En silencio ante el misterio

En el diario de su viaje a España en 2002, tras su visita a la Abadía de las Monjas Benedictinas de Oviedo, Ernesto Sábato escribe:

“Quedé enmudecido por el silencio, la altura de la nave, la gente rezando. En las paredes de piedra, tallas antiguas recuerdan aquellos hechos que la fe ha consagrado en el alma de los seres humanos durante milenios, otorgándoles sentido a la vida y a la muerte, solemnizando los grandes acontecimientos de la existencia y dándoles coraje ante el infortunio. Lo sedimentado a través de los siglos parece proporcional a la belleza de sus piedras desgastadas.

Quedo como siempre impresionado por la fe, esa locura de la que hablaba Pascal; algunas personas están rezando; ¿por qué?, ¿a quién? Y algo más profundo y misterioso que el razonar de mi inteligencia se me impone lenta, pero hondamente hasta dejarme con el alma embriagada por atisbo de lo desconocido.

He tenido una formación rabiosamente anticlerical, y quizá atea, aunque ¿qué sabe uno lo que es ser creyente o ateo? Entonces correspondíamos, Matilde y yo, a lo que se llamaba ser un ‘librepensador’. Así se definía mi padre, y así fui educado, y así educamos a nuestros hijos. (…).

Ahora, cuando tanta vida ha pasado, tanto amor  de la gente, tantas culpas, disgustos, violencias, tanto desconocimiento y estupidez, ya el ateísmo se me desmorona frente a estas pocas personas sentadas o arrodilladas, que silenciosamente abren su miseria humana ante el abismo.

Estoy mareado, y quedo por un rato sentado en un banco. Toda aquella virulencia, aquellos tiempos de arrogante fuerza y juventud se han apaciguado y un sentimiento más antiguo, y probablemente originado por mis años, me silencia ante este misterio.

Esas narraciones religiosas, que por milenios repararon el alma, cifras de sentido, o dudas alzadas en el interior del templo. Las oraciones, esa locura de creerse escuchados” (Ernesto Sábado, España en los diarios de mi vejez, Seix Barral, 2004, p. 50-51).