Y ahora ¿qué hacemos?

Hola, amig@s:

¡Qué tiempos aquellos en los que uno iba de noche a donde su vecino y le decía: “Amigo, préstame tres panes, porque ha venido a mi casa un amigo que pasaba de camino no tengo nada que ofrecerle”. Se lo he oído a Jesús esta mañana en el evangelio de Lucas (Lc 11,5). Me ha conmovido la escena rural: una familia sin pan, la noche y el amigo, la noche y el camino, la noche y el vecino amigo… Y me ha conmovido el contraste, lo que pasa en nuestras modernas ciudades tan iluminadas que ya no conocen los secretos de la noche. Y me he dicho: ¿No era aquello mejor que ir a una ventanilla fría a las 9 de la mañana y, temeroso y avergonzado, pedir un crédito hipotecario? De ningún modo pienso que en aquellos tiempos todo era más bonito y humano. Conocemos otras parábolas de Jesús que hablan de acreedores sin entrañas, de deudores encarcelados hasta pagar sus deudas u obligados a enajenar sus queridos campos heredados de los padres o a vender como esclavos los hijos de la entraña y del sudor. De todo había entonces y de todo hay hoy, pero hoy todo tiene mayores proporciones. La bondad, por supuesto, pero también el cinismo y la incertidumbre.

Incertidumbre es la palabra, tanto que nos habían dicho que todos los enigmas se iban a resolver. Cunden la incertidumbre y la alarma en este guirigay de bancos, IBEX, créditos basura y títulos tóxicos, que yo no sabía ni lo que son. Por no saber, no sabía tampoco lo que era el Lehman Brothers, siendo como era al parecer un señor tan importante y peligroso, ni tenía noticia alguna del Bearn Stearns ni del Merril Lynch ni del Bradford & Bingley ni de la la AIG. Y llego al colmo del no saber, pues después de dos meses de tabarra financiera, aún no sé si los bancos nos deben o nosotros les debemos.

Eso sí, me va quedando muy claro que acabaremos pagando sus deudas, porque el mundo da esas vueltas. Primero les dimos nuestros ahorros, y ahora tenemos que comprar los ahorros que les dimos. ¡Qué tiempos estos en los que rescatamos bancos más bien que náufragos! Nos alarman anunciando que han naufragado los bancos y tal vez era lo mejor que podían hacer (los bancos). Entonces, ¿para qué los rescatamos? ¿No querrán que los reflotemos para que nos sigan hundiendo? Porque, por muchas vueltas que le doy, yo no lo veo de otra forma: rescatamos los bancos, y ellos nos hunden; rescatamos los bancos y los bancos nos venden. El mundo sigue girando, y nosotros no acabamos de aprender.

Es que no es fácil aprender. Los misterios de la economía son más inextricables que los de la teología: ¿quien es capaz de creer que un banco tiene 50.000 millones de euros que no aparecen por ningún lado? ¿Dónde están, si existen? Razón tenía Benedicto XVI cuando dijo recientemente que el “dinero no es nada”. Lo malo es que lo que no es pueda tanto. Y lo malo es que no reconozcamos lo que es para hacerlo ser más y florecer y dar fruto de buena vecindad planetaria.

Yo me asomo a la rama dorada del haya en esta mañana de octubre. Escucho el canto del zarcero, el carraspeo del colirrojo en el borde del peñasco. Y miro la luz tersa filtrada por las nubes cargadas de agua. Y veo a Dios que respira y hace ser en todo cuanto es. Y veo a Dios en la historia de la noche y del amigo caminante. Está a la vista, no hay más que mirar. ¿Pero esta economía que llaman liberal, neoliberal o ultraneoliberal? ¿Esta economía virtual que funciona con lo que no se ve ni es, que presta lo que no tiene y hace negocio con lo que no existe? ¿Esta economía que hace que primero nos vendamos a los bancos y que luego los tengamos que comprar, redimir, rescatar o no sé qué? Dios es en todo lo que veo, mientras que el dinero de los bancos hace que se hunda y se destruya todo lo que veo y amo.

