; 17; 20; 30; 35; 36; 41; 44; 56 3a; 132; 142). El hno. formando es ante todo un “discípulo” (1; 5; 26), llamado a “seguir las huellas de Cristo” (1; 17), más concretamente, a “testimoniar ante el mundo a Jesucristo pobre y humilde” (24), a “Cristo pobre y crucificado” (1; 15; 29; 36; 57), a “Cristo pobre, humilde y crucificado” (17). Esa es la identidad del hermano formando. Esa es la perspectiva y el horizonte de la formación.

Creo que ahí se nos da la clave de una formación en la Justicia y Paz. El seguimiento es lo que fundamenta y da sentido a la causa de la Justicia y Paz que abraza el hermano menor. Por eso, lo primero que ha de procurar la formación es hacer seguidores, discípulos de Jesús. Formar en la Justicia y Paz en perspectiva franciscana equivale a formar en el seguimiento y para el seguimiento de Jesús.

¿Y qué requiere formar en clave de seguimiento? Requiere no formar en el mero aprendizaje de principios, ideas y valores relacionados con la Justicia y Paz, sino en el ejercicio activo y personal del seguimiento del Justo y Pacífico. Sólo el seguimiento forma y forja, no el mero adoctrinamiento ideológico ni la mera praxis voluntarista ni la mera imitación superficial. De otra forma, la Justicia y Paz corre peligro de derivar hacia la ideología o el voluntarismo. La Justicia y Paz no es una mera iniciativa del hermano, sino continuación de la misión de Jesús. No es un mero programa de acción, sino antes de nada una identificación personal con el Crucificado resucitado en solidaridad con los crucificados, con sus esperanzas y desesperanzas.

2. Una espiritualidad de la contemplación de Dios en las víctimas

Recojamos unas afirmaciones de la Ratio. El formando necesita desarrollar la “actitud contemplativa capaz de escuchar a Dios” en la vida concreta (60), “el sentido de la presencia de Dios en el mundo” (56 2b) que “descubre en el mundo el bien que Dios realiza en él” (32; cf. Med F 52). Vale para toda formación lo que la Ratio dice acerca de la formación Permanente: que “es un itinerario de toda la vida, tanto personal como comunitario, en el descubrimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado, en sí mismos, en los hemanos, en el servicio, en la propia cultura y en toda la realidad contemporánea” (57). En el n. 33 se dice: “Para ser fieles a la propia vocación, los hermanos menores se encarnan en las situaciones concretas del pueblo en el que viven, descubren en él los diversos rostros de Cristo y en él encuentran la forma adecuada de vida franciscana”. ¿Y dónde descubrirá el hermano menor estos diversos rostros de Cristo pobre y crucificado? Pues sencillamente en los pobres y crucificados del pueblo en el que vive, en todos los rostros desfigurados de hoy[2], en los que se vela y se revela la gloria, la pasión, el tesón de un Dios prójimo y parcial.

El hno. formando ha de ir familiarizando su corazón y su mirada con ese rostro y con esos rostros del Crucificado. Y ésa es la manera evangélica y franciscana de percibir la manifestación de Dios en el mundo. Y esa mirada es un principio fundamental de espiritualida y a la vez un objetivo y medio de la formación: la formación tiene como objeto formar en el hermano esa mirada, y es esa mirada la que forma al hermano. Para el hermano menor, que es un seguidor de Jesús y un creyente, no se trata solamente de contemplar el mundo desde la perspectiva del pobre, sino también de discernir la presencia y la figura de Dios en el mundo desde los pobres y en los pobres. Y ésa es la manera de “ser reales” (J. Sobrino), de ser fieles a la realidad del mundo, pero también a la realidad de Dios, pues Dios se define como “aquél que ve la aflición, oye los clamores y conoce las angustias” (Ex 3,7) de las víctimas.

El hombre contemporáneo no pregunta qué es Dios, ni si Dios existe, sino dónde está. ¿Dónde está Dios en Auschwitz, en El Salvador, en Ruanda? Pues bien, Dios está siempre “fuera de la ciudad”, con los de fuera, crucificado con los crucificados[3]. El Dios que mira y prefiere a las víctimas nos mira desde las víctimas y quiere ser mirado en ellas. La injusticia que crea víctimas oculta a Dios dramáticamente, pero en un mundo donde hay víctimas, Dios no quiere ser buscado y encontrado sino en ellas. La cuestión no es simplemente creer en Dios, sino “creer en Dios desde las víctimas” (J. Sobrino). De manera que la proximidad con las víctimas y la opción en favor de ellas, o dicho de otra forma, la opción por la justicia y la paz, es el “lugar cristiano de la experiencia de Dios”[4].

