‘PARA VIVIR ASÍ’ en Arantzazu

No sé si puede haber un edificio más apropiado que la basílica de Arantzazu para ofrecer y disfrutar el concierto ‘Horrela Bizitzeko” (Para vivir así). Pero hacía falta valor para organizarlo allí, pues hay cosas que aún resultan demasiado duras a los oídos de la Iglesia en general. Hacía falta valor, y los frailes de Arantzazu lo han tenido, para abrir de par en par las puertas de Txillida a la obra del compositor beasaindarra Asier LI, bajo la tutela de los valientes catorce apóstoles de Oteiza. Felicito a los franciscanos de Arantzazu.

El proyecto musical “Horrela Bizitzeko” es una meditación poética musicalizada en seis partes sobre el ser humano herido, con letra y música compuestas por Asier LI, de asombrosa hondura y creatividad. Narración doliente de los desgarros de las relaciones humanas, cantada a capella por voces tersas y melodiosas. Armoniosa recitación disarmónica, donde la declamación pausada se vuelve delicada melodía, y el canto, rítmica declamación. Grito y ruego, protesta sonora y palabra de amor silenciosa. Todo suena duro y tierno, firme y sereno, doloroso y apacible a la vez.

La parte IV fue ofrecida y grabada el 13 de marzo en la basílica de Arantzazu, espacio tan cálido y amplio, tan íntimo y abierto a la vez. El sol de la tarde bajaba ya hacia Andarto y, a través del ventanal delantero invisible y de las vidrieras laterales, expandía una suave luz dorada y azulada que descendía por el ábside, por las paredes de piedra, por la bóveda y los coros de madera, abrazando las sombras que subían, mitigando asperezas, aliviando desgarros y dolencias. Estábamos los dos, estábamos todos, impresionados y emocionados, unidos con todo por los cinco sentidos, ojos y oídos abiertos. Bienestar.

¿Y qué hay en ello que pudiera resultar transgresor y duro de escuchar para la institución eclesial y muchos miembros de la Iglesia? Te lo diré, aunque te pueda resultar incomprensible: en sus relatos, reflexiones y poemas, el autor aborda dolores e impotencias, desgarros y heridas debidas a la condición de mujer, a la orientación sexual y a la identidad de género, y lo hace con gran determinación y fuerza, pero con admirable finura, sin provocación ni polémica alguna, sin levantar el dedo condenatorio para señalar a nadie, más que a la situación como tal. Y recoge aportaciones de Hildegarda de Bingen, monja benedictina del siglo XII, filósofa, científica, médica, escritora, compositora y mística, de Simone de Beauvoir, Marta Nussbaum, Wittgenstein, Jung…, universos distintos en uno. Pero siguen siendo temas tabú para muchos, demasiados.

¿Tan difícil es vivir?, se pregunta Asier Li. Que lo digan las mujeres violadas, maltratadas, compradas y vendidas, sobrecargadas de trabajo y descargadas de salario, subordinadas y marginadas en tantas instituciones y religiones –de modo notable en la Iglesia católica–. Que lo digan lesbianas y gais obligados a vivir su amor como enfermedad y culpa, o bien a negarlo y ocultarlo. Que lo digan quienes se sienten mujeres en cuerpo de hombre u hombres en cuerpo de mujer, quienes tienen su identidad desgarrada entre aquello que se sienten y aquello que les quieren hacerse sentir, a quienes se les supone un ser errado… Que lo digan las personas a las que se les ha inducido ver su cuerpo como impuro y sucio, hasta sentir asco y vergüenza de sí mismas. Son seres agredidos, desgarrados. Y la Iglesia tiene mucho que ver en tales agresiones y desgarros. Hace solo unos días, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano ha publicado un documento, con la aprobación explícita del papa, en el que se enseña clara y duramente que no es lícito bendecir las uniones y relaciones de personas homosexuales. Es terrible. Y aún más terrible la razón que aduce: “Dios no puede bendecir el pecado”. Así que el amor de gais y lesbianas que aman plenamente de acuerdo a su ser es maldecido, declara Roma. ¡Qué difícil es vivir así! Somos nosotros quienes lo hacemos más difícil, quienes herimos la vida.

Mientras los doce miembros del Grupo Vocal KEA, con su voz vibrante y desnuda, con enorme fuerza y dulzura recitaban cantando en la basílica de Arantzazu, como si fueran misterios dolorosos del rosario, los desgarros de los seres humanos errantes que somos, se me figuraba que el eco del grito de María en pie sobre el cuerpo muerto de su hijo en lo más alto del frontispicio de la entrada llenaba la basílica entera, y que la diminuta imagen de María del imponente ábside también se unía, desde el corazón del universo, al canto de KEA y que, con su tierna sonrisa tan suya y permanente, iluminaba todas las sombras, ungía de bálsamo todas los desgarros. Y se me figuraba igualmente que, en el silencioso valle de Iturrigorri, sombrío y luminoso, donde Itziar y yo paseamos antes de asistir al concierto de la basílica –¡Iturrigorri!, donde hace 57 años, siendo yo seminarista niño de Arantzazu (¡cuántos mundos han pasado desde entonces, dentro y fuera, en el mismo mundo!), dos veces por semana la vida se nos convertía en juego y sueño–, se me figuraba, digo, que también allí la melodía del hayedo y el relato del arroyo, bailando entre piedras, formaban parte del mismo concierto, y difundían la misma buena noticia: todo es Uno, todos los seres somos Uno, formamos parte los unos de los otros, nuestra salud y salvación está en el Todo, y la felicidad está en la bondad.

¿Qué hay más grande que el universo o el multiverso ilimitado? ¿Qué hay más pequeño y más frágil que el ser humano, con todas sus creencias y supersticiones, con sus normas y prohibiciones supuestamente divinas? ¿Qué hay más infractor y desgarrador que el doloroso grito que las entrañas maternas desgarradas de María, suspendida entre el cielo y la tierra en el frontispicio desnudo de Arantzazu, con el cuerpo desangrado de su hijo crucificado a sus pies, lanza hacia el Infinito contra todos los poderes asesinos? ¿Qué hay más dulce que la tierna sonrisa que se dibuja en los labios de la imagencita del ábside brotando del corazón del Infinito? Lo uno lleva consigo lo otro, en la esperanza de que todos seamos Uno, en camino hacia la comunión, la bondad, la paz universal.

Arantzazu, “lugar de espinos” y flores, eres testigo de la esperanza de “vivir así”. Sigue, Arantzazu, aun en tu fragilidad, abriendo puertas a la sociedad y a la cultura actual, a todos los peregrinos, caminantes y errantes. Liberando la luz de la sombra. Bendiciendo toda forma de amor, más allá de prejuicios hirientes, de prohibiciones y de límites asfixiantes. Portando agua siempre nueva, como la fuente y el arroyo de Iturrigorri. Renovando, actualizando creencias y lenguajes de antaño. Siendo lugar de respiro, más allá de todos los credos. Reescribiendo el poema de Arantzazu de la mano del pueblo.

Aizarna, 20 de marzo de 2021