La belleza que salva
“La belleza salvará al mundo”, escribió Dostoievski en “El Idiota”, y hace poco volvimos a vivirlo y a convencernos de ello en las II Jornadas de Espiritualidad y Cultura organizadas en San Sebastián por la Asociación GUNE. El tema de este año: “Arte y Espiritualidad”, de la mano de filósofos, poetas, pintores, músicos, escultores y cineastas.
Habría que decir más bien “la belleza salvará a la Tierra”, pues el mundo es infinitamente más grande que esta pequeña y maravillosa Tierra. Existía miles de millones de años antes que ella y seguirá existiendo miles de millones de años después de que ella desaparezca (aunque, en realidad, nada de lo que existe desaparece, solo se transforma).
Y habría que decir más propiamente “la belleza salvará al ser humano”, pues la Tierra existía miles de millones de años antes que esta especie tan reciente e inacabada que somos, y seguirá existiendo miles de millones de años después de que nosotros desaparezcamos y demos lugar a otras especies, que esperemos puedan gozar tanto como nosotros, pero sin sufrir ni hacer sufrir tanto como nosotros. Esperemos.
Mientras tanto, en esta existencia pasajera, en esta vida fugaz, la belleza nos puede salvar. ¿Salvarnos de qué? Salvarnos de ser infelices y de hacer daño por serlo, salvarnos de ser la mayor amenaza de esta Tierra que somos, salvarnos de nuestras heridas, salvarnos de herir. ¿Salvarnos para qué? Salvarnos para poder gozar más haciendo el bien, para poder ser más buenos gozando más. No hay más salvación, ni más verdad y esperanza. No hay más Dios que esa Salvación, que esa Bondad feliz, que esa Bienaventuranza del amor. Y la Belleza nos dice que esa Salvación es, que puede ser y será, y debemos hacer que sea.
La Belleza nos puede salvar. Así lo expresa, por ejemplo, con enorme fuerza el poema “Eurídice” de Clara Janés, que nos conmovió en San Sebastián con su extraordinariamente bella conferencia. “Pero Orfeo, el poeta y músico enamorado, no pudo salvar a su amada esposa Eurídice del Hades, la muerte o el infierno. A ella, la belleza no la pudo salvar”, le objetamos. “Pues a mí me salvó del infierno”, respondió Clara Janés bajando la voz. “¿Del infierno?”. “Sí, me salvó del infierno”. Le creímos. La música salvó también a muchos en los campos de concentración de Theresienstadt y Auschwitz.
La Belleza. No la belleza convencional de una época, impuesta por la moda. No el canon griego de Policleto, el cuerpo “perfecto” de 7 cabezas, ni el canon de las modelos con sus proporciones “perfectas” de 90-60-90, tortura de tantas mujeres.
La Belleza que no solamente encanta, sino que además conmueve. La Belleza como Bondad que aparece en todas las formas, espíritu y carne a la vez, más allá de la forma y la palabra, pues “nos enamoramos solo de lo que no vemos, oímos ni entendemos”, como escribió hace 800 años Rumi, poeta sufí iraní. La Belleza que nos despoja y nos protege, nos vacía y nos llena: el círculo negro (el cielo) sobre fondo blanco de Malevich, o el cuadrado negro (la tierra) sobre fondo blanco. El simple punto negro o el total Vacío, pues “el vacío está lleno de vibraciones”, como escribe el físico cuántico Nicolescu. Una única nota o el silencio sonoro de Mompou y de Arvo Pärt.
No sabemos qué es la Belleza, pero cuando abrimos los ojos y miramos la realidad, sin mirar al reloj ni a la Bolsa, ni mirarnos al ombligo, cuando enteramente nos volvemos “antena” como decía Chillida, entonces la captamos: la Belleza inasible, invisible e indecible, la Plenitud que ES, nos atrae y nos salva. La Realidad es sagrada y cuando la contemplamos con respeto y respiramos y caminamos de forma sagrada, entonces percibimos que todo, a pesar de todo, está lleno de gracia, de belleza. Que la Realidad es bella y que la Belleza nos salva.
(Publicado el 25 de junio de 2012)