La espiritualidad no consiste en adquirir la certeza de que Dios existe o la ciencia de cómo es Dios, sino la experiencia cordial y existencial de que Dios prefiere a los pobres. Y la cuestión de la formación, a su vez, ya no consiste en prepararse para probar al mundo de hoy que Dios existe, sino en prepararse mental, cordial y existencialmente para poder “decir a los pobres que Dios les quiere” (G. Gutiérrez).

3. Una espiritualidad encarnada y práctica

La Ratio afirma que “los hermanos menores se encarnan en las situaciones concretas del pueblo en el que viven, descubren en él los diversos rostros de Cristo” (33). Según la famosa expresión de D. Bonhöffer, “Cristo toma al hombre en el centro de la vida”; no en los márgenes, sino en el corazón del mundo y de la vida; no en plácidos espacios separados, sino en la lucha contra la injusticia y en la pugna por la paz. Una formación en espíritu de Justicia y Paz está animada y sustentada por una espiritualidad arraigada en la vida con toda su densidad de injusticia y conflicto, de esperanza y proyecto.

Tenemos aquí un criterio que resulta decisivo para la formación humana y espiritual[5]. Si Dios se encarna en la entraña de nuestra vida, sólo desde la entraña de la vida, del mundo, del hombre, podemos ir haciendo la experiencia transformadora del encuentro con Dios, y en eso consiste la espiritualidad. Una espiritualidad encarnada, atenta a la realidad en cuanto lugar de manifestación y encuentro de Dios. No una espiritualidad intimista, sino volcada; no una espiritualidad introvertida, sino atenta. No una espiritualidad huidiza, sino comprometida. No una espiritualidad quietista e interiorista, sino implicada y activa. No una espiritualidad espiritualista, sino espiritual, alentada por el Espíritu que vivifica y transforma. Una espiritualidad tanto más personal cuanto más implicada en la sociedad. Tanto más honda e interior cuanto más abierta hacia fuera y desde fuera[6].

Todo ello exige ligar espiritualidad y praxis vital, histórica. No para vaciar la espiritualidad en la acción, sino para hacerla camino y germen de transformación. Vale para la espiritualidad lo que la Ratio dice de la formación en general: que es “experiencial, es decir (…), favorece la experiencia concreta del estilo propio y de los valores franciscanos en lo cotidiano” (47), y es “práctica, en cuanto apunta a transformar en obras lo que se aprende” (48); insiste en la necesidad formación desde la vida y la experiencia concreta tanto en relación con los Postulantes (128 &3), como en relación con los novicios (142), los hermanos de profesión temporal (153) y aquellos que se preparan para cualquier ministerio (175; 177). No forman las meras doctrinas y las meras identificaciones ideales, sino el contacto con lo real iluminado y vivido en fe. Una espiritualidad desde el espesor de la realidad, que nos hace servidores admirados de la vida en todas sus formas, sobre todo en sus formas más amenazadas.

II. UNOS OBJETIVOS DE LA FORMACION. “PARA LA JUSTICIA Y PAZ”

Me parece importante señalar estos principios espirituales por los que se ha de regir la formación, pero es preciso descender y concretar más. En esta segunda parte voy a recoger los objetivos que la Ratio asigna a la formación y que están en relación con la Justicia y Paz. En un mundo donde todas las revoluciones parecen haber fracasado y todas las utopías se desvanecen, donde cunde el escepticismo, el sentimiento de perplejidad, la sensación de impotencia, la “ideología de la inevitabilidad” (J. Vitoria), la formación franciscana ha de procurar que los hermanos se dispongan para encarnar efectivamente el Evangelio en el mundo de hoy. Y este objetivo no es uno más entre los objetivos de la formación, sino el que autentifica y da sentido a los demás objetivos. Más concretamente, la formación franciscana ha de empeñarse en fomentar en los hermanos una triple actitud y actividad: una mirada al mundo en perspectiva franciscana, una compasión real y efectiva con los más pobres, una acción en favor de la justicia en paz y en favor de la paz en justicia.

1. Una mirada a la realidad desde la perspectiva de los pobres

Lo expresa muy bien la Ratio en un brevísimo número referido al Noviciado, pero que es aplicable a todas las fases de la formación: “El novicio desarrolle las capacidades para conocer, juzgar críticamente y participar de la realidad desde la perspectiva franciscana” (143). ¿Cuál es esta perspectiva franciscana? Sin duda, la de los preferidos de Jesús y de Francisco: la de aquellos que en este mundo carecen de abogado y de aliado. Es una perspectiva parcial, como todas, pero es la parcialidad de Dios que Jesús hizo Buena Noticia y que Francisco hizo forma de vida. “Conocer”, “juzgar críticamente”, “participar de la realidad” en esa perspectiva: he ahí el objetivo de la formación franciscana.

