Las flores de Bach

Si te hieren el alma, si te condenan los tuyos, si te despiden del trabajo, si pierdes al que quieres, si… simplemente si miras a Haití antes o después del temblor, y a pesar de todo guardas el ánimo entero, entonces, ¡bendito seas!, eres bendito de Dios, Dios está contigo.

Pero bien puede suceder que tu ánimo sucumba, y entonces te asaltan las dudas más sombrías: “Si pierdo el ánimo, ¿será que he perdido a Dios, o que Dios me ha perdido por dejadez o descuido? ¿Será que mi confianza no era más que una farsa, cuando tan fácilmente se desmorona? ¿Será que no estoy con Dios, que Dios no está conmigo? ¿O será tal vez que nunca estuvo, que nunca fue?”.

Amiga, amigo del alma y es a mi propia alma a la que hablo también, no dejes que te invadan tales pensamientos sombríos. Donde tú estés, allí está Dios por entero. Dios está en tu ánimo, pero está también en tu desaliento. Él no puede perderte, pues entonces Él mismo quedaría sin un lugar donde ser, como una florecilla huérfana sin tierra y sin agua. Tú no has perdido a Dios, y Dios nunca te perderá. Sólo sucede que eres débil y quebradizo, que tus neuronas han enfermado y ya no aciertan a transmitir la bendita serotonina del misterioso bienestar. Y debes cuidarte, cuidar tus pensamientos, dejarte cuidar.

Tal vez, una amiga que sabe de tu pena viene una mañana ofreciéndote un frasquito de “Flores de Bach”, y te dice: “¿Cómo te sientes? Te he traído esto: toma unas gotitas y te harán bien. Yo también lo necesito a veces”. Y tú puedes creer o no creer en “las flores de Bach”, pero tomas las gotitas, y a lo mejor no sientes ningún efecto, será lo más probable. O ¿quién sabe?, a lo mejor crees que te sientes mejor, y si lo crees así es que ya te sientes mejor, y no sabes si será la fe o será el detalle cariñoso de tu amiga, o serán las flores, o será el Doctor Bach (o sea, el Doctor “Río”) que las recogió, o será el suave rumor del hermano río que baja como el ánimo… ¡El río es un gran doctor, el río es un sabio y un gran modelo!, ya lo escribió Lao Zi en el Dao De Jing. El río siempre baja, pero en el bajar está su esencia y su fuerza, y cuando baja nunca se angustia, y cuando llega allá a lo más bajo del valle o del océano, entonces descansa, y en su paz se hace ligera e invisible, más ligera e invisible que el aire, y de pronto sube hasta el cielo y de nuevo se derrama y desciende, y se convierte en lágrima o en flor. “Mirad las flores del campo, nos dijo Jesús. Las flores de mi Dios están llenas de belleza y de consuelo, están llenas de Dios. Mirad las flores y curad la tristeza”.

Pero también puede suceder que ni las flores de Bach levanten tu ánimo, y habrás de seguir luchando hasta descubrir que no has de luchar, habrás de seguir buscando hasta descubrir que no has de buscar, que todo está ahí en una gota o en una flor, que todo está en ti, que Dios está contigo, consuelo de tu pena, remedio de tu herida, y también la negra ausencia de Dios está llena de Dios como en la noche de Getsemaní.

Y puede que entonces tu noche se encienda, como la noche de Belén. Pero puede que siga siendo Getsemaní. Así lo fue para Jesús, y ya no queda sino callar. O tal vez podrás decir: “¡Hágase tu voluntad!”, como dijo Jesús. Pero no te engañes. Jesús no quiso decir: “Getsemaní es voluntad de Dios, aunque yo no lo pueda entender. Esta noche amarga la quiere Dios para mí, y debo acatar humildemente la oscura voluntad de Dios”. ¡Mil veces no! ¿Quién podría creer hoy en un Dios que quisiera un Getsemaní para la última de sus pobres criaturas? Fue otra la oración de Jesús, si no nos engañan los ecos que nos llegan de la boca del crucificado a través de los siglos: “En esta noche de angustia decía Jesús, también en esta noche amarga está presente el dulce querer de Dios, el querer sufriente de Dios en busca de vida, la voluntad compasiva de Dios en busca de aliento. ¡Hágase en mi noche el querer de Dios que ama la vida, hágase en mi amargura la voluntad de gozo del Dios de la vida! ¡Ábrase camino el querer de Dios a través de esta cruz que Dios no quiere! ¡Hágase la voluntad del Dios de la belleza en medio de esta angustia deforme! ¡Vuelvan mis labios a gustar el sabor de Dios en la amargura de este cáliz!”.

Así habló Jesús, si no nos engañan los labios del crucificado de todos los siglos. ¿Sintió Jesús en el trance la mano del ángel consolador de Dios? No lo sabemos. Siguió el grito de la cruz y siguió el silencio. ¿Siguió la Pascua? No, la Pascua no siguió, la Pascua no fue después. La Pascua se hizo en la cruz misma, en la cruz de la bondad, en la cruz de la rebeldía, en la cruz de la esperanza mil veces puesta a prueba, en la cruz de la confianza mil veces sucumbida. La Pascua de Dios amanecía en Jesús justo en lo más oscuro de la noche, porque allí estaba Dios acompañando su noche. Aunque no lo supiera, aunque no lo sintiera, Dios era su Pascua, y lo sigue siendo para todos los que se sienten perdidos.

No te sientas perdido, amigo. Dios está contigo, y te dice: “¡Oh mi querida criatura herida! Te traigo unas flores recogidas en el campo, donde todo me hablaba de ti, y todas las flores querían consolarte. Te sentarán bien. Las tomaremos juntos, y sufriremos juntos hasta que llegue el consuelo. Juntos seguiremos la esencia de las flores y el curso del agua”.

(Escrito el 14 de enero de 2010, durante el tiempo de silencio impuesto. Inédito)