¿Por qué sufrimos? ¿Podemos liberarnos?

Buena parte de los animales –desde gusanos a mamíferos, pasando por insectos, moluscos, anfibios, peces, reptiles y aves– sienten dolor. Y no solo sienten un dolor concreto y aislado, sino un malestar general del organismo. En modos y grados diversos, pero sufren. Los seres humanos formamos parte de una inmensa comunidad planetaria de vida sufriente, que de solo mirarla sobrecoge y turba.

Y hay razones para pensar que los seres humanos sufrimos más que ningún otro viviente conocido. Nuestra extraordinaria complejidad neuronal nos hace ser física y psíquicamente más sensibles a todo tipo de accidentes y enfermedades, conflictos, hambres y guerras, miedos y angustias, que ninguna otra especie conocida, incluidas otras especies humanas del pasado. Sufrimos consciente o inconscientemente. Sufrimos por lo que sentimos y lo que pensamos, lo que recordamos y lo que tememos, lo que nos duele y lo que imaginamos. Sufrimos por un dolor de muelas y por la derrota de un equipo de fútbol. Lo físico, lo emocional, lo mental y lo social: todo se funde y se traduce en fuente inagotable de placer y de alegría de vivir, pero también de malestar y de sufrimiento.

Y hoy, cuando hemos alcanzado un nivel de conocimiento científico y de poder tecnológico nunca alcanzado hasta ahora, cuando se avista la posibilidad de que la inteligencia artificial, las neurociencias y la biotecnología puedan superar todas las enfermedades e incluso la muerte, sufrimos y hacemos sufrir más que nunca. Sufrimos demasiado. Hasta, no pocas veces, preferir la muerte a la vida. Y hasta preguntarnos si valió la pena que, hace 300.000 años, en este maravilloso planeta azul y verde, surgiera este Homo Sapiens tan dotado y tan vulnerable. Y si algún día esta especie se supera a sí misma y cumple sus sueños de poder supremo, ¿será para bien? ¿Habrá desaparecido el sufrimiento de todos o será el colapso total de lo humano?

Una doble pregunta es, pues, más apremiante e inexcusable que nunca: ¿Por qué sufrimos y hacemos sufrir tanto? ¿Cómo podremos aliviar tanto dolor, personal y colectivo, físico o psíquico, real o imaginario, sufrimiento al cabo? Todas las grandes tradiciones espirituales de la humanidad Sapiens han querido ofrecer respuestas creíbles y eficaces a esas preguntas esenciales, en coherencia con su cosmovisión y sus posibilidades en cada época y lugar. No nos sirven sus mitos entendidos como relatos históricos, ni nos valen sus categorías explicativas y propuestas liberadoras tomadas a la letra, pero las intuiciones de fondo que sugieren pueden inspirarnos todavía. Me referiré a tres tradiciones: las sabidurías de la India, el monoteísmo profético judío y Jesús de Nazaret.

1. Los sabios de la India, desde hace tres milenios, enseñaron que sufrimos por ignorancia o por error, por identificarnos mental y emocionalmente con nuestro ego irreal, separado, hecho de sensaciones, emociones, ideas, recuerdos, aspiraciones, temores… Buda (s. VI a.C.) resumió lo esencial de la sabiduría védica y upanishádica en su tercera “noble verdad”: la raíz del sufrimiento es el deseo, el apego al ego físico-psíquico, superficial y pasajero. A diferencia del mero dolor físico, el sufrimiento sería un constructo mental-emocional equivocado.

Del diagnóstico se deduce el tratamiento: el camino decisivo para liberarnos del sufrimiento es el viaje interior –eminentemente personal e individual– para despertar al conocimiento auténtico, a la conciencia profunda de nuestra naturaleza real, a la unidad (yoga) con nuestro verdadero Ser originario, llámesele la Nada o el Vacío, el Uno o el Todo, o Dios o Brahman.

Este camino interior místico es imprescindible, pero ¿bastará por sí solo? ¿Nuestra interioridad no es acaso projimidad? ¿La conciencia de nuestro Ser profundo sin forma no emerge acaso de la estructura concreta –físico-química, biológica, social, cultural, política…– que nos sustenta y nos constituye? Aun siendo verdad que sufrimos por no conocernos, ¿no es verdad igualmente que la conciencia de nuestro Ser profundo depende del aire que respiramos, del agua que bebemos, del pan que comemos, de las relaciones que nos engendran, de la educación que recibimos, de la cultura que nos conforma, del sistema económico y político que nos configura? ¿Cómo liberarnos de nuestra falsa conciencia sin transformar las estructuras que nos condicionan o determinan?

2. La tradición monoteísta hebrea, estrechamente relacionada con las religiones teístas del Creciente Fértil que se extendía desde Mesopotamia a Canaán, propuso un diagnóstico y un camino de liberación diferente: la ética profética de la justicia personal y política. No es un camino contradictorio con la sabiduría mística oriental, ni siquiera complementario. Todos los caminos en su fondo auténtico se exigen y se incluyen mutuamente. La Tanaj o “Biblia hebrea”, escrita durante cerca de mil años entre los siglos X-II a.C., no es revelación divina de verdades sobre el comienzo y el fin o sobre los últimos porqués del sufrimiento. Es expresión multiforme, cultural, de la experiencia humana de siempre: de la Presencia oculta que la habita y de la Ausencia que padece, de la Promesa que la mueve y del Drama que sufre.

