LA TIERRA ES DE DIOS
Que “la tierra es de Dios” no significa que Dios sea su señor y su gran propietario. ¿Qué significa? Lo apuntaré en 6 proposiciones:
1. La Vida en la tierra y en el cosmos es el culto verdadero
Releamos Gn 1,1-2,4, bellísimo poema, luminoso mito de creación. “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”. “Al principio” es hoy. La creación tiene lugar siempre. El principio de la creación es la Presencia eterna aquí y ahora. La creación es esa energía originaria, fuente de toda energía física, que trasciende y habita todo tiempo y espacio, que nos hace ser con todo lo que es. Es la energía originaria que hace que todo esté siendo creado y a la vez creador. Nada se crea sino a través de la “materia” animada de energía.
El Espíritu divino “aletea” o vibra en todo. Lo envuelve y alienta cuanto es. El Espíritu no se opone a materia, sino que la vuelve matriz, energía creadora.
El dinamismo creador del cosmos en su totalidad, de la Tierra en particular para nosotros, y la vida que emerge en formas siempre nuevas, es como una gran liturgia, “oficio divino”.
“Dijo Dios”, se repite hasta ocho veces. “Dios” crea el mundo como un poeta su poema (poiein significa “hacer”, “crear”). La creación en marcha, el Ser desplegándose en los seres, la Vida manifestándose en todos los vivientes, es el culto verdadero.
“La geología es teología” (R. Panikkar). Las religiones y todos sus cultos son constructos humanos. La tierra en el Cosmos, la vida de los vivientes, el ser de todos los seres es la liturgia primordial, el culto y la oración originaria, sin necesidad de templos ni de libros, ni sacerdotes ni dioses. El cosmos inmenso que desconocemos, la Tierra madre que nos engendra, sostiene y alimenta es el gran libro de la “revelación”.
La Tierra ora creándose. Somos Tierra de Dios, creada, creándose, creadora. Somos Adán (adamá, “tierra”). Somos Eva (“viviente”, “vida”, relación, cuidado, atención). Somos humanos si nos sabemos y somos auténtico humus. Somos hermanos si somos humildes como la tierra y el agua. Eso es crear, eso es orar.
2. La lógica de la posesión y del dominio es antigénesis y contraliturgia
“Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1,28), dice Dios a Adán y Eva. Se entiende que se haya acusado a esta afirmación bíblica de haber promovido la destrucción de la Naturaleza.
El Génesis, en los geniales mitos narrados entre los capítulos 3 y 11, describe esta dinámica destructiva, el antigénesis o la antiliturgia. Adán-tierra-humus y Eva-la-Viviente, la madre de la vida, se adueñan de ella y se erigen en criterio del bien y del mal (“árbol de la vida”, “árbol del bien y del mal”). Pero donde hay dominio y posesión no hay comunión. El ser humano se convierte en dictador de la tierra, el hermano mata al hermano (Abel es pastor trashumante, Caín es agricultor, dueño de la tierra: de la posesión viene la muerte), se alzan torres para conquistar el cielo, estallan guerras, se levantan imperios que dominan a los pobres.
Abrahán dejó “su” tierra y vivió como nómada. También Jesús dejó su casa, su pueblo, su tierra, y se fue de aldea en aldea, como profeta carismático itinerante, acompañado por un grupo de hombres y ¡de mujeres!, anunciando a los pobres que la tierra es suya, porque la tierra es de Dios, que la tierra es de todos empezando por los más pobres.
3. El Arcoíris de la alianza protege la Tierra
Que la Tierra es de Dios significa que está acogida a la bendición más fuerte que toda maldición, que ha sido pronunciada sobre ella una solemne “promesa divina”: “no volverás a ser maldecida”.
Está protegida por el Arcoíris de la bendición. Es la hermosa imagen con que concluye el mito del Diluvio universal (Gn 6-9). “Dios” es más fuerte: el espíritu fecundante y protector de la vida habita gime y goza en el corazón del ser humano, en el corazón de todos los seres, y es más fuerte que todo el daño que somos capaces de infligir.
Pero no podemos entenderlo como llamada a una fe infantil en una providencia divina protectora, externa. Es la fe en la Tierra, en todos los vivientes y en nosotros mismos. Podemos ser Arcoíris protector. Es difícil saber si el colapso de las especies vivientes más desarrolladas en el planeta –incluida la especie humana– es ya irreversible o aún cabe solución. Lo que es indiscutible es que todas las alarmas están encendidas, que la acción humana es la responsable principal y que solo un giro drástico de la civilización humana puede evitar el desastre general.
¿Dejaremos de ser ángeles exterminadores y autoexterminadores? ¿Haremos de la Tierra un Arca universal? La Ruah, la energía poderosa de la vida nos habita. Sí, podemos.
4. La Tierra y el mundo son cuerpo de Dios
Que la Tierra es de Dios puede expresarse con la imagen del cuerpo. La Tierra y el mundo serían a “Dios” lo que el cuerpo al alma, al espíritu o a la vida: el soporte material de esa realidad emergente, inmanente y transcendente a la vez, que llamamos espíritu, conciencia, “yo”. “Dios” sería al mundo y a la Tierra lo que el espíritu o el alma al cuerpo: la totalidad emergente, viviente, consciente de la tierra y de todo el cosmos.
