¿MÁS ALLÁ DEL HOMO SAPIENS

El reto transhumanista

 

Más pronto que tarde, las ciencias y sus aplicaciones tecnológicas, las neurociencias, la ingeniería genética, la informática, la robótica… provocarán el mayor salto de la evolución de la vida en la Tierra desde su origen hace cuatro mil millones de años. Una especie, el Homo Sapiens, dueño de un poder jamás imaginado, accionará la llave de la vida, alterará las leyes que han regido la evolución hasta hoy (la selección natural sobre todo) y creará un ser con un cerebro más complejo, inteligente y poderoso que el suyo.

No se trata de ciencia ficción, sino de grandes equipos y proyectos de investigación, con colosales inversiones de las empresas multinacionales más poderosas (Google, Microsoft, Apple, Facebook, Amazon, IBM, Nasa…) en la Sillicon Valley o en China… Y todo a un ritmo vertiginoso.

Nunca hemos detentado tanto poder en nuestras frágiles, inseguras manos. Nunca nos hemos hallado ante una responsabilidad tan grande, ante un reto tan grave: el reto transhumanista.

¿Ese nuevo ser que nuestra especie está empezando a crear podrá llamarse aún Homo Sapiens? ¿Podrá llamarse incluso Homo? Sobre todo, ¿será para nuestro bien y el suyo? ¿La decisión humana de crearlo será inteligente? El gran desafío y nuestra gran responsabilidad es que lo sea.

 

Bioingeniería, ciborgs, robots

La creación de un nuevo ser “superior” al Homo Sapiens actual podría venir de tres áreas tecnológicas: bioingeniería, ciborgs y robots[1].

Empecemos por la bioingeniería, combinada con la neurotecnología y aplicada en especial al cerebro. Reprogramación de células con nuevo ADN (Craig Venter Institute), clonaciones de especies extintas (como los mamuts o el Neandertal), cultivos de órganos a partir de células madre totipotentes, fármacos inteligentes, humanos genéticamente alterados… Identificación y alteración genética de las neuronas responsables del lenguaje, el pensamiento, la memoria, los deseos, el miedo, la angustia, el odio, la ternura y todas las opciones. Substancias psicotrópicas capaces de integrar las diferentes redes cerebrales y de producir una conciencia más amplia, más allá de la sensación de yo separado… Son proyectos en marcha o posibilidades planteadas.

Un equipo del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) ha conseguido, mediante la optogenética, que unos ratones conviertan malos recuerdos en buenos o la sensación de malestar en sensación de bienestar[2]. Los neurocientíficos y bioingenieros de Stanford han logrado convertir en valientes unas ratas cobardes y viceversa, con solo manipular unas cuantas neuronas[3]. Los humanos tenemos unas estructuras cerebrales similares a las ratas y los ratones… ¿Y si la intervención avanzara mucho más allá? ¿Y si un día llegáramos a ser no propiamente inmortales, pero sí a-mortales, gracias a la regeneración de todos los órganos, incluido el cerebro?

Ni los genes ni las neuronas nos determinan enteramente, pues tanto el cerebro como el código genético poseen plasticidad, son capaces de modelarse en interacción con el estado del organismo entero con las relaciones que lo constituyen. No obstante, son los genes y las neuronas los que en cada momento y situación particular determinan lo que somos, hacemos, pensamos, sentimos. Los sentimientos, los pensamientos y la conciencia son sin duda más que mera biología, y la biología es sin duda más que mera química. Pero la psicología no puede existir sin ella, ni la biología sin la química. La mente o “espíritu” no puede ser sin los genes y sin el cerebro. Dependemos de los genes y de las neuronas para reír y llorar, pensar y hablar, recordar y proyectar, confiar y temer, amar y odiar, ser fieles o infieles, valientes o cobardes. ¿Qué sucederá cuando la bioingeniería pueda y decida alterar los genes y las neuronas que nos hacen “humanos”?

