El tren, el metro, las prisas

Hace unos meses, el Gobierno francés anunció que difiere por lo menos hasta el 2037 la decisión sobre la prolongación de la línea del Tren de Alta Velocidad París-Hendaya desde Burdeos, donde llega hoy, hasta Hendaya, donde no se sabe cuándo llegará ni si llegará alguna vez –nunca se ha sabido en realidad–. Un jarro de agua fría para nuestro TAV (el tramo vasco de la Alta Velocidad Española Madrid-Hendaya).

Hace unos días, el consejero de Transporte de la Diputación de Gipuzkoa anunció que se paralizan las obras del Metro de San Sebastián y su comarca. Primero fue un socavón, luego la aparición de agua y arena. La obra se encarecerá entre el 50% y el 70%, por lo cual deberán rescindir el contrato en vigor con la empresa adjudicataria, elaborar un nuevo proyecto y sacarlo de nuevo a licitación. Un mazazo para el metro.

Ambos hechos me empujan a ofrecer unas reflexiones sobre ambas infraestructuras. Unas reflexiones de fondo, respetuosas y sinceras, sobre su necesidad y sentido. Son dos infraestructuras distintas e independientes, pero tienen en común que son social, económica y políticamente discutidas, discutibles, por su coste en relación a su utilidad social y por su impacto medioambiental. Y tienen en común que reflejan el modelo de desarrollo dominante en el País Vasco, en Europa, en el mundo.

No entraré a discutir sobre aspectos técnicos, cifras, datos, alternativas reales. Ni incurriré en fáciles condenas maniqueas. No pongo en tela de juicio la buena intención de quienes desde las instituciones vascas han promovido tales proyectos. Pero, de entrada y en general, afirmo con toda franqueza: considero que se trata de infraestructuras opuestas a un modelo de desarrollo verde y sostenible, a una movilidad vertebradora e igualitaria, a una economía local y global solidaria –la única razonable y realmente productiva a largo plazo–, opuestas en definitiva a un modelo de vida armonioso y humano.

Su coste me parece desorbitado, un despilfarro inaceptable, máxime en la situación que vivimos. Cuando el personal docente no llega, cuando el sistema sanitario está al límite, cuando sube el paro y bajan los salarios y las pensiones, cuando aumentan los excluidos, no estamos para despilfarros. Dos preguntas decisivas me brotan de muy dentro: ¿A dónde queremos llegar tan de prisa? ¿Y con quién queremos viajar? El destino que elijamos decide nuestra compañía, y la compañía que escojamos define el destino. ¿A dónde vamos, pues, y con quién?

Comprendo que haya un tren de alta velocidad desde Cádiz a París, Berlín o Moscú, para entre otras cosas reducir drásticamente el uso del avión, y que dicho tren pase por el País Vasco. Pero me cuesta entender que aquí se bifurque y se extienda a Bilbao para conectar las tres capitales: Vitoria, Bilbao, San Sebastián (la llamada “Y vasca”), con una distancia total entre las tres de 172 km, donde el tren no dispondrá de espacio ni de tiempo suficiente para alcanzar su velocidad punta. Sin embargo, ya llevamos casi 20 años de trabajos en el trazado vasco y éste ya está finalizado en buena parte, de modo que al costo de la construcción hay que añadir ahora el del mantenimiento. Y todo ello sin que aún se sepa cuándo llegará el trazado español por el sur ni el francés por el norte. Así, nuestra vía y nuestro tren quedarán aislados por el norte y por el sur quién sabe por cuántos años o para siempre, y solo servirá para viajes directos entre Vitoria, Bilbao y San Sebastián, y solo podrá beneficiarse –con el dinero de todos– una pequeña élite apresurada de las capitales de la Comunidad Autónoma Vasca. Para colmo, en ese viaje no se ahorrarán, en el mejor de los casos, más de ocho o diez minutos respecto del autobús directo que ya circula desde hace muchos años. ¿Merece la pena tanto dispendio por ocho minutos? Nos dicen que no nos costará tanto, pues una parte la pagará… Europa, pero el dinero de Europa es dinero nuestro y de otras gentes, algunas más ricas y la mayoría más pobres que nosotros. Nunca lo he entendido y hoy lo entiendo menos que nunca.

También el Metro de San Sebastián y comarca me suscita reparos invencibles. Se apela a la necesidad de conectar la comarca con la capital, pero ¿acaso no existen ya en esa zona dos buenos trenes, el TOPO y EUSKOTREN, además de la RENFE española, y una buena red de autobuses como en toda Gipuzkoa? El hecho es que las obras empezaron por el centro de San Sebastián, e iban muy avanzadas, hasta que la tierra y el mar han dicho que no. ¿Es necesario un Metro en esa pequeña y preciosa ciudad, entre Amara y la Concha, una distancia de 20 minutos a pie, y con magníficos autobuses eléctricos por todas partes? Tampoco lo entiendo, sobre todo cuando en Gipuzkoa hay no pocos lugares, pequeños pueblos o barrios de montaña a donde no llega el transporte público, nada de nada, como es el caso de este tranquilo y bello Aizarna donde vivo, con la parada más próxima del autobús a cuatro km. carretera abajo, coche va y coche viene.

Lo que menos entiendo es esta loca aceleración que está destruyendo el planeta, esta competición universal que está condenando a la miseria a una mayoría creciente hasta que ya no quede nadie, estas prisas que nos quitan el aliento. Mal remedio tienen a estas alturas el TAV y el Metro, pero a todas y todos los responsables políticos os ruego: recapacitad, amigos, pues no puede ser bueno para nadie sino lo que es bueno para todos.