La casa del cuidado
Hace poco me enteré de que Malen no es solo un nombre de mujer, como el de esta alegre y cariñosa quinceañera que tanto anima la casa con sus muchas ocurrencias y algún que otro arrebato, sino que significa ‘mujer” en la lengua de los mapuches, indígenas que habitan la Araucanía, al sur de Chile y de Argentina, al sur del Sur. Así supe que Malen etxea, nombre mixto vasco-mapuche, significa ‘Casa de la mujer”.
Es el nombre de una Asociación creada en 2003 por un grupo de mujeres inmigrantes del Sur –expresión redundante–, con sede en Zumaia. Se definen como “expulsadas del neoliberalismo”, en palabras de la feminista boliviana María Galindo. Mujeres inmigrantes expulsadas del sur por el Norte y sin casa propia ni lugar en el Norte. ¿Dónde y cómo podrán vivir?
Sin embargo, se dedican a cuidar la vida, ellas que reciben tan poco cuidado. Admirable paradoja, sí, pero hiriente paradoja también. En el País Vasco hay 12.000 mujeres empleadas de hogar: el 90 % son inmigrantes, casi todas del Sur, y la mayoría cuida a personas mayores dependientes, en régimen de internas, 24 horas al día, 365 días al año, por un sueldo miserable, con el que no solo deben sobrevivir, que ya es difícil, sino incluso sostener a sus hijos, que parece simplemente imposible. Solo es posible viviendo en condiciones de semi-esclavitud, las cosas por su nombre.
¿Será el precio del cuidado? Sí, es el precio del cuidado, pero lo pagan ellas, las que nos cuidan. Ése es el problema: que solo ellas pueden cuidarnos a ese precio, y que solo lo pueden hacer por ser mujeres inmigrantes del Sur. No lo hacen porque lo hayan escogido, sino porque no tienen otra opción: o lo tomas o lo dejas, y o bien te buscas algo mejor por aquí o bien te vuelves al Sur de donde viniste. Muchas de ellas aceptan condiciones que nadie entre nosotros podría aceptar, pero se lo ofrecemos. ¿Qué nativo de este querido País Vasco aceptaría cuidar a nuestras personas mayores durante 24 horas al día, todos los días del año, por 600 € al mes, sin derecho a casa propia y a vida propia, a pareja o amistades, sin derecho al ocio ni al paro ni a estar enfermas? ¿Hay alternativa? La alternativa justa sería pagar tres turnos y tres sueldos de 1.600 € al mes. Pero ¿quién se lo puede permitir? Tampoco nuestras instituciones se lo pueden permitir.
He ahí el problema. He ahí el callejón sin salida en el que está encerrado nuestro modelo social y económico, que llamamos desarrollo: o abandonamos a nuestras personas mayores dependientes, o hacemos pagar su cuidado a las mujeres inmigrantes del Sur. Es terrible, pero hemos optado por lo segundo: hay una trabajadora inmigrante en cada portal de este país. Malen etxea es, sí, una maravillosa parábola del cuidado –¡gracias por vuestra humanidad extraordinaria!–, pero es también una clamorosa denuncia del modelo sobre el que se sustenta el mundo más desarrollado con su bienestar menguante. Es un modelo injusto porque no es universalizable: necesita esclavos, sobre todo esclavas. Y lo que no es universalizable es injusto.
Es injusto, y además insostenible, o viceversa. Solo podrá sostenerse mientras haya mujeres inmigrantes del Sur dispuestas a seguir pagando el pato, pero algún día dirán ‘Basta’. Sucederá más pronto que tarde, ya está sucediendo. Malen etxea es una de las innumerables voces que gritan: “¡Basta! Agradecemos, es verdad, el trato que recibimos en las familias y el eco de nuestra voz en esta sociedad, pero estamos hartas del Norte que dirige el mundo, de la hipocresía de los Estados que pregonan la ciudadanía global y los Derechos humanos ‘universales’, y a la vez refuerzan sus fronteras y nos exigen papeles para poder trabajar y contratos de trabajo para obtener los papeles. Basta ya”.
Mientras no oigamos su grito, no buscaremos otra salida a la profunda crisis global –económica, política, espiritual– en el que estamos inmersos. Solo si las cuidamos, podremos cuidarnos. Solo si reconocemos la ciudadanía universal por encima de fronteras y Estados, seremos un planeta humano. Solo podremos habitar la Tierra en paz si hacemos de ella la casa de todos, hombres y mujeres y todos los vivientes. La casa del cuidado. Solo habrá esperanza si es universal. Tiene que haberla.
(18 de marzo de 2018)