Es importante el modo como miramos, conocemos, juzgamos la realidad. Es verdad que vivimos tiempos de radical incertidumbre, de desorientación integral, y desconfiamos instintivamente de juicios globales sobre la realidad; pero también esto puede convertirse en tentación: la tentación de la renuncia a todo criterio. Y es verdad que vivimos en la “galaxia de la complejidad” (J. García Roca), y es preciso evitar la simplificación, y no querer volver a certezas dogmáticas, ni a doctrinas ideológicas, ni a sistemas omnicomprensivos. Pero, a la vez, es imprescindible que el hermano menor se aplique, como dice la Ratio, en “tener una visión crítica de la sociedad y del mundo” (162), en desarrollar una “sensibilidad hacia la realidad para ver los problemas y comprender sus causas” (180 a); más aún, en adquirir “la visión franciscana del mundo y del hombre” y en desarrollar “un equilibrado juicio crítico acerca de los acontecimientos” (32); claro que un “juicio equilibrado” no es un juicio imparcial y neutro que consciente o inconscientemente ratifica y respalda las situaciones de injusticia, sino un juicio animado por la lucidesz y la parcialidad evangélica. La formación ha de esforzarse, dice también la Ratio, en procurar a los hermanos una “capacidad para leer los signos de los tiempos” (56 &1c), y el gran signo de los tiempos es la sima creciente entre la riqueza de una minoría y la miseria de una mayoría[7]. La formación procura crear y ahondar en el hermano una mirada lúcida y crítica al mundo, no una mirada neutra, sino una mirada parcial desde la perspectiva de los pobres. Una mirada que mira a Dios en el mundo y mira al mundo con los ojos de Dios.

En esta misma línea se han de entender los objetivos que la Ratio señala para los estudios teológicos del hermano menor, a saber: “confrontar su fe con los problemas del mundo contemporáneo”, “iluminar y promover una práctica personal y social de la fe (165), posibilitar la “comprensión del mundo contemporáneo y de la persona” (151 &3). Ahora bien, no comprenderemos el mundo contemporáneo y a la persona humana dentro de él sino en la medida en que comprendamos que la miseria y el hambre son tanto más injustas cuanto más evitables. Ante la injusticia no cabe una teología imparcial.

Son dignos de destacar en este sentido algunos rasgos que la teología ha de poseer según los nn. 166 y 167: una “teología practicada en un espíritu de minoridad y de servicio; una teología asociada a la oración; una teología cercana a la vida, dirigida a la acción concreta” (166); “una teología de la Creación, que alimenta la alabanza del Creador, enseñando a los hombres el respeto por la Creación, enfocando con la luz de la fe los problemas ecológicos de nuestro tiempo; una teología y una cristología que actualicen la salvación y la liberación de Dios en respuesta a las llamadas y a las necesidades de los pobres de hoy; una teología que oriente al respeto de la persona y de sus derechos; una teología que mire a la construcción de un mundo fraterno (justicia, paz, ecumenismo) (cf. Documento sobre la formación del Cap. Gral de Medellín, 59); una teología que esté anclada en una visión escatológica y encuentre en ella la fuerza pra un compromiso cotidiano” (167).

2. Una compasión efectiva con los más pobres

L. Feuerbach sentenció acertadamente que “el sufrimiento precede al pensamiento”. Efectivamente, sólo se sabe lo que se padece, o más exactamente, lo que se com-padece. Nuestro mundo está más necesitado que nunca de una “razón compasiva” (J. Sobrino). En este sentido he afirmado en el punto anterior que sólo conocemos el mundo contemporáneo cuando nos hacemos cargo del dolor de los pobres. Pero hay que decir también a la inversa: el conocimiento ha de llevar a la compasión, a “encargarse y a cargar” (I. Ellacuría) con el sufrimiento de esa “población sobrante” cada vez más mayoritaria en nuestro planeta.

