LA RELIGIÓN Y LAS CREENCIAS

Todas las religiones tradicionales –pero también los Nuevos Movimientos Espirituales– conllevan creencias: “Dios” como Persona o Ente Supremo, la elección de Israel, la encarnación de Dios en Jesús de madre virginal, la revelación del Corán a Muhammad por el ángel Gibril (Gabriel), el samsara sin fin, la reencarnación según el karma, la acumulación de méritos por los mantras… o la previsión del futuro en el calendario maya de las trece lunas.

¿Esas creencias u otras, innumerables, son esenciales en las respectivas religiones? O dicho de otra forma: ¿qué es lo esencial en tales creencias? Entablaríamos una discusión sin fin. Pues bien, esa discusión sobre las propias creencias ha tenido lugar siempre en el seno de todas las tradiciones religiosas. Todas las creencias, sin excepción, han sido objeto de discusión en el interior de la propia religión.

Es decir: todas las creencias son discutibles. La historia lo demuestra y el sentido común –o la razón, o la palabra– lo exigen. La razón y la palabra hacen inevitable que reinterpretemos en nuestro tiempo las creencias del pasado. Lo que en otro tiempo fue creíble para la mayoría tal vez hoy ya no lo sea para muchos. Las creencias dependen siempre de la cultura, la filosofía o la imagen del mundo de cada época. Y el futuro de todas las creencias, más que nunca y más que de ninguna otra cosa, depende hoy de las ciencias empíricas.

El estatuto de las creencias y su evolución futura depende también, hoy de manera muy particular, de la globalización de la información y de la pluralidad religioso-cultural creciente de nuestras sociedades. Si yo creo que Jesús es la única revelación plena y definitiva de Dios, y conozco a mi lado a un musulmán para quien el Corán revelado al Profeta es la última y plena revelación de Allah, me encuentro en un aprieto: uno de los dos se equivoca. ¿Y si, en nuestras creencias y pretensiones exclusivistas, los dos estuviéramos equivocados? No podré eludir el interrogante. Y ésa es la gracia de nuestro tiempo: ensanchar la mente y el corazón más allá del límite de nuestras creencias particulares, confesionales.

Pero nuestro tiempo tiene también su gran tentación, la más grave para una religión: el fundamentalismo. El imparable avance de la investigación científica, la multiplicación de la información y la interrelación creciente de las religiones provocan fácilmente la zozobra del creyente: “¿Y si yo estuviera errado? ¿Y si todo fuese mentira?”. Una oscura fuerza, contraria a la espiritualidad, empuja entonces al creyente a conjurar la inseguridad aferrándose a sus creencias y condenando a su vecino de otra religión.

Pero es una gran pena. Pues aquel que se encastilla en sus creencias no hallará paz en su corazón ni podrá vivir en paz con su hermano. Ni podrá vivir a fondo su propia religión, pues se cierra al Espíritu de la libertad, el consuelo y la fraternidad universal, que es lo único esencial de todas las religiones, más allá de las creencias.

(Dialogal. Quaderns de l’Associació UNESCO per al Dialeg Interreligiós [2012])