Pasemos a los ciborgs (“ciber-organismos”, seres compuestos de elementos orgánicos y dispositivos o prótesis cibernéticas). En realidad, casi todos llevamos algún tipo de implante: dientes, gafas, audífonos, marcapasos… y móviles inteligentes que ya hemos incorporado como apéndices. Lo que puede llegar es infinitamente más y afectará directamente a nuestro órgano central de conducta, sentimiento y conciencia: el cerebro. Ya es portentoso el que poseemos, con 86.000 millones de neuronas y 500 billones de conexiones entre ellas. Nada impide, sin embargo, pensar que sus capacidades puedan aumentar y sus prestaciones “mejorar” indefinidamente, gracias, por ejemplo, a implantes de nanorobots.

Nicholas Negroponte, que hace 30 años predijo libros electrónicos y videoconferencias, ha anunciado que podremos aprender idiomas con solo tomar una pastilla, que instalará un nanochip en nuestro cerebro[4]. Y si pudiéramos conectar nuestro cerebro con un ordenador, ¿el ordenador sería yo u otro? Y si nos conectáramos todos los cerebros a través de un superordenador, ¿todos seríamos la humanidad entera o la Vida dotada de neuronas en su totalidad? ¿Y si toda la información de mi cerebro se volcara en un ordenador y éste a su vez en el cerebro de otra persona, ¿quién sería quién?

Por fin, los robots… En marzo del 2016, 20 años después de que un ordenador venciera al mejor jugador de ajedrez de la época, Gary Kasparov, el programa AlphaGo de Google ganó por 4 a 1 al surcoreano Lee Sedol, el mejor jugador mundial de go. Para dentro de diez años, el proyecto europeo Human Brain Project puesto en marcha en 2005 espera crear un cerebro humano completo en un ordenador, imitando en sus circuitos electrónicos nuestras redes neuronales. Proyectos similares en Estados Unidos son el Conectoma Humano, el Brain Initiative y el Allen Brain (financiado por Paul Allen, cofundador de Microsoft junto con Bill Gates). “El cerebro de las próximas generaciones será más sano, multitarea y biotecnológico” afirmaba en 2013 Gurutz Linazasoro, presidente de Inbiomed (San Sebastián)[5]. ¿“Inteligencia artificial”? La diferencia entre natural y artificial está quedando obsoleta.

¿Algún día habrá ordenadores “vivientes” capaces de “sentir”, “pensar”, “imaginar”, “querer”, “decidir”, de “hacer el amor”, actividades “espirituales” todas ellas dependientes del cerebro?[6]. ¿Habrá vivientes inorgánicos que puedan evolucionar independientemente de su creador? Nada está descartado. En septiembre de 2016, Stephen Hawking afirmó: “Los ordenadores superarán a los humanos gracias a la inteligencia artificial en algún momento de los próximos cien años. Cuando eso ocurra, tenemos que asegurarnos de que los objetivos de los ordenadores coincidan con los nuestros”[7]. ¿Y si no coincidieran?

Hacia una gran mutación

Baste con esos someros apuntes de vulgarización científica. “Nos hallamos en vísperas de una mutación de la especie humana”[8]: de este modo tan rotundo se expresaba hace pocos meses el prestigioso científico francés Joël de Rosnay. Quisiera que fuera una mutación hiperhumana (en el sentido de una potenciación humana colectiva) y no una mutación transhumana (en el sentido en que la entiende cierta corriente americana) para beneficio de una élite económica. No está seguro de que el Homo Sapiens vaya a ser lo suficientemente sabio para decidirse por la primera opción. Teme menos a la “inteligencia artificial” que a la “necedad natural”.

