LA EVOLUCIÓN, RETO PARA LAS RELIGIONES

Admirable ser humano, con todas sus miserias. Es capaz de escribir un poema, de pintar lo invisible, de cantar y de bailar, de tocar con diez dedos seis voces a la vez. Ez capaz de decir lo que piensa y de hacer lo que dice, aunque salga perdiendo o le cueste la vida. Es capaz de sonreír y de llorar, de compadecer, consolar y cuidar.

Es comprensible que, contemplándolo, el salmista hebreo exclamara ante Dios: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles… Todo lo sometiste bajo sus pies”. Pero eso era cuando creían en los ángeles como seres espirituales de otro mundo sobrenatural, en la tierra como centro del universo, en el ser humano como corona y rey de la tierra y del cosmos, en Dios como creador y señor por encima del mundo. Nosotros compartimos su misma admiración, pero ya no podemos hablar su lenguaje. Al igual que después de Copérnico y Galileo ya no podemos pensar que el sol gira en torno a la tierra ni que la galaxia gira en torno al sol ni el universo en torno a nuestra galaxia, después de Darwin no podemos pensar que el ser humano sea ni la finalidad ni el fin del milagro de la vida, ni el centro ni la cúspide ni el sentido ni el término de la evolución.

Todos los astros y seres del universo actual venimos de la misma materia o energía que estalló en el mismo Big Bang hace 13.700 millones de años. Todos los vivientes de la Tierra –células procariotas, eucariotas, hongos, plantas y animales– venimos de la misma célula primera, surgida hace más de 3.000 millones de años. Todos los animales descendemos de los mismos protozoos unicelulares microscópicos. Y nacerán nuevas formas más complejas que nosotros en este y tal vez en otros innumerables planetas. No somos la medida del universo y de la evolución de la vida.

Somos una especie absolutamente especial, pero todas las especies lo son, y también lo es cada individuo en cada especie. Y cada gota de agua, y cada partícula de tierra sagrada. Somos el fruto de una mutación genética que tuvo lugar hace dos millones de años en una familia de simios. Pero éramos todavía muy similares a ellos, porque seguíamos teniendo una masa encefálica muy similar a la suya: 350 cm3 aproximadamente. Hace un millón de años, debido a cambios climáticos y a mejoras en la dieta, y en buena parte por azar –sin diseño previo ni Gran Diseñador– , se dobló nuestra capacidad cerebral hasta los 800 cm3. Y hace 200.000 años, por las mismas contingencias, volvió a duplicarse hasta nuestra medida actual de 1.500 cm3. Fuimos capaces de imaginar lo invisible, de hacer “el arte por el arte”, de entendernos mejor (y de odiarnos), de pensar mejor (y también peor), de cuidarnos mejor mutuamente (pero también de hacernos daño por rencor y venganza). Nuestra conciencia y libertad –o la capacidad de querer el bien y de hacerlo– son aún incipientes. Las religiones apenas han afrontado todavía el reto de pensar el mundo, la vida, el ser humano, la libertad, la culpa, la gracia, Dios, en coherencia con el paradigma de un mundo en evolución.

Somos una partícula de tierra, y la Tierra es una partícula en el universo, probablemente habitado de vida y de conciencia en formas no conocemos. La evolución puede crear en el futuro tanta novedad o más que en el pasado. Espero firmemente que la Tierra engendrará (o que nuestra propia especie creará) vivientes mucho más conscientes y libres, más felices y mejores que nosotros y –¡perdón!– que todo los profetas, santos, maestros, gurús, Budas y boddhisatvas que ha sido hasta hoy: compartían nuestro mismo cerebro y, por tanto, nuestras angustias y miedos, aunque llegaron mucho más lejos que nosotros. La matriz del universo puede inventar y crear en el futuro más de lo inventado y creado hasta hoy. Todo está infinitamente abierto.

Y Dios…¿no será, por ejemplo, esa apertura infinita, esa infinita posibilidad de Bien, esa creatividad inagotable que habita en el corazón del universo o de todos los universos, esa ternura infinita que habita en el corazón de la creatividad universal?

(Dialogal. Quaderns de l’Associació UNESCO per al Dialeg Interreligiós [2015])