PASCUA CRISTIANA

Los antiguos hebreos celebraban su gran fiesta en la primera luna llena de primavera: los agricultores lo hacían comiendo pan nuevo sin levadura; los pastores, la carne de los primeros corderos. La vida revivía, y había que acogerla. La vida se regalaba, y había que agradecerla. La vida es inmortal, pero hay que cuidarla. Eso es la Pascua.

Muchos siglos después, los hebreos revistieron su fiesta de un nuevo sentido: recordaban cómo sus antepasados, guiados por Moisés, se libraron del yugo del faraón opresor, cuando el Ángel Liberador pasó por las puertas de sus míseros hogares marcándolas con el signo de la vida y de la libertad, y cómo caminaron por el desierto en la esperanza de una tierra que mana leche y miel. Eso es la Pascua: la memoria de la liberación y la esperanza en camino hacia una nueva tierra todavía por alcanzar.

Más de mil años después, vino Jesús de Nazaret y su vida fue toda ella pascual, pues “pasó” la vida haciendo el bien: anunciando la liberación a los oprimidos, curando a los heridos, compartiendo la mesa sin excluir a nadie, siendo hermano de todos. Así encarnó a Dios en el corazón de la vida con todos sus peligros, pues Dios es el nombre de la Compasión rebelde, solidaria y sanadora. Y por eso le mataron; no murió por ningún decreto divino, ni para “expiar” ante Dios las culpas de la humanidad.

Muchos habían visto en él al profeta de los últimos tiempos y el amanecer de un mundo transfigurado. No resulta, pues, extraño que un tiempo después de su muerte, muchas discípulas y discípulos proclamaran que Jesús estaba vivo, pues la vida que se da no muere. Ésa es la clave pascual. La bondad feliz no muere en la tumba, sino que siempre resucita en “Dios” o como “Dios”, como Corazón glorioso de la Vida y de la Realidad entera. Eso es la Pascua: el milagro universal de la Vida.

Luego la teología complicó inútilmente lo que es tan simple y real. Puso el acento en cosas que no habían tenido importancia alguna ni para Jesús ni para sus primeras discípulas y discípulos. La resurrección se entendió como un hecho histórico y físico sucedido a Jesús por primera y única vez desde el origen del mundo, por soberana decisión divina: la súbitadesa parición del cuerpo, el sepulcro vacío, la reanimación del cadáver en el más allá, las apariciones físicas a unos cuantos escogidos… La Pascua pasó a ser un hecho singular del pasado, y la fe pascual pasó a significar “creer que Jesús resucitó”, que algunos testigos escogidos encontraron el sepulcro vacío, vieron con sus ojos a Jesús redivivo y comieron físicamente con él pan y pescado.

Nadie lo creyó así al comienzo: ni María de Magdala ni Juan, ni Pedro ni Pablo. Casi nadie lo puede creer hoy de esa manera. Es necesario, pues, volver a lo que fue y sigue siendo el corazón de la Pascua cristiana. Algo muy simple: que la Vida no muere, que todos los sepulcros están vacíos, que la Compasión es más fuerte que todas las cruces. Y Jesús es para los cristianos el gran signo: levadura de una nueva tierra, testigo fiel de la vida.

(Dialogal. Quaderns de l’Associació UNESCO per al Dialeg Interreligiós [2013])