ENSEÑANZA PÚBLICA Y RELIGIÓN: DOS PASOS ATRÁS

La nueva Ley de Educación (LOMCE) altera algo la presencia de la religión confesional en la enseñanza pública. Y es para mal. Vulnera más todavía las exigencias de una “sana laicidad”. Se imponía un paso adelante y se dan dos pasos atrás.

En adelante, quienes no escojan la asignatura de religión confesional deberán cursar otra asignatura en su lugar. Además, la religión confesional será evaluable, al igual que la matemática, y la nota computará a todos los efectos (nota media, becas…). Y a punto han estado de incorporar otra exigencia de la Conferencia episcopal: la obligatoriedad de la oferta de la religión confesional en todo el Bachillerato.

Entre las “religiones de notorio arraigo” a las que en teoría afectaría la nueva ley (catolicismo, religión evangélica, judaísmo, Islam), la religión católica es prácticamente la única “beneficiada”. Pues son muy contados los centros en los que el Islam alcanza la cuota requerida, y a los judíos y evangélicos les trae sin cuidado la enseñanza de su religión en la escuela pública.

La razón aducida por el Gobierno es el “obligado cumplimiento” del Concordato, Acuerdo suscrito por el Estado Español con el Vaticano en 1979. Cuesta creer que sea ésa la razón verdadera, o que se deba al fervor religioso del Partido Popular. ¿A qué se debe, entonces, la ley? La Iglesia católica desea privilegios para sobrevivir, y el PP se los ofrece para ganar votos o para no perderlos.

¿Gana algo de esta manera la religión católica? Creo más bien que pierde, que así seguirá perdiendo credibilidad social y libertad evangélica. Una religión dependiente de privilegios políticos está viciada, al igual que un sistema político dependiente de amparos religiosos.

Conste, sin embargo, que no solo me parece deseable sino muy necesaria la enseñanza del hecho religioso en la enseñanza pública, y en todas sus fases. Es indispensable que todos nuestros jóvenes conozcan al profeta Moisés y al profeta Mahoma –la Paz sea con ellos–, y al Maestro político Confucio y al maestro místico Laozi, a Buda y su camino para la liberación del dolor, a Mahavira y su doctrina de la no-violencia radical.

Todos los jóvenes debieran leer el Dao De Jing y saber que “lo flexible es más fuerte que lo rígido”. Todos los jóvenes debieran conocer el Corán, cuyo compendio es: “Confía y sé generoso”. Todos los jóvenes debieran conocer y meditar la terrible historia de Caín y Abel o de cómo mata la envidia, y la historia del Arca de Noé o de cómo se salva la vida, y la historia de la torre de Babel o de cómo la soberbia confunde y enfrenta. Y las severísimas denuncias del profeta Amós, y las bellísimas promesas del profeta Isaías. Y las Bienaventuranzas de Jesús de Nazaret y la parábola la del buen samaritano, y la historia de Belén, de la Cruz y de la Pascua… y todo lo que inspiran.

¿Qué podrán entender nuestros jóvenes cuando entren a un museo, si no conocen esas cosas y muchas más? ¿Cómo podrán comprender nuestra historia, literatura, calendarios y fiestas? ¿Cómo podrán guiarse en lo más profundo de la vida? Pues bien, esta ley tendrá como efecto que quienes no estudien la religión confesional no vayan a estudiar nada sobre el hecho religioso, y serán la inmensa mayoría. ¡Lamentable!

Defiendo, pues, que en la enseñanza pública, al igual que las matemáticas y la geografía, se enseñe también el hecho religioso y todas sus manifestaciones, con sus luces y sus sombras, a lo largo de la historia. Que todos los niños y jóvenes conozcan el hecho religioso y las religiones en general, pero con tres condiciones: que sea una enseñanza laica, es decir, plural, no confesional; que los profesores no sean nombrados por las autoridades religiosas; y que los textos no sean dictados por el obispo o el imán.

(Dialogal. Quaderns de l’Associació UNESCO per al Dialeg Interreligiós [2013])