Sin papeles
Siempre supimos que los enemigos más acérrimos del nacionalismo periférico eran acérrimos nacionalistas españoles, pero solían encubrirlo con pomposas apelaciones a la ciudadanía universal. “No somos un pueblo, sino ciudadanos”, enfatizaban con aire superior. Sospechábamos lo que querían decir, pero el otro día lo entendimos mucho mejor, cuando Antonio Basagoiti dijo aquello de “primero a los de casa, luego a los de fuera sin papeles”. Lo dijo sin complejo ni disfraz, apuntando con el dedo a los 17.000 inmigrantes ilegales de Euskadi, por unos míseros miles de euros. Se refería a la atención sanitaria, pero pronto se aplicará a todo lo demás.
Primero a los vascos, a los vascos-vascos, luego a los otros: los de fuera, los emigrantes, los sin papeles. Esos no son ciudadanos. De pronto se ha olvidado la “ciudadanía universal”, si alguna vez interesó. No quiero ni imaginarme la rechifla y la tormenta que hubieran sacudido a España entera si, en lugar de Antonio Basagoiti, presidente del PP vasco, hubiera hablado así Juan José Ibarretxe cuando fue lehendakari nacionalista.
Cuando Basagoiti dice que la salud –o el pan y la casa, la cultura y el cuidado– “primero para los vascos”, no es que se haya vuelto de pronto nacionalista vasco. ¡Qué va! Es que para él son vascos aquellos que tienen papeles del Estado español. Y punto. Los demás no son vascos, ni son legales, ni son ciudadanos. La ciudadanía, la dignidad humana y el derecho lo da el Estado con un papel. Lo demás –ha dicho también Basagoiti con desdén–, es “buenismo” ilusorio, es irreal. Está bien que sepamos dónde está cada uno y a qué llama realidad.
Se acabó, pues, la ciudadanía universal. Lo de los derechos humanos universales era para quedar bien. Lo que cuenta es la ciudadanía del Estado, impuesta a muchos contra su voluntad y negada a otros muchos también contra su voluntad. Y ahí están las fronteras y las aduanas; ahí está el ejército para que nadie pueda salirse del Estado aunque quiera salirse, y la policía de las aduanas para que nadie pueda entrar aunque quiera entrar. ¿Esa es la realidad? Dura y triste realidad para los “otros”. Es la versión inicua del nacionalismo, por mucho que lo llamen “patriotismo constitucional”, citando a Jürgen Habermas los más cultos.
Nos denominamos especie Sapiens Sapiens, dos veces sabia. Creíamos que lo más humano era cuidar del “otro”, no solamente del propio. ¿Acaso no cuidan todas las especies animales a los propios miembros? ¿Acaso no cuidan todas las madres a sus criaturas: la leona a sus cachorros y el pájaro a sus polluelos? ¿Acaso no cuidamos instintivamente la pupila de nuestros ojos? Creíamos que lo más humano era cuidar del otro, hacerse prójimo del herido del camino, como nos enseñó Jesús, y que eso es lo divino.
¿Estábamos equivocados? ¿Tendremos que seguir a bendiciendo Estados y ejércitos, con la fuerza como último argumento? ¿Tendremos que aplicar en política el darwinismo más duro, con la lucha por la supervivencia propia como última razón? ¿Tendremos que suscribir ciegamente la moderna hipótesis biológica del “gen egoísta”?
No. Nos resistimos. En nombre del aire puro –tibio aire del sur– de esta mañana de mayo, y de las primeras golondrinas que sobrevuelan Arroa, sin pasar por aduanas. En nombre de la palabra bíblica: “Cuidarás del inmigrante sin papeles, pues tú también fuiste inmigrante sin papeles”. En nombre de Jesús que dice en el evangelio de Tomás: “Ama a tu hermano como a tu alma; cuídalo como la pupila de tu ojo”. En nombre de Dios.
(Publicado el 8 de mayo de 2012)