Esa compasión se llama en vocabulario franciscano minoridad. La Ratio recuerda, citando a Francisco y a las CCGG, que los hermanos están llamados a “vivir como menores entre los pobres y débiles (RnB 9,2)” (10); a vivir “en pobreza, humildad y mansedumbre entre los más pequeños, sin poder ni privilegio”, “como peregrino y extranjero, hermano y súbdito de toda criatura” (22); que los hermanos menores imitan a Francisco “escogiendo la vida y la condición de los pobres”, “se identifican con ellos, sirven a los oprimidos, a los afligidos y a los enfermos, y se dejan evangelizar por ellos”, hacen “una opción explícita por los pobres convirtiéndose en la voz de los sin voz, como instrumento de justicia y de paz” (25). En especial, la formación ha de procurar, recuerda la Ratio, que los hermanos escojan y asuman el trabajo “en espíritu de minoridad, sencillez y compartimiento, sobre todo con los pequeños y los pobres de este mundo” (159). Y como el amor sólo es real si es concreto y sólo es concreto si se ejerce con el más próximo, la compasión con los pequeños y la opción por los pobres ha de empezar y ha de expresarse en primer lugar en la fraternidad, en relación con los hermanos más necesitados de la fraternidad; en este sentido señala la Ratio, hablando del Noviciado, “el respeto y cuidado para con los hermanos ancianos, enfermos y débiles” (144) de la fraternidad como uno de los criterios para discernir la idoneidad del novicio para la primera profesión.

Esta minoridad-compasión, siendo como es un elemento esencial de la identidad del hermano menor, constituye el objetivo fundamental de la formación franciscana para la Justicia y Paz: la formación ha de tender a suscitar en el hermano esa identificación de juicio y de sentimiento, de mente y de corazón con los más pequeños: con el Tercer Mundo, con el Cuarto Mundo y con esa franja social – cada vez más amplia – que está marcada por lo que J. García Roca llama la “vulnerabilidad”[8], es decir, todos aquellos que no están ni del todo marginados ni integradas del todo en la sociedad y viven en la precariedad: trabajo precario, relaciones afectivas precarias, sentido de la vida precario.

Pero si quiere ser evangélica y franciscana, la opción por los pobres ha de estar impulsada, no por motivaciones de orden moral ni por convicciones de tipo ideológico, sino por la compasión que brota del corazón y alcanza y transforma toda la persona. Entonces, dicha opción se convierte en experiencia de la gracia y puede ser vivida auténticamente como expresión del amor gratuito: “se me tornó en dulzura de alma y cuerpo”. Pues “existe una forma de amar la justicia que está amenazada de no amar a los hombres”[9].

En minoridad-compasión que constituye un objetivo principal de la formación podemos incluir otro aspecto medular del carisma franciscano: el respeto a la Creación. Es ésta una expresión que se repite varias veces en la Ratio: 21; 56 &3 c; 156; 162. ¿Qué significa “respeto de la Creación”? Significa admiración y miramiento exquisito de todo cuanto es, porque es criatura de Dios y posee la dignidad de un hermano, y en ella Cristo se hace presente y encontradizo (cf. 12). Señala la Ratio que este “respeto a la creación” es uno de los criterios de idoneidad del hermano para la profesión solemne (156). La formación debería ayudar a descubrir que en la ecología no se trata de una preocupación egoísta de una sociedad opulenta, ni de una manifestación superficial de una espiritualidad aburguesada, sino de algo que está en la entraña de la fe de Francisco: el sentido de las criaturas como sujetos y no como meros objetos de manipulación y consumo humano[10], y el sentido del respeto ante el derecho inviolable de toda criatura. Y la formación debería ayudar a descubrir que lo que está en juego en la problemática ecológica es el derecho a la existencia de todo cuanto es y el derecho a la supervivencia de los que nos sucederán en nuestra hermana madre Tierra.

He ahí las preferencias mentales, cordiales, existenciales, que la formación deberá ir suscitando y reforzando en los hermanos. Para ello sería indispensable establecer una pedagogía concreta y operativa, procesual y coherente que, evidentemente, la Ratio no puede ofrecer. ¿Cómo hacer que los criterios de juicio y las opciones prácticas de los hermanos formandos se configuren desde la compasión-minoridad? ¿Cómo ir purificando y autentificando las idealizaciones demasiado superficiales de muchos de nuestros candidatos? ¿Cómo ir sustituyendo en otros muchos unos ojos y unos hábitos propios de los más privilegiados de nuestro mundo por las preferencias de Jesús y de Francisco? ¿Cómo motivar y consolidar espiritualmente, sobre todo a partir del Noviciado, esas preferencias? ¿Cómo ofrecer durante los años de la profesión temporal unas plataformas de experiencia y de encuentro real con los más pobres, en orden a que la opción por ellos vaya arraigando en la vida real de los hermanos? Son interrogantes que deberán estar en el centro de interés de formadores y formandos. De otro modo, la Justicia y Paz se arriesga a reducirse, como nos sucede tantas veces, a un vago deseo o a una fórmula vacía.

