Tu primera comunión

Querido Nico:

Fue una alegre sorpresa saber que vas a hacer la primera comunión. Que has decidido comulgar con Jesús, mirar el mundo con sus ojos y dejarte inspirar por su aliento vital. Es una magnífica opción. ¡Enhorabuena de todo corazón!

La vida, toda vida digna de este nombre, es comulgar, ser en relación creadora con todos los seres. Y hay muchas formas de comprometerse por ello y de vivirlo, muchas formas de expresarlo y de ritualizarlo, según la diversidad de lugares, tiempos y culturas. Comulgar con Jesús es una manera, ni mejor ni peor que otras, de vivir en comunión agradecida, comprometida, solidaria, con todos los vivientes. Es la manera cristiana, la de quienes después de 2000 años seguimos dejándonos inspirar por su memoria, su sabiduría vital, su figura viviente. Una manera ciertamente diversa, y fraterna en la diversidad. Nos alegramos mucho de que también tú, en tu primera comunión, te sumes a nuestra mesa común. ¡Bienvenido, Nico! Herzlich wilkommen! Sois le bienvenu!

La llamamos tu primera comunión, pero, en realidad, toda tu historia, desde antes del tiempo, es una historia de comunión. Cuando aún ni siquiera existías, aquel feliz encuentro de los Andes peruanos de tu madre y de la Cantabria española de tu padre en la capital castellana de Valladolid ya fue de alguna forma tu primera comunión. Y aquella primera célula diminuta, que aún no era tú, ya comulgaba cada día con todo su entorno, con lo más próximo y con lo más lejano, y de aquella primera célula en permanente relación, en incesante evolución, vienes tú, maravilloso fruto de innumerables primeras comuniones creadoras. Desde que naciste ha sido cada día tu primera comunión. También aquel día en que tus padres contigo tuvieron el valor de dejar Castilla, de salir camino de Suiza, aquel éxodo en busca de pan y de trabajo, con su dureza y su gracia, al encuentro de nuevas tierras, gentes y lenguas.

Cada día comulgas la luz del sol siempre nueva y el aire siempre nuevo que respiras, la energía vital siempre nueva que nos llega del universo infinito y de la tierra madre común que nos sostiene y nos nutre. Cada vez que escuchas o hablas, que ríes o lloras, que estudias y te informas sobre lo que de verdad sucede en el mundo, cada vez que te indignas por la política y la economía que rigen el planeta, cada vez que dejas brotar en ti la admiración, la ternura y la compasión, cada vez que te dices “Soy Nico. Aquí estoy. ¿Qué puedo hacer?”, estrenas la vida y es tu primera comunión.

¿Por qué, entonces, el sábado próximo, 14 de junio, a tus 14 años llenos de energía y de promesas, vas a celebrar la primera comunión en Bülach, junto con tu amiga Sofía? No es porque no hayas comulgado hasta ahora, sino porque quieres seguir comulgando cada día. Y quieres celebrarla en comunión con Jesús, sentado a su mesa, comulgando con su vida, compartiendo su pan y su vino, reavivando su memoria, encarnándola en la vida con la comensalía abierta.

Una práctica muy habitual y característica de Jesús fue justamente esa: la comensalía abierta. En una sociedad religiosa en la que estaba rigurosamente ordenado cuándo se podía comer y cuándo no, con quién se podía comer y con quién no, qué se podía comer y qué no, Jesús practicó la comensalía abierta. Soñó el futuro como una gran mesa abierta, de la que nadie debía quedar excluido. Enseñó que nadie en la tierra padecería hambre ni miseria si los que más tienen compartieran sus bienes. Así de sencillo. Y soñó que es posible, y ese sueño le costó la vida. Pero antes de ser crucificado, celebró una cena festiva y esperanzada, y tomando un trozo de pan y una copa de vino dijo a sus seguidoras y seguidores: “Comed y bebed en mi memoria, y hacedme presente. Reavivad la esperanza, y anticipad cada día el futuro nuevo que soñamos”.

En tu primera comunión del sábado y de cada día, Nico, haces tuyo este sueño. En estos tiempos de incertidumbre global, brindamos contigo, brindas con nosotros por la nueva Tierra que Jesús vislumbró a lo lejos y anticipó en su vida: una inmensa Comunión de mesa festiva, multicolor y feliz.

José Arregi, Aizarna, 12 de junio de 2025