Yo no quiero ser dualista
El artículo “Yo quiero ser dualista” recientemente publicado por Carlos F. Barberá en el portal ATRIO (www.atrio.org) me produce cierta extrañeza y me suscita unas reflexiones que expongo serena y simplemente.
1. Mi primera perplejidad tiene que ver con el título. Intuyo que en el fondo expresa su voluntad de mantener la dualidad “Dios-mundo” o la relación dual entre “Dios y persona humana”. Y reafirmarse frente a los que –dice– le señalan con el dedo: “¡Dualista, dualista!”. Creo que Barberá exagera un poco la cosa, pero si alguien le señalara con dedo acusador, como él dice, por ser dualista en su manera de pensar (o de rezar), se estaría comportando él mismo como un “dualista” que separa a los hijos de la verdad y del error, de la luz y de las tinieblas. Reivindicarse como no-dualista acusando a un dualista es puro dualismo. Mal iríamos por ahí, y así es como vamos.
Sin duda, la realidad es múltiple, diversa y a menudo conflictiva, conflictiva hasta el punto de que un ser viviente vive de comer a otros seres vivientes (pero ¿no será esto último la señal más clara de que todos los vivientes somos un cuerpo en comunión y que la misma muerte forma parte de la vida que no nace ni muere?). Así es como yo lo veo. De modo que, a pesar de todas las dualidades y conflictos, no veo dualismo alguno entre materia y espíritu, entre inmanencia y transcendencia, entre seres inertes y seres vivos, entre seres humanos y no humanos, ni siquiera entre vida y muerte. Y menos aún entre buenos y malos o entre ortodoxos y herejes. Bastante hemos sufrido ya por todo eso. Yo no quiero ser dualista.
2. No por ello niego que todos los seres –incluso todos los átomos del universo, dicen– tengan cada uno su propia singularidad, su forma única, distinta de todas las demás formas. Y me maravillo de ello. Yo soy único, como tú. Pero ninguna forma es separada de ninguna otra, ningún ser es independiente de ningún otro. Todo es relativo a todo, está relacionado con todo. Todos somos uno, dijo Jesús. Es, pues, ilusorio que alguien se erija en centro único. Es ilusorio el yo separado que a veces creemos y a menudo queremos ser.
Nadie niega, Carlos, que el yo exista como forma singular y real, como nadie niega que el árbol y la piedra sean formas distintas y reales. Lo ilusorio es el yo superficial separado. Y lo ilusorio es sobre todo el ego encerrado en sus celos y ambiciones, sus rivalidades y miedos. Yo también, como dices, “me miro al espejo y me reconozco: soy YO”. Pero, al mirarme, reconozco que no soy solo ni ante todo eso que veo o pienso ser. El yo profundo es comunión con todo. La comunión universal, cósmica o mística, es nuestra vocación y nuestro ser esencial.
3. Llamo Dios a la plena Comunión de todos los seres, Comunión que es esperanza y realidad a la vez, pues transciende el tiempo dividido en pasado, presente y futuro. No es un Ente supremo, sino el puro y pleno Ser de todos los entes. No es ni dentro ni fuera de los entes, sino la absoluta transcendencia en la absoluta inmanencia. No es un Creador anterior al mundo, sino la Creatividad permanente, el Misterio fontal, el Fondo sin forma en toda forma.
Quien afirma la no-dualidad entre Dios y el mundo, entre Dios y el yo, no sostiene que Dios y mundo son uno, sino que no son dos. Ni uno ni dos, ni monismo ni dualismo: Dios no se cuenta en ninguna serie. No puedo concebirlo ni como Algo frente a algo, ni como Alguien frente a alguien, ni como Persona frente a otra persona. No es “otro de nada” (Cardenal Nicolás de Cusa, s. XV). ¿Es un Yo? ¿Es un Tú? También, pero no es un Yo frente a un tú, ni un Tú frente a un yo, sino el Yo profundo de todo yo y el Tú profundo de todo tú. Así lo han vivido y dicho las místicas y místicos de todas las tradiciones sapienciales profundas, religiosas o no, teístas o no teístas. Y, en última instancia, quien trata con misericordia feliz y eficiente al prójimo herido –solo él, ella– manifiesta, encarna y realiza la divinidad.
4. Por eso tampoco puedo concebir la “relación con Dios” como “relación personal” entendida a imagen de la relación entre dos personas, si entendemos “persona” como un centro de consciencia distinto de otro. Dios no es distinto de nada ni semejante a nada, como el puro Ser no es ni semejante ni distinto de ningún ente. La relación con Dios no puede ser a imagen de la relación personal con “otra” persona, con “otro” centro de consciencia. Dios es el Corazón palpitante del universo en el que todas nuestras pobres formas se encuentran más allá de sí en el Aliento vital, en la llama compasiva y transformadora del Ser. La relación con Dios no es, insistió H. Küng, ni personal ni impersonal (menos que personal), sino más que personal.
5. En todo esto, prosigue y concluye Barberá, “por mucho que los no-dualistas lo nieguen, se trata de un panteísmo”. Se veía venir. Y como ejemplo de panteísmo menciona a “Joseba Arregui”, que en un encuentro de Fe Adulta, hace años, “limitó su intervención a decir: ‘lo que ahora he llegado a creer es que todo es divino’ ”. (Hablas de mí, Carlos, pero mira por dónde, no me llamo “Joseba” ni me escribo “Arregui”: graciosa metáfora de los engaños del yo). No sé si lo dije de ese modo, pero es lo de menos. No digo que el mundo sea Dios –que es en lo que consiste propiamente el “panteísmo”– , pues el mundo está constituido de formas, y Dios es el pleno “Vacío” fontal de todas las formas. Ni digo que los seres del mundo sean parte de Dios, pues Dios no es un todo hecho de partes, sino en todo caso el Todo que es más que la suma de las partes.
Pero que haya tanta belleza y comunión, armonía y bondad en el mundo, que el mundo sea y que sea como es, y que todo venga de una chispa de luz producida –debido a una oscura ley de probabilidades– en la fluctuación cuántica del vacío…, sí, todo eso me parece maravilloso, sublime, “divino”, es decir, manifestación de la Llama que todo lo mueve, une y recrea. No dije ni digo, en contra lo que Barberá deduce, que las guerras, el odio, la ambición y la crueldad humana son “divinas”. Niegan, al contrario, y ocultan nuestro ser “divino”. Son producto de nuestro pequeño ego perdido en sus vanas ilusiones, inacabado como es y en camino como está hacia su ser verdadero.
A pesar de todo, no quiero ser dualista. Creo y quiero creer en la pura encendida Llama que nos habita en lo más profundo y nos guía, y en medio de dudas creo que entre todos podemos mantenerla viva y dejarnos guiar.
Aizarna, 23 de septiembre de 2021