QUIERE LO QUE ERES. SÉ LO QUE QUIERES

A ti, hermana, hermano, quienquiera que seas, dondequiera que estés, a ti que sufres aún a causa de tu identidad sexual, orientación o género, por el color que la Tierra y la Vida te dieron o que tú elegiste, por lo que eres o buscas ser, tú sin etiquetas: a ti PAZ y BIEN.

Tu reto es grande, por el peso del pasado y del presente, por el terrible estigma de milenios de cultura machista, de negación de cultura, de desprecio del otro, de maltrato a la vida, de simple ignorancia… Por el poder de las instituciones religiosas, por el arraigo de los prejuicios, por el alcance del daño que te han infligido. Pero la Ruah de la Vida te habita, su brisa vital te bendice. Nada podrá contra ella ni contra ti. Basta que te abras a su aliento, que es tu mismo aliento.

Despójate del peso de la culpa, tan injusta y asfixiante, que te imputaron, a veces abiertamente, a veces sutilmente con declaraciones de misericordia. No te dejes dominar por el resentimiento, tan comprensible pero tan pernicioso. Tienes el sagrado derecho y el santo deber de ser y de querer como eres, de sentir como sientes y de amar como amas. Atrévete sin doblez ni amargura. Afronta el reto con humildad y audacia, con mansedumbre y determinación, con paz y firmeza. Tu cuerpo, tu amor, tu eros, tu género son sacramento de Dios o de la Vida.

Perdona. Te pido perdón por todos los regímenes que han humillado y castigado, encarcelado y hasta quemado vivas a personas de género y orientación, solo por ser diferentes de la norma general, sea biológica, cultural o religiosa, por ser simplemente como la vida los hizo. Te pido perdón, sobre todo, por la institución eclesial católica que, adulterando el nombre de Jesús, afirma que en cuanto persona has de ser acogido/a con misericordia, pero sigue enseñando que tu género y tu orientación son un error de la naturaleza o una “desviación neurótica”, y tu conducta sexual una “grave depravación”, como escribe un obispo español que se jacta de haber curado a más de un homosexual. No saben lo que dicen.

Te pido perdón porque incluso el buen papa Francisco, que tan evangélica y franciscanamente insiste en que la misión de la Iglesia no es enseñar verdades ni imponer normas morales, sino anunciar y encarnar la compasión samaritana para todos los excluidos de la Tierra, sigue sin embargo enseñando todavía que la “ideología de género” es una “maldad”, una teoría que “vacía el fundamento antropológico de la familia”, un arma “para destruir el matrimonio”. No es su estilo; no se lo tomes en cuenta.

La Iglesia no te debe comprensión y misericordia, sino reconocimiento: reconocimiento de lo que eres como bueno en sí, tan bueno como ser rubio en un país de morenos. No podrá reconocerte –es su problema, no el tuyo– mientras no sepa distinguir el sexo biológico (no siempre claramente definido), la identidad sexual (cómo percibo mi sexualidad corporal), la identidad de género (cómo me siento: hombre o mujer y en qué grado) y la orientación sexual (qué sexo me atrae). En contra de las consignas que un famoso autobús ultracatólico exhibió en 2017 por algunas ciudades españolas, hay quienes nacen con pene pero no son claramente niños, y quienes nacen con vulva pero no son claramente niñas. Y hay quienes son biológicamente niños, pero se sienten psicológica y culturalmente “niñas”, y quienes son biológicamente niñas, pero se sienten “niños” (y también, a veces, de un género que no cabe en nuestros esquemas binarios).

La biología, la psicología, la cultura te hicieron como eres, al igual que a todos. ¿Cómo siguen algunos eclesiásticos calificando tu ser de “antinatural”, si también la psicología y la cultura, al igual que la biología, forman parte de la gran naturaleza que somos? La naturaleza no es un mecanismo de códigos cerrados, como el Derecho Canónico. De modo que nada hay más antinatural –y antidivino– que las ideas y las normas cerradas, sobre todo cuando se justifican en el nombre de Dios o de la Vida. Lo natural y lo divino es acoger y cuidar a cada niño, joven o adulto tal como es, para que quiera y pueda ser realmente lo que es.

Algún día la Iglesia te pedirá perdón, a ti o alguien como tú. Y borrará del Catecismo de la Iglesia Católica, como otras cosas, esa absurda afirmación de que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” y abandonará de una vez por todas su argumento preferido: que la Biblia y la tradición “siempre” lo han enseñado así. Es simplemente falso de doble falsedad.