3. Una acción en favor de la justicia en paz y en favor de la paz en justicia

La acción por la justicia y la acción por la paz. Ambas acciones van juntas, más aun, son la misma. Constituyen, pues, un único objetivo de la formación, imposible de separar. El hermano menor, recuerda la Ratio, “trabaja por la justicia y la paz, y respeta la creación” (21), ha de convertirse en “instrumento de justicia y paz” (25; 32), en “mensajero de la justicia, de la paz y de la reconciliación” (180 a). Y a ello mira y por ello se mide la formación franciscana. La “búsqueda de la justicia y de la paz” (56 2b) figura entre los principios específicos del crecimiento cristiano del formando; el “sentido de justicia, paz y respeto por la creación” (156) se cuenta entre los criterios de idoneidad para la profesión solemne; y la eficiencia “en el compromiso de transformar la sociedad en el sentido de la justicia, de la paz y del respeto a la creación” (162) se incluye entre los objetivos de la formación general. En resumen, la justicia y la paz, junto con el respeto a la creación, son principio, criterio y objetivo de la formación. Especifiquemos algo más siguiendo a la Ratio.

Por un lado, acción en favor de la justicia. En la medida en que los marginados y los “vulnerables” de nuestro mundo y de nuestra sociedad son víctimas de una injusticia, la compasión para con ellos ha de traducirse necesariamente en acción contra la injusticia y en acción por la justicia. La Ratio señala que “el hermano menor se sensibiliza y trabaja por eliminar todas las formas de injusticia y las estructuras deshumanizadoras existentes en el mundo” (25); y que “el hermano menor… está preparado para denunciar con vigor todo lo que sea contrario a la dignidad humana” (34). También este elemento pertenece al objetivo esencial de la formación. Y la Ratio no deja de señalar una pauta de acción por la justicia que siempre es preciso seguir recordando y actualizando, a saber: que “es preciso atender a que los destinatarios de la caridad se conviertan en los protagonistas de su promoción humana y de su liberación” (180 a).

Ahora bien, el trabajo por la justicia es inseparable del trabajo por la paz, como el trabajo por la paz es inseparable del trabajo por la justicia. Si “la justicia es el nombre de la paz” (Pablo VI), la paz es el nombre de la justicia plenamente realizada. La Ratio insiste en la Primera Parte en que el hermano menor está llamado a ser “hombre de paz” (28) y “mensajero de reconciliación y de paz” (3), a vivir como “reconciliado y pacífico” (22); “como heraldo de la paz, la lleva en el corazón y la propone a los demás” (34; cf. 26; 29). El “empeño por la reconciliacion y el perdón” (56 3c) ha de distinguir el crecimiento franciscano del formando, y el “espíritu misericordioso y reconciliador” (156) es un criterio de idoneidad para la profesión solemne.

Evidentemente, tener “espíritu misericordioso y reconciliador” no equivale a ser pusilánime ante las situaciones de conflito y de injusticia; formar para ser “hombre de paz”, “heraldo de la paz”, no significa enseñar a rehuir conflictos, sino preparar a afrontarlos: la formación ha de cuidar de que el formando vaya adquiriendo “capacidad de comunicar y enfrentar los conflictos” (56 1b), empezando por la propia fraternidad; es la propia fraternidad el primer ámbito donde los hermanos han de “promover las capacidades de comunicación, de resolución de los conflictos” (64).

Es preciso señalar, por fin, que luchar por la justicia en la paz y por la paz en la justicia es una tarea llena de riesgos, expuesta a mil desaciertos. Quien quiera ser instrumento de justicia y de paz habrá de aprender a asumir la complejidad y la incertidumbre, incluso la ambigüedad y el yerro. Habrá de aprender a abordar los conflictos sin pactar con ninguna injusticia y sin ceder a ningún sentimiento de odio y rencor, y ello requiere una gran libertad interna y una gran fortaleza de espíritu. Pero esta fortaleza no es propiedad de superhombres, sino de aquellos que se saben pobres y perdonados, indigentes y agraciados.