Cuenta el Génesis que Dios, al crear el mundo, dispuso para el ser humano –Adán, que significa “tierra”, y Eva, que significa “viviente”– un jardín paradisíaco sin sufrimiento ni daño ni muerte, en el que podían comer del árbol de la vida y de todos los demás salvo del “árbol del conocimiento del Bien y del Mal”. Pero Adán y Eva quisieron “ser como Dios”: omnipotentes, inmortales y señores absolutos del Bien y del Mal. Por haber “desobedecido a Dios”, por haberse convertido en criterio y centro del bien y del mal, “fueron expulsados” del paraíso: nacemos y vivimos en el dolor, trabajamos y penamos, matamos y morimos, ambicionamos poder y saber y con ello añadimos sufrimiento sobre sufrimiento.

Ya no podemos creer en un “Dios” Ente Supremo, que en un pasado remoto creó el mundo de la nada, que impuso mandamientos, que premia y castiga, exige obediencia, culto y ritos expiatorios. Ya no podemos creer en un Dios que tendría la respuesta a nuestra pregunta lacerante: “¿por qué sufrimos?”. Pero todo eso no es lo esencial de la Biblia. Lo esencial es que la vida sigue, que hay sufrimiento y debemos combatirlo, y que el paraíso, la Tierra sin males, está ante nosotros. “Otro mundo en este mundo es posible”, dice en el fondo toda la Biblia. “Tú puedes”, dice el Infinito incluso a Caín, el asesino de su hermano, y lo marca en la frente con una señal de protección “para que no lo mate quien lo encuentre” (Gn 4,7.15). Entre todos, viene a decir, podéis aliviar e incluso eliminar el sufrimiento que os aflige, transformar las estructuras –biológicas, psíquicas, sociales, económicas– que hacen que la vida sufra y gima. Escoged la vida buena y feliz para todos, empezando por el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero. Escoged la justicia y la paz. Descansad y dejad descansar al prójimo, a los animales y a todos los seres. Cuidad la Tierra, pues eres tierra viviente. Cumplid los mandamientos de la Vida y de la Bienaventuranza universal, de la Comunión de todos los seres, del Aliento del universo y de tu propio Aliento profundo.

3. Hace 2000 años surgió un profeta, Jesús de Nazaret, en quien reconozco de manera muy particular el Aliento transformador, el icono de la Compasión subversiva. Miro a Jesús a través de los diversos e incluso contradictorios relatos que nos han llegado de él, lo miro más allá de su historicidad concreta y de los dogmas con que lo revistieron siglos más tarde y que hoy nos resultan incomprensibles y ya no nos mueven a la compasión subversiva. No creo que fue perfecto, ni siquiera me importa si fue el mejor. En él reconozco la bondad que nos habita y nos puede liberar, se le llame “Dios” o de otra manera. En él me reconozco. Lo miro como figura del mundo liberado que debemos y podemos recrear.

Se dejó inspirar en lo más profundo por el Espíritu que mueve a todas las profetisas y profetas, religiosos o no. Vivió y murió fiel a su religión judía, pero quiso renovarla profundamente, pues se había convertido en sistema opresor y patógeno, en religión clerical del templo y del sacrificio, aliada de los grandes ídolos: el Dinero y el Imperio. Jesús creía en Dios y lo imaginaba de acuerdo a la religión judía de su época, pero no le importaban tanto las doctrinas, los ritos y las normas cultuales, cuanto la confianza profunda, la misericordia entrañable, la fraternidad universal subversiva de todas las estructuras inhumanas. Eso es en el fondo la divinidad que Jesús me inspira, no ligada a ningún sistema religioso.

Se ocupó del sufrimiento, no de culpas, pecados y sacrificios expiatorios. Miró de cerca el sufrimiento de los pobres, enfermos y marginados, y vio cuál era su causa principal: la injusticia estructurada, los poderes que empobrecen, enferman y matan. Y se le removieron las entrañas de compasión, se indignó y actuó. Proclamó el Jubileo, la liberación de la opresión, la Paz fruto de la justicia. Contó parábolas conmovedoras y provocadoras como la del Buen Samaritana, durísima crítica de la religión centrada en la ortodoxia, el culto y la pureza, interpelante relato de la violencia que hiere al mundo y del único remedio posible: la compasión personal y política. Se retiraba a orar en soledad: a respirar, a encontrarse consigo mismo, con su Aliento vital más hondo o con Dios, y a sentirse más unido con las multitudes desamparadas. Y practicaba la comensalía abierta con los impuros y mal mirados. Así devolvía la autoestima y la esperanza a muchas personas sufrientes, y recuperaban la salud, que –como la enfermedad y como toda dolencia– es inseparablemente física, psíquica y socio-política.

He ahí el camino: la contemplación mística y el conocimiento científico, la interioridad y la projimidad, la transformación espiritual y estructural, la compasión subversiva y la política inspirada… Solo articulando sabiamente los diversos caminos y solo recorriéndolos conjuntamente a nivel planetario podremos vencer al sufrimiento. Si no, el sufrimiento nos habrá vencido. El reto de la Vida es urgente.

José Arregi

(Publicado en italiano: “Perché soffriamo? Possiamo liberarci?”, en Paolo Scquizato [coord.], Del male, di Dio e del nostro amore, Gabrielli Editori, 2023, p. 13-17)