Buscando y rebuscando en toda la Biblia, apenas se encuentran tres versículos que podrían entenderse como condena de la homosexualidad. El primero en Levítico 18,22, donde leemos: “No te acostarás con varón como con mujer: es abominación”. No es extraño que aluda únicamente a la homosexualidad masculina, rasgo típico de una cultura patriarcal que teme ante todo la pérdida de la virilidad y se despreocupa por completo de la sexualidad femenina, sea homosexual o heterosexual; no es, pues, la conducta homosexual lo que se condena en ese texto, sino la pérdida de la virilidad, pérdida que se daría igualmente en ausencia de actos homosexuales, por la mera orientación.

El segundo texto lo hallamos en el Nuevo Testamente, en la Carta de san Pablo a los Romanos 1,26-27, el único texto bíblico en que se hace mención del lesbianismo: “Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros”. El discurso de Pablo no se centra propiamente en la sexualidad, sino en la idolatría, pero, en cualquier caso, es verdad que repudia la homosexualidad, y lo hace influenciado por la ética estoica y por la ética de Jesús, que nunca habló sobre esta cuestión.

Hay un tercer texto que erróneamente se suele aducir como condenatorio de la homosexualidad: Génesis 19,1-28 (paralelo en Jueces 19,22-30): unos hombres de Sodoma –de donde proviene el término “sodomía”– exigen a Lot que les entregue a unos extranjeros que ha hospedado en su casa, y mantienen relaciones sexuales con ellos. Salta a la vista que lo que se condena en ese pasaje no es la homosexualidad, sino la violación del sagrado deber de respeto a los huéspedes extranjeros.

Y eso es todo en la Biblia. Pero hay que añadir aquí una observación decisiva: supongamos que, en lugar de dos y medio, fueran dos mil, uno por página, los textos bíblicos que condenaran la homosexualidad. ¿Y qué? No dejarían de ser reflejo de una mentalidad humana de hace milenios, sin valor para hoy, como tantas otras ideas y normas recogidas en la Biblia. Amiga/o, si alguien te dice que el amor homosexual es inmoral porque la Biblia lo prohíbe, respóndele que lea en la Biblia, por ejemplo, el capítulo 11 del Levítico, donde se prohíbe expresamente comer, entre otras cosas, carne de camello, conejo, liebre, cerdo, mariscos…. O recuérdale que también el Nuevo Testamento ordena tajantemente no comer ninguna clase de embutidos (Hechos de los Apóstoles 15,19-29). Y cosas más absurdas aun. San Pablo prohíbe que el varón ore o predique con la cabeza cubierta (¿acaso no vemos, sin embargo, que los obispos predican con la mitra puesta?) y manda, por el contrario, que la mujer ore o predique (sí, que predique) con la cabeza cubierta (1 Corintios 11,2-16). Según la Carta a Timoteo, estar casado y ser buen marido es condición indispensable para ser elegido obispo (1 Timoteo 3,2). Por lo demás, en la misma carta en que censura la conducta de gais y lesbianas Pablo que siempre debemos someternos y obedecer a toda autoridad establecida, aunque fuera dictatorial (Romanos 13,1-6).

Pero la cosa es mucho más simple: el Espíritu que inspira la vida y los textos debe ser liberado de las cadenas de la letra, para que la vida siga. Jesús dijo: “Está escrito, pero yo os digo”. Lo mismo podemos y debemos hacer nosotros.

Recorre la historia de la Iglesia y te encontrarás con lo mismo. Los mejores discípulos y discípulas de Jesús se sintieron libres no solamente para tolerar sino también para bendecir la práctica homosexual, sobre todo antes del siglo XIV. A quien te contradiga, recomiéndale que lea Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad de J. Boswell,

Sobre todo, sábete y siéntete bendecida, bendecido por Dios o la Vida o la Creatividad sagrada. No te bendice la Vida a pesar de ser lo que eres, sino por serlo. Bendice tu vida por ser como eres, por tu cuerpo como es –el cuerpo nunca miente–, por tu orientación sexual, por tu identidad de género.

Hermana, hermano: el ángel de la anunciación te dice como a María: Alégrate de ser como eres, lleno/a de gracia, sacramento del amor. Quiere lo que eres y sé lo que quieres.

(Agenda Latinoamericana mundial 2018)