III. UNOS LUGARES Y UNAS INSTANCIAS FORMATIVAS. “DESDE LA JUSTICIA Y PAZ”

Tras haber señalado, siguiendo las indicaciones de la Ratio, que la Justicia y Paz constituyen un fundamento espiritual y un objetivo de la formación, quiero poner de relieve en tercer lugar que la Justicia y Paz define también un lugar y un medio para la formación, instancia y factor formativo. Si toda espiritualidad, como todo saber y todo obrar, están condicionados por un lugar y un contexto, lo mismo ha de decirse de la formación. La formación no es transmisión de ideas, sino transmisión viva de referencias vitales. La formación no es una en primer un programa de información, sino un camino de transformación. La formación es, en último término, como la espiritualidad misma, un modo de vida. Y la vida se enseña y se aprende sobre todo por connaturalidad y contacto, por intuición y afecto. Se forma, en último término, desde un estilo de vida. Voy a señalar en esta Tercera Parte tres rasgos de la Justicia y Paz como lugar desde el que el hermano se forma: fidelidad al mundo, inserción-inculturación, diálogo.

7. Desde la fidelidad al mundo de hoy

En la Ratio encontramos con frecuencia la expresión “mundo de hoy”, “hombres de hoy”… (3; 15; 66; 35;132; 137; 144…), más aun, “fidelidad a las exigencias del mundo de hoy”, “fidelidad a los signos de los tiempos” (Presentación), o simplemente “fidelidad al hombre y a nuestro tiempo” (15).

¿Qué significa esta fidelidad? Significa en primer lugar “atención”; requiere, en expresión de la Populorum Progressio recogida por la Ratio, que los Hnos. estén “atentos al hombre, a todo hombre, a todos los hombres” (157); que la formación esté “atenta a las renovadas llamadas del mundo” (50), que el hermano formando esté “atento a los signos de los tiempos” (26; 32); que “la fraternidad de formación esté atenta al mundo y a la historia, a la realidad social concreta” (79). Esta fidelidad al mundo y al hombre de hoy no es evidentemente adhesión servil y acrítica, sino actitud vigilante y acogedora; no significa conformidad y adaptación fácil, sino escucha alerta de las voces, las llamadas, las demandas del hombre de hoy.

La fidelidad significa también respuesta a las necesidades actuales del mundo. Hablando del programa de formación de los hermanos de profesión temporal, se dice que ha de responder “a las expectativas y a las necesidades del mundo contemporáneo” (150), lo cual presupone una “comprensión del mundo contemporáneo” (151 &3). Escucha, comprensión, respuesta. Y aun más: comunión. La formación ha de fomentar una comunión en profundidad con el mundo y el hombre de hoy. Hablando del noviciado, dice la Ratio que el hermano novicio “se prepara para vivir teórica y prácticamente en la Iglesia y en la Orden una comunión más profunda con los hombres de hoy en su realidad histórica, social, política, cultural y religiosa” (137; cf. CCGG 127 &3; 130). La formación en espíritu de Justicia y Paz requiere escucha atenta, respuesta positiva, comunión cordial con el mundo en que vivimos, contra tentaciones tan frecuentes de reproche y censura. Hemos de formar para la sintonía con el hombre de hoy más que para su condena, para caminar juntos más que para imponer, para ser compañeros más que para impartir magisterios y advertencias[11].

La fidelidad al mundo actual requiere, por fin, de formadores y a formandos un constante esfuerzo de creatividad. La Ratio señala que los hnos. “se esfuerzan creativamente por descubrir nuevos caminos para promover y difundir los valores evangélicos” (39). Estamos llamados a “construir el Reino en tiempos y condiciones en continuo cambio” (59), y ahí es donde radica, nos dice la Ratio, la necesidad de la formación permanente. Formarse es abrirse “a nuevas formas de vida y de servicio” (50), “adaptarse continuamente a las necesidades de la Iglesia y del momento histórico” (180 a).

El Evangelio es constante novedad, porque es noticia siempre desconocida y porque se anuncia y se escucha en una historia humana siempre cambiante. Y mucho más cambiante, si cabe, en nuestro tiempo de transformaciones aceleradas, donde esquemas y soluciones de ayer quedan hoy caducos, donde cada nueva transformación trae consigo nuevas injusticias y donde toda injusticia adquiere dimensiones planetarias. En un mundo así, la formación ha de ayudar a mantener los ojos muy abiertos y la existencia entera libre, disponible, creativa.

2. Desde la inserción en la vida y la cultura del pueblo

La Ratio insiste en que la vida misma en la fraternidad y en el mundo es el lugar propio y el medio mejor de la formación. “La formación franciscana tiene lugar en la fraternidad y en el mundo real” (43); ahora bien, para una mirada evangélica y franciscana, lo más real del mundo en que vivimos es el contraste entre la riqueza de unos y la pobreza de otros. Por eso, la formación franciscana requerirá la inserción – que podrá ser muy variada, pero que deberá ser muy auténtica – en la realidad de los más pobres del mundo, del entorno y de la misma fraternidad. El hno formando “se inserta activamente en la vida social y comunitaria” (45).