El joven y exitoso historiador/escritor israelí Yuval Noah Harari, en el último capítulo (“El fin del Homo Sapiens”) de su brillante obra Sapiens, expresa la misma certeza sobre una mutación próxima y la misma incertidumbre sobre su resultado[9]. “Las tecnologías del futuro son capaces de cambiar al Homo Sapiens, incluidas nuestras emociones y deseos, y no solo los vehículos y las armas. ¿Qué es una nave espacial comparada con un ciborg eternamente joven, que no se reproduce ni tiene sexualidad, que puede compartir directamente sus pensamientos con otros seres, cuyas capacidades de concentración y de rememoración son mil veces superiores a las nuestras y que nunca está en cólera ni triste, pero que tiene emociones y deseos que ni tan siquiera podemos comenzar a imaginar? (…). En realidad, los futuros señores del mundo serán probablemente más diferentes respecto de nosotros que nosotros respecto de los Neandertales. Los Neandertales, al menos, al igual que nosotros, son humanos; nuestros herederos serán parecidos a dioses”.

El futuro concreto es imprevisible –nadie previó la caída del muro de Berlín, ni la primavera árabe ni Internet–, pero cabe pensar que la diferencia existente entre nosotros y esos seres hiper o transhumanos será incluso mayor que la existente entre nosotros y la australopiteca Lucy, nuestra inmediata antepasada, la abuela de todo el género homo.

Pero no se tratará de una mutación genética “natural”, debida al azar y a las leyes que han regido la evolución de la vida en la Tierra desde su origen hasta el día de hoy. Se acabó para los humanos la evolución darwiniana. Será una mutación directamente producida por el ser humano en su propia evolución. Será un nuevo génesis. Solo que nosotros mismos seremos el dedo de “Dios” que remodalará la arcilla…

¿Qué será lo que nazca, lo que hagamos nacer? ¿Será doblemente sabio o doblemente insensato, ángel protector o monstruo destructor, amigo de nuestra vida y de la vida de todos los vivientes o terrible exterminador? ¿Qué seremos entonces? ¿Seremos?

El reto más grande

Si algún día se clonara un mamut cuyo ADN se encuentra bajo los hielos de Siberia, ¿sería bueno para el mamut y para su entorno ecológico? Si algún día se clonara un Neandertal, ¿haremos una especie feliz o una especie sometida y desgraciada? Si algún día se crea un nuevo ser humano más fuerte, más sano e inteligente, ¿será más feliz, y no será privilegio de unos pocos, al servicio del comercio o de la guerra, para desgracia aún mayor de la mayoría de la humanidad? ¿Cui prodest? ¿Crearemos una élite de superhombres? La cuestión no es la “inviolabilidad” de una supuesta “naturaleza” inalterable (no existe tal), sino el bienestar común, la paz en la justicia.

¿Y si algún día, por alguna mutación más o menos prevista –como las mutaciones de los virus informáticos–, un robot creado por la mano humana fuera capaz de tomar sus propias decisiones y no dependiera de quien lo creó? Puede sonar a ciencia ficción, tal vez lo sea –todavía–, pero más vale contar con esa posibilidad (recuérdese la advertencia de Stephen Hawking) y tomar las medidas necesarias para evitar que se vuelva Frankestein. Nos hallamos seguramente ante el desafío colectivo –político, ético, filosófico– más grande jamás planteado a la humanidad[10]. ¿Optaremos por un futuro digno de la Tierra, de la humanidad, de la comunidad de los vivientes?

También se trata del mayor reto para el pensamiento teológico: ¿podemos seguir pensando el mundo, la creación, el ser humano, la “escatología”, el Misterio en el que somos, el Misterio que somos y llamamos “Dios”, con las categorías tradicionales? ¿Tiene sentido seguir pensando que “Dios” solo se encarnó plenamente en Jesús, un homo sapiens de hace 2000? Se impone un nuevo paradigma de pensamiento y de acción: el paradigma hyper o transhumano.

No todo lo posible es lícito, ciertamente. Pero no debemos cerrarnos a priori a todas las nuevas posibilidades, por extraño que nos pueda parecer. Un equipo de filósofos éticos (S. Matthew Liao, Anders Sandberg, Rebecca Roache) propone la homo-ingeniería –concretamente la creación de seres humanos enanos con una ínfima necesidad de consumo en energía y calorías– como solución a los enormes problemas energéticos y ecológicos de todo tipo que nos conducen al colapso del planeta[11]. No sé… Pero algo está claro: no habrá solución para la comunidad de vivientes que formamos este planeta si nosotros los humanos no nos hacemos más pequeños, más humus, más humildes, humanos, fraternos. Ciencia, educación, espiritualidad, política (otra política)… todo hará falta para hacer un mundo habitable, justo, igualitario. ¿De qué servirá el poder sin sabiduría?

