Tus talentos

Hola, amigos, amigas:

Cuando las hojas doradas del haya se van cayendo y las ramas quedando desnudas, renovamos la conciencia de que todo es transitorio. Todo va, todo pasa. También nosotros vamos, pasamos. ¿A dónde vamos? ¿A dónde va todo? ¿Vamos al fin o vamos a la vida? ¿Todo camina hacia el fin del mundo o a la plenitud de Dios?

El cristianismo heredó de Israel y de otras religiones la idea del fin físico del mundo y la ha explotado obsesivamente, con su parafernalia apocalíptica de cataclismos cósmicos y calamidades en la tierra. La predicación del fin del mundo ha servido para estimular y para alienar, pero más para alienar que para estimular. Para consolar y para intimidar, pero más para intimidar que para consolar. Es hora de revisar nuestro discurso del fin del mundo por razones científicas y por razones teológicas. Por razones científicas, pues la astrofísica pone en duda que vaya a haber un fin físico del mundo o simplemente no sabe nada al respecto. Por razones teológicas, pues la teología no se ha de ocupar del fin físico del mundo, sino de su transformación ya desde ahora hacia la dicha de Dios. Lo que no consuela no transforma. Lo que no consuela y transforma no es de Dios.

Jesús se ocupó de consolar y transformar. Bien es verdad que también él, como muchos de sus contemporáneos, compartía ideas apocalípticas sobre el fin del mundo, que habría de llegar como un ladrón en la noche, y habla del juicio universal que tendrá lugar al final, y del “otro mundo” que empezará entonces: el “cielo” eterno para los salvados, el “infierno” eterno para los condenados.

Llevamos siglos hablando así, pero tenemos que distinguir en las palabras de Jesús lo esencial y las formas. Las palabras no nacieron para decir siempre lo mismo. Tampoco el evangelio. Miremos por ejemplo el evangelio del domingo pasado: la parábola de los talentos. A primera vista, Jesús presenta a Dios como un señor ambicioso y exigente, y a los seres humanos como siervos sumisos y temerosos. Jesús utilizó tal vez esas imágenes, pero a nosotros nos resultan chocantes e inaceptables: Dios nos es un señor soberano, nosotros no somos siervos sumisos y miedosos. Jesús habla de una rigurosa toma de cuentas: los siervos fieles y productivos serán premiados, los siervos perezosos e improductivos serán castigados. “Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. ¿A quién consuelan estas palabras? Si no consuelan, no son evangelio, buena noticia. Pero Jesús pronunció la parábola como buena noticia. Escuchémosla de labios de Jesús como palabra que consuela y transforma.

Jesús nos dice: “Amigo mío, amiga mía, Dios o el amor misterioso que todo lo funda te ha dotado de talentos. Que sean cinco, dos o solamente uno, da igual. Cada uno tiene su talento, y un único talento ya es una suma enorme, pues equivalía en aquella Palestina de mi tiempo al sueldo de 16 años aproximadamente. No importa que sea mucho o que sea poco. Todo es mucho, y todo es poco. Todos hemos recibido mucho, y a la vez somos insignificantes. Amigo mío, amiga mía, ama lo que has recibido, ama tiernamente esa maravillosa poca cosa que eres, y no te aflijas queriendo tener o ser más, ni comparándote con el vecino. Ámate y ama tus talentos: sean muchos o sean pocos, eres tú, y tú eres algo sagrado para Dios. Y tienes una vocación santa: la de ser feliz y ayudar a que otros lo sean. Este mundo no es un tiempo de prueba para ganar méritos o merecer castigos en el mundo del más allá. Es un tiempo para transformar este mundo de aquí. Este mundo de Dios no ha de acabar, pero hay muchas cosas que lo están acabando y que amenazan destruirlo enteramente, y son esas amenazas de fin a las que debéis poner término, para que el mundo siga viviendo y todas las criaturas en él. No te cierres en ti mismo, en ti misma. Y no cedas a la codicia. Acabáis de ver lo que pasa en el mundo con los bancos gigantes, con la bolsa oscilante, con la especulación insaciable, con el ansia loca de ganar. No es así como haréis un mundo nuevo. Haced un mundo nuevo. Refundad el mundo nuevo de Dios y de todas las criaturas. Para eso eres lo que eres, para eso posees lo que posees. No dediques tus talentos a acumular ganancias para ti, no sea que te pierdas a ti mismo y pierdas a los demás. Con gratitud por lo que has recibido, con alegría por lo que eres, esfuérzate con lo que posees y eres en alegrar este mundo, en consolar tristezas, en eliminar en algo las injuriosas diferencias existentes entre unos y otros, en procurar que los de aquí y los de fuera seamos habitantes de la misma casa. No se te pide que lo hagas todo, ni que saques el máximo rendimiento a cada talento, ni que resuelvas todas las urgencias de este mundo. No se te pide que lo hagas todo, pero no te quedes sin hacer nada, algo, para tu dicha y la de los otros.

Y sábelo bien: lo peor que puedes hacer con tus grandes talentos o tu pequeño talento es guardarlos, abrir un agujero en la tierra y guardarlos. La semilla que cae germina, la hoja dorada revive en la tierra, pero el talento en la tierra es inútil: se pierde y te pierde.

Sí, lo sé: quien guarda el talento, lo hace siempre por miedo. ¡No temas, por Dios bendito! Dios está siempre junto a ti, no como amo inflexible, sino como amigo entrañable. Él ama tu humilde pobreza como el tesoro más precioso. No temas, y arriesga en tu vida con libertad. Arriesga tus talentos, y sábete que el talento más pequeño es tan fecundo como el talento más grande, cuando es acogido con humildad y confianza y puesto al servicio de los demás. ¡No temas! Está en vuestras manos el construir un mundo nuevo, pero Dios está en lo oculto de vuestras manos haciendo que fructifiquen vuestros talentos.

Y déjame que te diga una última cosa acerca de la frase final de mi parábola, tan funestamente entendida y utilizada. Cuando hablé del llanto y del rechinar de dientes, yo no quise hablar del otro mundo. ¡Es en este mundo donde veía y sigo viendo tanto llanto y rechinar de dientes! Y de ningún modo son castigo de Dios, sino desdicha que vosotros causáis a las criaturas y al mismo Dios y a vosotros mismos. Dios no puede castigar, os lo juro. Al contrario, él padece los dolores de todos los castigados de la tierra. Te lo ruego, no guardes tus talentos para ti, y no aumentes llanto y rechinar de dientes en la tierra. Aunque así lo hagas, Dios no te castigará jamás, y cuando mueras te acogerá en su corazón y te transformará para que te cures y no hagas daño. Pero, mientras tanto, procura no ser castigo para nadie y procurar ayudar a Dios como Dios te ayuda para que no haya llanto en la tierra”.

(Publicado el 20 de noviembre de 2008)