Este rasgo vale para todas las fases de la formación, pero se aplica especialmente al tiempo de la profesión temporal: “el hermano de profesión temporal insértese y solidarícese con la realidad del mundo y de la problemática del propio país en el que está llamado a vivir su vocación” (155). “La formación práctica para cualquier servicio ministerial se realiza ante todo en la experiencia cotidiana de vida en la fraternidad, en la comunidad eclesial, en la sociedad y en particular entre los pobres” (177). Este “en particular entre los pobres” define siempre lo peculiar de Jesús y de Francisco y, por consiguiente, también lo peculiar del lugar de la formación franciscana. La formación franciscana no sólo tiene lugar en espíritu de minoridad, sino también desde la experiencia de minoridad.

Evidentemente, las formas de inserción podrán ser muy diversos, pero una cercanía y experiencia efectivas de la realidad del mundo en que vive el formando es una condición y un medio, tanto como un objetivo, de una formación en, para y desde la justicia y paz. Y esto adquiere una validez especial en la formación permanente: “la formación permanente se realiza en el contexto de la vida cotidiana del hermano menor, en la oración y en el trabajo, en sus relaciones tanto internas como externas a la fraternidad, y en la relación con el mundo cultural, social y político en el que se mueve” (58). La experiencia de la vida real y del mundo real es lo que forma, en último término.

¿Cómo aplicar y llevar a la práctica este criterio? La Ratio no lo concreta, como es comprensible. De todos modos, es interesante señalar que considera la posibilidad de “pequeñas fraternidades formativas entre los pobres” (80)”.

Una de las exigencias fundamentales de esta inserción es la inculturación. La Ratio formula el principio siguiente: “La formación franciscana está inculturada en las condiciones de vida del ambiente y del tiempo en que se desarrolla” (49). La formación del profeso temporal, dice también, ha de incluir una “introducción a la comprensión de la cultura y de la religiosidad popular” (151 3); y la preparación del hermano menor para la evangelización requiere “la disponibilidad para la inculturación y para la valorización de la religiosidad popular…, la cercanía a la vida y al lenguaje del pueblo, el conocimiento y el diálogo con las otras religiones y culturas” (179). Todo ello impone a los formadores una exigencia evidente: “Los formadores esfuércense por integrar su trabajo en el contexto cultural de los lugares en los que son llamados a servir” 100).

Cultura es todo el conjunto de referencias de sentido, valores de conducta, horizontes simbólicos que configurarn y motivan la vida de las personas y de los puebles; cultura es ese subsuelo que compartimos con aquellos que nos son más cercanos, pero también a la vez aquello que nos permite acercarnos y entender a los más alejados, aquello que nos permite entrar en diálogo y en búsqueda común. Es posible y es preciso abrirse desde la propia cultura a la de los otros, y por fin es la cultura de los otros la que nos permite entendernos a nosotros mismos más en profundidad. Por eso, la inculturación no es una mera adaptación, sino esa penetración en la raíz vital de las personas y de los pueblos que nos habilita no sólo para anunciarles la Buena Nueva, sino también para recibirla de ellos. Ese encuentro y ese cruce es el gran lugar para una formación que quiera servir a la justicia y a la paz.

3. Desde el diálogo y el respeto de la diferencia

La Ratio insiste en el diálogo tanto hacia dentro de la fraternidad como hacia fuera; el hermano vive “en la escucha y el diálogo” (23), en “respeto de la diversidad” (75) dentro de la fraternidad y “en diálogo con los hombres del propio tiempo” (33); “cultiva la actitud de benevolencia y diálogo respecto a las diversas culturas y religiones” (26). “En la casa de formación se debe favorecer una atmósfera de confianza, diálogo y cortesía” (76); los formadores deben poseer “la capacidad de trabajar juntos, de dialogar y escuchar a los otros hermanos” (84); “el entrenamiento en la escucha activa” (163) es uno de los objetivos mayores del estudio de las ciencias humanas, “dialogar con los otros cristianos, con las otras religiones y con los agnósticos” es uno de los objetivos de la formación teológica, “el conocimiento y el diálogo con las otras religiones y culturas” (179) es uno de los requisitos de la preparación a los ministerios.