¿Hasta dónde llegar? No se pueden establecer límites abstractos y absolutos. ¿Quién se atrevería a condenar la bioingeniería genética si, con suficientes garantías de evitar males peores, sirviera para curar la depresión, el Alzheimer, el Párkinson, el autismo, o el odio y la angustia…, o si nos hace más felices y solidarios? El límite es el Bien Común de la tierra y de todos los vivientes, pero tampoco este criterio ofrece solución para todos los casos. El criterio es la “vida buena” de todos los humanos y de todos los vivientes.

¿Podremos avanzar en ese sentido? Quiero pensar que sí. Creamos en el Universo, en la Tierra, en el ser humano, en la Vida. El espíritu creador lo habita y lo anima todo. El universo infinitamente grande e infinitamente pequeño es maravilloso. Protones, electrones y neutrones, neutrinos y bosones, átomos, moléculas, células y tejidos, montañas y ríos y bosques, un alga, un pez, un pájaro, un perro, un niño jugando con él, el cielo estrellado de noche. El universo en expansión, nuevas galaxias y estrellas y planetas formándose sin cesar, sin cesar todo naciendo. Un universo vivo, donde todo se mueve y está en relación, todo animado por una potencialidad al parecer inagotable, por un dinamismo creador de nuevas formas, por una “creatividad sagrada” (Kauffmann).

El espíritu creador late y respira también en nosotros, arcilla viviente, pequeños y maravillosos eslabones de la cadena infinita de la vida. ¿Cuidaremos la vida?

(En italiano: Adista 6 / 2017, p. 9-11)

  1. Cf. Sergio C. Fanjul, “B(it) + Á(tomo) + N(eurona) + G(en)= ¡Bang!”, en EL PAÍS, (29-12-2016).

  2. Cf. www.bbvaopenmind.com/optogenetica-la-gran-revolucion-del-estudio-del-cerebro/. La sonogenética promete lograr los mismos efectos de una manera más eficiente a través de ultrasonidos.

  3. Cf. Javier Sampedro , “Las neuronas que nos hacen valientes”, en EL PAÍS (23-03-2016).

  4. Cf. Marcos Zuberoa, EL PAÍS (11-01-2016).

  5. Entrevista en el DIARIO VASCO (17-10-2013): www.diariovasco.com

  6. Ricard Solé, Vidas sintéticas, Tusquets, Barcelona 2013; J. Macía – R. Solé, «How to make a synthetic multicellular computer », PLoS ONE (2014) (http://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0081248); Laurent Alexandre y Jean-Michel Besnier, Les robots font-ils l’amour, le transhumanisme en 12 questions, Éd. Dunod, Malakoff 2016.

  7. Entrevista en EL PAÍS (25-09- 2015).

  8. Entrevista de Philippe Mabille et Dominique Pialot a Joël de Rosnay en LA TRIBUNE  05/10/2016 con ocasión de la publicación de su libro Je cherche à comprendre. Les codes cachés de la nature, Ed. Les liens qui libèrent, Paris 2016. A lo largo del libro subyace la citada afirmación.

  9. Sapiens. Une brève histoire de l’humanité, Albin Michel, París 2015, pp. 467-489. Cita en p. 485.

  10. Reflexiones admonitorias sobre los riesgos en Albert Cortina y Miquel-Àngel Serra (coords.), ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano, Fragmenta, Barcelona 2015.

  11. Cf. http://passeurdesciences.blog.lemonde.fr/2012/09/17/doit-on-modifier-genetiquement-lhomme-pour-lutter-contre-le-rechauffement-climatique/