Y quieren que los rescatemos. Pues sea. Haremos borrón y cuenta nueva, pero que conste: no a cualquier precio, sino para que todo sea distinto. Ni siquiera aplicaremos la vieja receta penitencial, que acaba de ser recomendada para el caso por el ministro italiano de finanzas: “Después del pecado viene la penitencia”. Apliquemos más bien la “indulgencia plenaria”, no miremos al pasado si no es para aprender de él. Miremos al futuro, para hacer que sea. Por una vez asiento gustosamente al eslógan de Nicolas Sarkozy: “Le laissez faire, c’est fini. Es preciso refundar el capitalismo sobre bases éticas”. Me conmovió casi como la parábola de Jesús de hoy y me dieron ganas de aplaudir. Bravo, Monsieur le Président! C’est fini, otro mundo es posible. La caída del muro de Berlín arrastró consigo todo el imperio soviético. ¿Y si la bancarrota del Lehman Brothers trajera la del capitalismo asesino que se impuso después del año 89? Sería una muy buena noticia. Compadezco a los pobres que han perdido sus inseguros ahorros ¿qué hicieron con ellos los bancos? ¿dónde están?, pero quiero pensar que ahora, sin la tiranía del laissez faire, podrá haber más compasión para los pobres, empezando por los que nunca pudieron ahorrar porque nunca tuvieron para vivir. Quiero pensar que un mundo cruel ha implosionado, para que nazca otro más humano. Jesús no anunció el “fin del mundo” con sus montes y sus mares, sus bellas primaveras y otoños. Anunció, por ejemplo, el fin de la especulación y de las máquinas virtuales de ganar dinero virtual.

Pasemos de este mundo de la finanza virtual al mundo que soñó Jesús. ¿Cómo sería posible otro mundo si no acabara éste? ¿Y para qué puede acabarse este mundo sino para que otro sea posible? ¿Para qué caen las hojas doradas, sino para que en la tierra germine la primavera lentamente? Volvamos a soñar otro mundo, como soñó Jesús. El sueño de Jesús nos despierta, y en él nos alegramos. Jesús no era enemigo de los pequeños ahorros, pero le gustaba más la pobre viuda que da en limosna lo poco que tiene sin preocuparse mucho del mañana. Jesús no era enemigo del pobre denario ganado con el sudor de la frente, pero aborrecía el engañoso dinero convertido en señor, virtual y engañoso, pero poderoso señor al fin y al cabo. Y ya sabemos: “No podéis servir a dos señores…” (el evangelio de Tomás lo traduce de otra forma, tal vez recogiendo palabras del mismo Jesús: “No es posible montar dos caballos al mismo tiempo ni estirar dos arcos a la vez “: EvTomás 52).

Jesús no fue enemigo del rico, pero quiso liberarlo de su esclavitud. (Y no estaría de más recordar también la advertencia de Confucio que he releído estos días: “Es más difícil ser pobre sin amargura que ser rico sin orgullo”). Jesús nos quiere libres de la ciega tiranía de Mamón, de la codicia insaciable, del engañado afán de guardar, del insensato miedo a ser generosos. Jesús nos invita a ser sabios con lo que tenemos, ¿y cómo los seremos? Muy sencillo: No amar la riqueza, no amontonarla, compartirla. Nadie es quién y yo menos que nadie para decirlo a otro cómo debe ser generoso, cómo debe poner cuanto tiene al servicio del prójimo, pero las máquinas de ganar en que se convirtieron los bancos nos honran muy poco, y hacen imposible un mundo humano habitado por Dios.

Ahora, ¿qué hacemos? Pasemos de lo virtual a lo virtuoso. Inventemos otro mundo, otro sistema, otros bancos, si bancos hace falta. Un mundo sin hipotecas a poder ser, un mundo sin burbujas inmobiliarias que, al mismo ritmo que aumentan las casas, hacen que aumente la gente sin techo. Discernamos cada uno con gran libertad lo que hemos de hacer con lo que tenemos, pero conozcamos todos la libertad de no necesitar mucho y el gozo de compartir lo que poseemos. Ésa es la sabiduría de Jesús. No enseñó a cada uno cómo debe aplicar esa sabiduría. Pero Zaqueo sintió que Dios le visitaba con Jesús y no nos consta que cambiara de oficio, pero sí de corazón. Conoció la alegría de saberse visitado, de compadecerse de los pobres, de compartir los bienes, de sumarse al sueño de Jesús.

¡Que Jesús os bendiga!

(Publicado el 9 de octubre de 2008)