LAS RELIGIONES ANTE LOS CAMBIOS DE LA FAMILIA

En lo que respecta a la familia, como en otros ámbitos fundamentales de la vida, las religiones se encuentran ante una disyuntiva: o siguen aferradas a las formas tradicionales en nombre de una supuesta “naturaleza humana” o “voluntad divina”, o se abren a las grandes transformaciones culturales en curso, para inspirarlas y orientarlas desde dentro, para bendecirlas e interpelarlas, para aliviar dolores y señalar peligros. Para ayudar a vivir.

No será fácil que ayuden a vivir si se basan en normas rígidas, en dogmas absolutos. No podrán empujar la vida hacia adelante, si no reconocen que la vida es dinámica y cambiante, una historia abierta que nunca se repite, que nunca se sujeta del todo a lo que fue, que inventa constantemente, que busca y tantea sin cesar, que se abre camino a través del ensayo y del error. Es lo que nos enseña la evolución de la vida desde hace 3.000 mil millones de años, y la entera evolución del universo desde hace 14.000 millones de años.

Las corrientes dominantes de las religiones tradicionales, en cambio, siguen ancladas en una cosmovisión o paradigma obsoleto, en una supuesta “ley natural” según la cual la “naturaleza” es lo que es, tal como “Dios” la creó de una vez o al menos tal como la ordenó según un plan o proyecto predeterminado, hacia una meta clara y definida de antemano. Según eso, el ser humano debería simplemente buscar y acatar la ley divina que todo lo rige y que se halla inscrita en el corazón del cosmos, de la naturaleza, de la vida, de la conciencia.

No podemos seguir concibiendo a “Dios” o pensando la realidad, la vida, al ser humano, de acuerdo a ese esquema. Todo es infinitamente más dinámico y abierto, más misterioso y apasionante. Como la vida, incesante invención de formas más adaptadas al medio y a las necesidades. Todo es contingente. Todo podría haber sido de otra forma o podrá serlo. El futuro no está escrito en el pasado. La vida, cada viviente, busca su bien en una búsqueda siempre inacabada, en un “orden” que incluye también eso que comúnmente llamamos “azar”. Las formas que mejor se adaptan al entorno ecológico y al modo de subsistencia acaban prevaleciendo. Por ejemplo: ¿por qué la monogamia, que no llega ni al 10% entre los mamíferos, se impuso entre los primeros homininos, nuestros antepasados más directos, aparecidos hace siete millones de años, separados de los grandes simios? No por decreto divino, sino por sus ventajas evolutivas: una pareja excluyente y estable reduce la lucha y el estrés, y libera energías para el cuidado de las crías. Pero no sabemos cómo será dentro de 5 millones de años. Y así en todo.

Miremos a la familia. La era industrial y postindustrial están provocando profundas transformaciones en ella: el acceso al mercado del trabajo ha emancipado a la mujer del dominio del varón; matrimonios gravemente conflictivos antes obligados a perdurar ya no perduran; a los pocos meses de nacer, los hijos son llevados a guarderías y escuelas infantiles, y éstas sustituyen en buena parte al sistema de crianza y de educación de millones de años; a los 25 años siguen siendo estudiantes, y una mayoría no tendrán un trabajo estable y bien remunerado, ni podrán adquirir una casa donde vivir con sus parejas hasta… ¡qué horror!, ¿cómo se van a casar?, ¿cómo van a tener muchos hijos?; la relación sexual ya no es necesaria para la reproducción, y la intención reproductiva no es necesaria para la relación sexual; el género “masculino” o femenino es en buena parte una construcción cultural; la homosexualidad, plenamente natural, reivindica con razón su derecho civil y su santidad “religiosa”. Y tantas cosas más.

¿Qué dirán las religiones? La familia también necesita de ellas, de su sabiduría milenaria, para abrir caminos más humanos en este cambio de época. La humanidad no necesita anatemas ni certezas absolutas, sino inspiración y misericordia, aliento y profecía.

(Dialogal. Quaderns de l’Associació UNESCO per al Dialeg Interreligiós [2015])