Amor homosexual
Soy homosexual y me siento hijo amado de Dios por lo que soy. Vivo con alegría y en fidelidad a mi compañero. Estos años de convivencia han sido de mucha gracia y bendición para los dos. Sentimos que hemos crecido en conciencia y en espíritu como pareja y como personas. Amamos a Jesús, porque da sentido a nuestra vida de pareja.
Nuestra historia personal de cada uno lleva la huella indeleble de la tradición católica. Ambos aprendimos en la Iglesia a amar a Dios, aprendimos a leer el evangelio, aprendimos a amarnos. Esto no se puede negar. Pero no ha sido fácil construirnos como personas en el contexto de una Iglesia y de una sociedad católico-romana homofóbica, excluyente y en muchos casos homicida. La institución católico-romana maltrata sobremanera a las personas que somos diferentes, como es el caso de la población diversa en su género y en su sexualidad.
A estas alturas de nuestra vida, después de 16 años juntos, sentimos que la Iglesia va quedando atrás en nuestro caminar espiritual y de pareja. Un sano y liberador ejercicio de la fe nos exige una posición clara y radical frente a una estructura jerárquica que vive de la doble moral, que nos condena y nos excluye.
Amiga, amigo lector: los párrafos que preceden son transcripción literal de un mail que recibí hace unos días de una bella ciudad colombiana donde siempre es primavera. No conozco personalmente a la pareja, pero desde Arroa Behea, en esta mañana lluviosa y verde, primaveral, los bendigo con toda mi alma.
¡Gracias por ser lo que sois y por vivir vuestro amor de acuerdo a lo que sois! Sois bendición para la humanidad y para toda la tierra, como esta lluvia mansa. Perdón, amigos, por todas las culturas, ciencias y regímenes, religiosos o no, que os han humillado, encarcelado y hasta abrasado en la hoguera. Perdón en especial por las religiones que os han deshonrado, ofendido y castigado, siempre en nombre de la verdad revelada, conocida y controlada en exclusiva, eso sí, por su casta dirigente. Empuñan la verdad como un arma, un pretexto, un instrumento de dominio. Es una trágica negación de la verdad de la vida que empapa y ensancha como la lluvia, que fecunda y reinventa la vida como la primavera.
Perdón sobre todo por la Iglesia de Jesús que os ha condenado y aún os condena, a veces con aparente piedad, falsa piedad. Perdón por algún cardenal de este país que, en contra de la Organización Mundial de la Salud, sigue afirmando que la homosexualidad es una enfermedad como su hipertensión o la diabetes; y por algún obispo que se jacta de saber cómo “trataros” e incluso de haberos curado en algún caso. ¡Increíble! Perdón por el Catecismo de la Iglesia Católica que afirma que el amor homosexual es intrínsecamente antinatural y desordenado, que ser homosexual en sí no es pecado pero sí lo es vivir como tal. Ofende a la naturaleza, a la Creación, a la creatividad sagrada que llamamos Dios. Y lo hace en nombre de la Biblia. Pero apenas se cuentan en toda la Biblia dos textos que condenan la práctica homosexual, y son de muy dudosa interpretación: Levítico 18,22 y Romanos 1,26-27. Aunque fueran dos mil. ¿Acaso el mismo libro del Levítico no prohíbe comer cerdo y mariscos, y ordena cosas más absurdas aún? ¿Acaso no enseña Pablo en la misma carta a los Romanos (cap. 13) que siempre debemos someternos y obedecer a las autoridades, también a los dictadores?
Comprendo muy bien que uno de vosotros apostatara de la Iglesia Católico-Romana hace 10 años, y que el otro lo haya hecho recientemente, después de haber “reflexionado con madurez e independencia” y haciendo constar expresamente: “no renuncio a la fe cristiana sino a una institución eclesiástica”. Por dignidad, por amor a la Iglesia, por seguir a Jesús. No solo os comprendo, sino que os felicito. Creo que Jesús haría hoy lo mismo.
En cualquier caso, Jesús estaría con vosotros. Está con vosotros. Vuestro amor es sacramento del Amor. Jesús os bendice. La Primavera os bendice.
(Publicado el 17 de mayo de 2015)