“Quedarás mudo hasta que mi palabra se cumpla” (Lc 1,20)

Hola, amigas, amigos:

En esta callada y fría mañana de enero, creo en la vida, en el calor que alienta todo cuanto es. Ya crece la luz de manera imperceptible. Crecerá la luz, llegará la primavera. La sombra es aún muy larga, pero la sombra es hija y hermana de la luz, y juntas animan la vida que todo lo mueve. En la pradera de Sindika, los corderillos buscan a sus madres: quieren vivir y, certeramente guiados por la vida, acuden al seno del que nacieron, buscando el cuidado. Las madres, también ellas, con las ubres llenas, buscan la vida que parieron con dolor, la vida que ya grita y corre libremente; las madres necesitan darse para vivir tanto como para hacer vivir. Creo en la vida que se da y se recibe, en la vida que cuida y perdura. Creo en la Vida.

En esta silenciosa y serena mañana de enero, creo en la bondad que sostiene al mundo en medio de inmensos horrores y amenazas. Creo en la bondad mucho más que en la verdad. Creo solamente en la verdad de Dios que no es otra cosa que la piedad universal inquebrantable. Creo en la Verdad que nadie posee, en la Verdad que todos buscamos como la vida busca el cuidado, en la Verdad que a todos nos busca y envuelve como nos buscan y envuelven la luz y la noche. Creo en la verdad de la bondad.

Creo en Jesús, el hombre bueno, el hombre libre, el hombre prójimo. Creo en sus palabras valientes y sanadoras, y en sus largos años de silencio, y en sus largas noches oscuras. Creo que Dios es eso, que Dios es así. Creo en el Espíritu de Dios que es aire y verdor, y ternura que recorre todas las venas. El temor, el error, el daño existen en proporciones desmedidas, la opresión y la injusticia en el mundo y en la Iglesia, nuestra pobre desfigurada Iglesia son atroces, pero creo en el Espíritu consolador y transformador de la vida.

¿Y a qué viene, diréis, este tono testamentario en este comienzo de año? Os lo explico. Esto que os escribo no es un testamento, pero sí una despedida. Llevo seis años compartiendo con muchos de vosotros, vosotras, reflexiones de fe y de búsqueda sobre lo divino y lo humano. Cada jueves por la mañana era para muchos como un rito, y para mí era también como una catarsis en que me empeñaba por liberar la luz del fondo de la sombra. Ahora debo interrumpir estos escritos. ¿Por qué? Porque las circunstancias así me lo imponen, porque tal vez me excedí en las palabras y provoqué un torbellino demasiado peligroso para mí y para otros, porque los márgenes de riesgo y disidencia o incluso de error son cada vez más estrechos, porque sigue sin ser verdad que la persona esté por encima de las instituciones y el hombre sigue siendo aún para el sábado, porque no quiero hacerme más daño a mí mismo ni quiero herir a la familia espiritual que quiero, porque no tengo fe ciega en mi verdad y no sé qué se ha de hacer con la verdad que hiere y ni siquiera estoy cierto de que pueda ser verdad aquello que hiere, por cordura y prudencia o por debilidad y acatamiento ¡qué sé yo!, porque deseo cuidarme, porque perder también puede ser bueno, porque el silencio puede ser a veces mejor que la palabra…, por todo eso y por tantas cosas. No le deis más vueltas, por favor. Estoy en paz.

Quedaré mudo los jueves el tiempo de un embarazo y algo más, hasta que la luz decaiga y vuelva a crecer, como quedó mudo Zacarías durante la gestación de su hijo Juan. Quedó sin palabra, en “castigo” por no haber creído en la promesa imposible de un hijo y en señal de la vida callada que ya estaba latiendo en el seno de Isabel. Y cuando aún no podía hablar, pidió una tablilla de las de entonces y escribió: “Su nombre es Juan”, es decir, “Dios tiene piedad”, “Dios es gracia”. Y luego nació el hijo de la piedad, el hijo de la gracia, y la lengua de Zacarías se desató. Creo en la piedad más que en la palabra, infinitamente más que en estos desvalidos escritos, y quiero que mi corazón esté dispuesto para la gracia por si alguna vez vuelve la palabra.

Seguiremos encontrándonos cada jueves en un rito de silencio. Crece la vida en el mundo, crece la bondad a pesar de todo. Crece Jesús como el pan, crece Dios como la savia. De todo corazón, os deseo paz y bien.

(7 de enero de 2010)