Cada uno de los lugares del mundo en que vivimos es cada vez más una encrucijada, donde nos encontramos con la presencia insoslayable e irreductible del otro: el otro con su lengua y su lógica, su religión y su moral, su ética y su política. Habitamos un mundo cada vez más común y, sin embargo, cada vez más plural. La llamada postmodernidad es esencialmente resultado del pluralismo radical de nuestras sociedades. De manera especial, se nos impone hoy la presencia de culturas y de religiones secularmente ignoradas y relegadas por nuestro Occidente cristiano y por nuestra Iglesia eurocéntrica. Culturas y religiones que de ninguna manera podemos reducir a lo que ya sabemos y a lo que ya creemos. Culturas y religiones que perturban nuestras seguridades y contradicen nuestras pretensiones, y así nos convierten y nos incitan a creer de manera más humana en un Dios más divino.

Este pluralismo constituye uno de los mayores retos de la formación: ayudar a asumir ese pluralismo de manera positiva, más aun, ayudar a que el propio pluralismo se convierta en estímulo y en medio formativo, en ejercicio de crecimiento y de búsqueda común, sin recaer en el escepticismo ni en el dogmatismo, sin ceder al relativismo ni a la intolerencia. El camino estrecho a seguir es el diálogo, que permite hacer de la encrucijada un encuentro, de la diferencia un diálogo, de la divergencia un camino común hacia la justicia y la paz.

En conclusión y en resumen: la formación contribuye a la justicia y a la paz en el mundo iniciando a los hermanos en una espiritualidad encarnada del seguimiento de Jesús y de la fe en un Dios parcial; conduciendo a los hermanos a mirar el mundo con los ojos de Dios y a implicarse en él con la compasión del Crucificado; enseñando a los hermanos a crecer como hombres y como creyentes desde la inserción en el mundo y el diálogo con el otro.

En: Franciscanos por la Justicia, la Paz, la Ecología. Col. Hermano Francisco, EFA, Oñate 1999, p. 59-76.

  1. Este estudio reproduce la ponencia presentada en Madrid el 10 de abril de 1997, en la XXV SEMANA INTERPROVINCIAL de la CONFRES (Conferencia Hispano-portuguesa de Ministros Provinciales).

  2. Los “rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes que no encuentran digna acogida, los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir” (Documento de Santo Domingo, 178).

  3. “Dios se encuentra siempre fuera, con los que el mundo ha arrojado lejos de sí” (C. DUQUOC, “El desplazamiento de la cuestión de la identidad de Dios a la de su localización”, Concilium 242 [1992], p. 17).

  4. J.I. Gz. FAUS, “Justicia”, Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, p. 656.

  5. “La preocupación por la tragedia de la injusticia en nuestro mundo y el compromiso activo por combatirla es fuente y alimento de experiencia espiritual” (J.M. RAMBLA, “La lucha por la justicia, taller de espiritualidad”, o.c., p. 115)

  6. La tendencia espiritualista y privatista es característica de la “religión que vuelve” actualmente y de muchos de los nuevos movimientos religiosos que hoy están en auge. También en ámbitos de inspiración cristiana se constata el predominio de las llamadas “comunidades emocionales” (cf. D. HERVIEU-LÉGER, Vers un christianisme nouveau: Introduction à la sociologie du christianisme, Cerf, París 1986). J.M. Mardones indica acertadamente: “Las comunidades emocionales tienen su piedra de toque y su correctivo precisamente en el Dios de los pobres y en el compromiso por la justicia, cuya carencia hace que el énfasis en la experiencia del individuo degenere en religiosidad del corazón y en huída dentro del pequeño grupo” (Postmodernidad y cristianismo, Sal Terrae, Santander 1988, p. 132).

  7. “La congoja producida por la injusticia es principio de conocimiento de la realidad social” (J. VITORIA, “Tras las huellas de la justicia de Dios en la próxima década”, De cara al Tercer Milenio,o.c., p 90).

  8. Cf. J. GARCIA ROCA, “Desafíos pendientes para la década de los años noventa”, en CRISTIANISME I JUSTÍCIA, De cara al tercer milenio, o.c., pp. 51-52.

  9. J.I. GONZALEZ FAUS, “Justicia”, en C. FLORISTAN – J.J. TAMAYO, Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, l.c., p. 663.

  10. Es preciso que “la naturaleza deje de ser objeto para el ser humano y se convierta en sujeto, llegando a establecerse entre humanidad y naturaleza unas relaciones de sujeto a sujeto, y no de sujeto a objeto” (J.J. TAMAYO, “Paz”, en C. FLORISTAN – J.J. TAMAYO (eds.),Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, p. 981).

  11. La Iglesia “necesita más ejercer la pedagogía de los indicativos de la justicia que ser versada en sus imperativos” (J. VITORIA, “Tras las huellas de la justicia de Dios en la próxima década”, De cara al Tercer Milenio, p. 101).