LGTBIQ+: impuros en la Iglesia
Recientemente, el conocido jesuita y escritor estadounidense James Martin envió una carta al papa Francisco con las tres preguntas más frecuentes que le formulan las católicas/os LGTBIQ+ (lesbianas, gais, transexuales, transgéneros, bisexuales, intersexuales, queers y el resto de identidades y orientaciones sexuales). Hace unos días se ha publicado la respuesta del papa.
He aquí las preguntas y respuestas, y mis apostillas: 1) J. Martin: “¿Qué diría que es lo más importante que las personas LGBT deben saber de Dios?”. Papa: “Dios es padre y no reniega de ninguno de sus hijos”. Falta un “ni siquiera”, pero la frase lo supone: “Dios” (padre) no reniega “ni siquiera” de sus hijos e hijas LGTBIQ+. 2) J. Martin: “¿Qué le gustaría que la gente LGBT supiera sobre la Iglesia?”. Papa: “Le haría ver que no es el rechazo de la Iglesia, sino de personas de la Iglesia”. Habría que hacerle ver también la enorme responsabilidad que en ese rechazo le corresponde a la enseñanza de la propia jerarquía, si bien tampoco ésta es “la” Iglesia. 3) J. Martin: “¿Qué le dice a un católico LGBT que ha experimentado el rechazo de la Iglesia?”. Papa: “Una Iglesia ‘selectiva’, una Iglesia de ‘pura sangre’, no es la Santa Madre Iglesia, sino una secta”. Sepan, pues, las personas LGTBIQ+, que también a ellas las acoge la Iglesia, al precio, eso sí, de volverse por ello impura…
No hace falta ser freudiano para reconocerlo: hay lapsus de lenguaje que delatan emociones y convicciones arraigadas, a menudo inconscientes y siempre ligadas a vivencias personales, pero también a intereses y mecanismos alienantes del sistema cultural que nos rige, y que justificamos, “racionalizamos”, con argumentos de conveniencia. Veo en las respuestas del papa lapsus que revelan viejos tabúes, estigmas y prejuicios culturales que aún seguimos arrastrando en relación con la sexualidad y el género, que siguen profundamente arraigados en la teología, el Derecho Canónico y la entera institución clerical católica romana. En la forma, las respuestas defienden a las personas LGTBIQ+, pero en el fondo las ofenden e hieren más, pues sugieren que tales personas no merecen realmente ser acogidas ni por la Iglesia ni por Dios. Las culpabilizan aún más y refuerzan en ellas el auto-desprecio y la auto-condena. Dichas respuestas descalifican a la Iglesia que quieren salvaguardar. Y vuelven increíble al “Dios padre misericordioso” en que invitan a creer.
Recuerdan la famosa respuesta que el mismo papa dio a unos periodistas hace 9 años, al comienzo de su pontificado, en el vuelo de regreso de su viaje a Brasil en 2013: “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. El mismo lapsus. El papa reprime la condena de los gais, pero deja entender que ese término le evoca algo malo y condenable. Con todo respeto, le pregunto lo mismo que entonces le pregunté: ¿Sí lo juzgaría, pues, si el gay no busca lo que Ud. llama “Dios” ni tiene “buena voluntad”? Y si un periodista le hubiera señalado la orientación heterosexual de alguien, ¿le habría Ud. respondido: “No soy quién para juzgarlo”?
No pongo en duda la mejor intención del papa Francisco en sus respuestas al padre James Martin, ni su actitud personal humana y acogedora frente a las personas LGTBIQ+. Pero no basta. El problema, al menos en este caso, no es la persona del papa, sino el sistema del papado que lo sostiene y que él mismo sostiene. En el fondo, el problema son la vieja cosmovisión, la vieja antropología y la vieja teología sobre las que el cristianismo tradicional y el modelo eclesial se sostienen todavía enteramente. En parte a pesar del papa y en parte también debido al papa.
Es la vieja teología la que debe cambiar enteramente, de modo que ya no se pueda sentir ni pensar ni decir, como ha dicho el papa Francisco, a pesar de toda su bondad y cordura: “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (Amoris Laetitia 251, año 2016); “el matrimonio como sacramento es entre hombre y mujer y no se puede hacer que la Iglesia reniegue de su verdad” (a bordo del avión de regreso de su gira por Budapest y Eslovaquia en 2021); la teoría del género es “una ideologización colonizadora” (a los obispos de Polonia en 2016), está “orientada a cancelar la diferencia sexual” (catequesis, en 2015) y “vacía el fundamento antropológico de la familia” (Amoris Laetitia 86), “va contra las cosas naturales” y “es diabólica” (diálogo con jesuitas de Eslovaquia, en 2021).
Todo eso se ha vuelto antihumano y antievangélico. Y de ningún modo, ni expresa ni veladamente, debiera enseñarlo el papa, ni siquiera en el caso–que no se da– de que así lo enseñaran la Biblia entera, la tradición unánime de la Iglesia y el mismísimo Jesús histórico. Pues el Espíritu, desde el fondo de cuanto es, sigue renovando sin cesar la creación, la vida y la palabra.
Ante una lesbiana, gay, transexual, transgénero, bisexual, intersexual, queer y el resto de identidades y orientaciones sexuales, solo puedo imaginar a Jesús diciéndole: “Amiga, amigo, arranca de raíz ese estigma cultural y eclesial que te pesa y te hiere. Eres sana y santa si amas como eres. Reconócelo a pesar de los prejuicios sociales y a pesar de la institución eclesial todavía vigente. Sé y ama como te hizo y te inspira Dios o la Vida o la santa Creatividad o el Alma que la anima. Levántate y camina”.
Aizarna, 12 de mayo de 2022