En el aire de la Tierra que respiramos, respiramos la Vida misma; en el pan, en el vino, en todos los alimentos de la Tierra, comulgamos en la gran Comunión de la Vida que nos sostiene y que formamos.
La Tierra y el cosmos entero revelan “la gloria de Dios”; los “textos sagrados” de las diversas tradiciones son una de sus encarnaciones en la carne de mundo que formamos.
Dios se manifiesta y participa en todos los cuerpos con su dolor y su placer. Pecado significa negarse a ser parte del cuerpo”, a “interser” con todo lo que vive.
El Buen Vivir o la Vida o “Dios” se manifiesta en la comunión de todos los seres (incluso cuando se comen los unos a los otros) y en todo lo que cura (compañía, cirugía, pastillas…).
5. La tierra como templo de Dios
Templum (de la raíz tm, delimitar) designaba originariamente un espacio delimitado pero abierto en el campo o en el bosque para observar el vuelo de las aves y adivinar el futuro. Luego lo cerraron con leyes y miedos. El templo se convirtió en morada de “Dios” o de los dioses, en edificio sagrado separado del mundo profano. La contemplación se separó de las tareas de la vida, se contrapuso a la acción y se convirtió en cosa de especialistas: augures, sacerdotes o monjes.
“El cielo proclama la obra de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”. “Toda la tierra está llena de su gloria” (Is 6,3). Todo el cosmos es templo de “Dios”. “Dios” es la Presencia en la intemperie, más allá de toda frontera religiosa. Todo cuanto es, en cuanto movido por relaciones de bondad creadora, es sagrado. “Lo sagrado” es la calidad auténtica de lo “secular” (mundano).
La “experiencia espiritual” no es una experiencia diferente de las demás experiencias, sino la hondura y la verdad última de toda experiencia. No es un campo autónomo de la vida (junto a la salud, el deporte, el trabajo, la política…), sino la calidad profunda de la vida en su integridad, la “experiencia de la vida” como tal o la “experiencia integral de la realidad” (R. Panikkar).
De ahí que se pueda y se deba hablar de “espiritualidad laica”. La espiritualidad consiste en vivir “bien”, en apertura profunda a la realidad, en libertad profunda de todo apego al ego, en paz y comunión…
Jesús hizo de la vida el verdadero templo de Dios. Y dijo: “Destruid este templo, convertido en cueva de ladrones” (Mt 21,13; Lc 19,46). Levantemos un templo nuevo, no de piedra, que sea verdaderamente “casa de oración para todos los pueblos” (Mc 11,15), sean judíos o no, sean religiosos o no. Hagamos de la Tierra templo de Dios: de justicia, comunión y paz.
6. Dios será cuando la Tierra descanse y sea de todos
El sábado, el año sabático y el año jubilar constituyen la norma y el ritmo bíblico que han de regir la Tierra para que sea de Dios, o para que Dios sea.
1) El sábado. “El séptimo día descansó” (Gn 1). “Acuérdate del sábado para santificarlo. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el forastero que reside contigo” (Ex 20,8-10). El descanso y el día de fiesta para que todos los seres respiren y sean.
2) El año sabático. “Cada siete años perdonarás las deudas; este perdón consistirá en lo siguiente: todo acreedor perdonará a su prójimo lo que le haya prestado; dejará de reclamárselo a su prójimo o a su hermano porque ha sido proclamada la remisión en honor del Señor” (Dt 15,1-15). Un año de descanso cada siete años. En él, todas las deudas quedan canceladas. En el Padrenuestro (“Perdona nuestras deudas [no “ofensas”] como nosotros perdonamos a nuestros deudores”), Jesús no pensaba en los “pecados”, sino en las deudas que ahogaban a los pobres campesinos. Hoy diría: que quede anulada la hipoteca de quienes no puedan pagar su vivienda, que se dicte la quita de la deuda externa de los países pobres.
3) El año jubilar. Cada 50 años (y en otras ocasiones), se celebraba un año sabático especial. “En el año jubilar cada uno recobrará sus propiedades” (Lv 25,13). La gente pobre recuperaba la propiedad de los bienes de los que había tenido que enajenarse para poder comer o vivir. Sobre todo: los esclavos habían de recuperar la libertad, y la tierra quienes habían tenido que venderla.
Jesús anunció el año jubilar en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19): que todos recuperen la libertad y la tierra. A los pobres campesinos, pescadores y artesanos de Galilea, les anuncia: “Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Vais a ser libres y a tener una tierra. “Bienaventurados los humildes, porque heredarán la tierra” (Mt 5,5). Los que se hacen humus de la vida, humildes, humanos, ellos harán realidad el sábado y el jubileo de la tierra. En ellos resplandece el misterio de “Dios”, más allá de la dualidad personal/impersonal: Dios en cuanto Bondad creadora, Creatividad sagrada, Vida de todos los vivientes, Memoria cósmica, Alma del mundo, Conciencia del Universo…
(Debullando, cuaderno nº 3, Febreiro 2017, p. 1-4)