Para ser feliz

La semana pasada, el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas publicó en el periódico un artículo titulado “En busca de la felicidad”. No es un título muy original, si quieres. Y tampoco es que dijera cosas muy originales, sino cosas sabidas de todos: que todos buscamos la felicidad, que la felicidad es la vocación y la meta común de los seres humanos –de todos los seres, matizaría yo–, que nadie sin embargo la alcanza del todo, que la felicidad plena no existe, y que cinco elementos son necesarios para que uno sea feliz: madurez personal, amor, trabajo, cultura y amistad.

Cinco condiciones son, pues, indispensables para ser felices: también lo sabíamos. Pero observa bien: no incluye entre ellas dos condiciones que pocos dudarían en incluir: salud y dinero. ¿Será que no son constitutivos de la felicidad? Efectivamente, no lo son, al menos en la medida en que solemos creer. Cuando alguien carece de salud, es más difícil ser feliz, pero nadie es feliz por gozar de buena salud. Cuando uno vive en la miseria, es más difícil ser feliz, pero nadie es feliz por ser rico. No somos más felices cuanto mejor salud tengamos; no somos más felices cuanto más bienes poseamos. Y muy a menudo sucede a la inversa, y es indefectible: cuanto más nos empeñemos por estar íntegramente sanos, menos felices somos; cuanto más aspiremos a ser ricos, más infelices somos. Pero si sabes ser feliz con una salud precaria, y si sabes ser feliz en la pobreza, entonces es que eres sabio.

La felicidad es un asunto bien complejo, lleno recodos y meandros, como un bello río de curso sinuoso. Todos la buscamos sin cesar, pero quien la persigue difícilmente la alcanza. Quien busca el placer y el goce a toda costa y los convierte en objetivo principal de la vida provocará no pocos sufrimientos, para los demás ciertamente, pero también para sí. Quien quiera ser completamente maduro nunca llegará a la madurez. Quien sueñe con un amor perfecto será incapaz tanto de disfrutar del amor como de amar realmente. Quien aspire a un trabajo sin fatiga nunca encontrará satisfacción en su trabajo. Quien busca un amigo o una amiga sin defectos se busca a sí mismo, y quien se busca a sí mismo nunca se encuentra.

Quieres ser feliz, debes querer serlo. Es tu deseo y tu deber más sagrado. Es el deseo y el testigo de Dios en lo más profundo de ti. Cuida tu felicidad como a Dios mismo, pues está en juego también la felicidad de Dios. Si entre tus luces y sombras, en tus días tristes y en tus días alegres, vas aprendiendo sin prisa a quererte como eres, a estar contento con lo que tienes y haces, a aceptar en paz lo que cada día te trae, a ser paciente también con tu impaciencia, entonces estás cuidando tu felicidad, la felicidad de Dios en ti.

¿Pero será acaso una felicidad que nace y se agota en ti, una felicidad aislada y solitaria? “Ser adulto es estar solo”, debió de escribir Rousseau. ¿Ser feliz sería también estar solo? Es verdad que no seremos felices si no somos capaces de silencio y soledad, de vivir de lo profundo y no de lo superficial, de tener convicciones personales y no sólo ideologías grupales, de dejarnos llevar allí donde el corazón nos guía y no allí donde la masa nos arrastra, de ser fieles a la voz interior y no a los ruidos de fuera. Ser feliz conlleva estar solo. Pero ser feliz no significa que hayamos de instalarnos en una isla solitaria, como el Emilio de Rousseau. Aún en una isla solitaria hay vida, hay vivientes, y la soledad sería muerte. No puede existir una felicidad aislada y solitaria.

Mira a Jesús. Jesús fue feliz. Y es verdad que pasó muchos días de soledad en el desierto, muchas noches de soledad en la montaña. Jesús sabía retirarse a la “habitación interior” en la casa o en el campo. Pero nunca estuvo solo, aunque a menudo se sintió solo. Dios estaba con él, aunque algunas veces se sintió abandonado. Y siempre le vemos rodeado de muchedumbres. Mira de quiénes se hizo rodear: no de gente que le adulan, de personas que le ofrecen poder o éxito. Le vemos rodeado de campesinos aplastados por las deudas, de leprosos, ciegos, sordos y lisiados, de gente impura, de gente condenada por los bien vistos y los bien pensantes de la sociedad, de la política, de la religión. Extraña manera para ser feliz. Pero él fue feliz.

Jesús fue feliz, y cuando quiso transmitir su gran enseñanza sobre Dios y la vida, empezó diciendo: “¡Bienaventurados! ¡Sois felices, sed felices!”. A los pobres campesinos abrumados por las deudas y hundidos en la miseria les gritó: “¡Felices vosotros, los pobres, porque Dios está con vosotros! Dios os librará de vuestra opresión y de vuestra miseria!”. Y a todas sus discípulas y discípulos que querían seguirle para vivir más plenamente les enseñó: “¿Queréis vivir? ¿Queréis ser felices? Seréis felices si tenéis un corazón de pobres, si vivís en mansedumbre, si compadecéis las lágrimas, si compartís el pan”.

En eso consiste la religión de Jesús, y nunca le interesaron los dogmas, los ritos y las normas morales. La bondad feliz, ésa es la religión de Jesús. Sea ésa también tu religión: vive en paz, comparte la mesa, sé feliz.

(Escrito el 7 de febrero de 2010, durante el tiempo de silencio impuesto. Inédito)