La fe radiante de Dietrich Bonhoeffer (I)

Dietrich Bonhoeffer nació en 1906 en Breslavia, Alemania (hoy Wroclaw, Polonia). Se hizo pastor luterano y se opuso al ascenso del nazismo en Alemania en la década de 1930. Sospechoso de participar en el atentado contra Hitler, fue encarcelado en Berlín en 1943, pero mantuvo contactos con el mundo exterior. Posteriormente fue trasladado a una prisión de la Gestapo y finalmente internado en un campo de concentración. Sus compañeros de prisión fueron testigos de su humildad, bondad y radiante fe hasta el momento final de su ahorcamiento en abril de 1945.

Rose-Marie-Barandiaran : Quise tener esta conversación con el teólogo José Arregi (a quien los lectores de Golias tienen la oportunidad de leer) porque la vida y la espiritualidad de Bonhoeffer me parecieron tocar cuestiones que nos preocupan hoy. Enumeraré sólo algunas: el ateísmo, la trascendencia, la realidad, la omnipotencia, el sufrimiento, la posición de la Iglesia y… cuál debe ser nuestra tarea como seres humanos…

Ya en 1931, Bonhoeffer constató el auge del ateísmo entre sus contemporáneos. En 1944, escribió a María, su novia: “El mundo avanza hacia la adultez, hace tabula rasa de una falsa imagen de Dios, se encamina a una era no religiosa”.

¿Qué piensas, José, casi 80 años después de Bonhoeffer?

José Arregi: Son palabras de un hombre justo de fe probada al fuego del crisol. Lo ha arriesgado todo por lo más verdadero, y está a punto de perderlo…. A punto de perderlo, a no ser que haya que invertir todas nuestras categorías religiosas y teológicas, de verdad y de mentira, de ganancia y de pérdida, de vida y de muerte.

Conmueve imaginar a un joven pastor luterano de 37 años, brillante profesor de teología, extraordinariamente dotado de corazón, inteligencia y palabra, miembro destacado y peligrosamente comprometido de la Iglesia confesante antinazi, encerrado en una estrecha celda oscura de 2 x 3 m., tan oscura como su destino personal, y sumido en reflexiones teológicas. En sus entrañas sensibles y en su mente lúcida bullen interrogantes que sacuden todas las certezas: ¿Será que el mundo, y sobre todo Europa, esta Europa ilustrada y convulsa, está abandonando la vida por negar a Dios? ¿O será que debe negar al “Dios religioso” tapa-agujeros, para poder encontrar a Dios como gracia de vivir en libertad y bondad, más allá de la religión y de todos sus credos, normas y cultos? ¿Qué es, pues, Dios? ¿Y quién es Cristo para nosotros hoy? ¿Tiene algo que ofrecer todavía el cristianismo? ¿Qué cristianismo, qué Iglesia? Son nuestras preguntas 80 años después.

Bonhoeffer, de buen tono vital a pesar de todo, no se encoge ante ningún interrogante, aunque sacuda los cimientos vitales y carezca de respuestas. Siente la imperiosa necesidad de una nueva teología, un nuevo lenguaje para hablar de Dios, de Jesús, para anunciar el Evangelio a un mundo que ni entiende ni puede aceptar las creencias tradicionales ligadas a una cosmovisión y antropología en ruinas. No llegó a elaborar la teología que intuía. De él nos ha quedado un pensamiento fragmentario, inacabado: fue ahorcado en abril de 1945, a sus 39 años, de los que los dos últimos los pasó en la cárcel.

Sus reflexiones fundamentales, las más novedosas, a menudo paradójicas y provocadoras, se hallan en las cartas que escribió a su amigo y luego editor Bethge entre abril y septiembre de 1944 desde la cárcel de Tegel, a las afueras de Berlín. No estoy seguro de comprender exactamente o de interpretar correctamente algunas de sus afirmaciones lapidarias más conocidas y citadas: que “Dios nos abandona”, que Cristo es “señor de los arreligiosos”, que es necesario un “cristianismo arreligioso” o “mundano”, que hemos de vivir “como si Dios no existiera”, “vivir ante Dios sin Dios”…  ¡Cuánto me gustaría que hubiese sobrevivido muchos años y hubiera podido ahondar y sistematizar sus intuiciones profundas y creo que certeras! Su pensamiento es atrevido, abierto, en búsqueda, y diré lo que me sugiere para nuestro tiempo, no menos mortífero y peligroso que el suyo.

Dicho esto, vayamos a tu pregunta. ¿Qué pensaba realmente sobre el ateísmo? No sabría decirlo con seguridad. Nunca se llamó ateo, pero llama la atención que, en medio de una sociedad europea moderna en la que el ateísmo crecía de manera imparable –sobre todo, de momento, entre las masas obreras y las élites intelectuales–, confiese que siente más simpatía por los ateos que por los creyentes. Y que al mundo tradicional premoderno, religioso y teísta –la inmensa mayoría de los que asistían a los cursos y a los oficios presididos por el teólogo pastor– éste lo califique como “mundo menor de edad”, “ignorante” e “inconsciente”. Y más todavía: que declare tajantemente que el mundo ateo que niega a “Dios” está más cerca de Dios que el mundo religioso que lo afirma.

Bonhoeffer invierte así la interpretación teológica tradicional del ateísmo, y eso presupone una profunda metamorfosis de la noción misma de Dios, de Cristo, del cristianismo, de la fe, de la Iglesia. Nos ofrece bocetos parciales de una nueva teología, iluminadora si sabemos entenderla y aplicarla hoy con honradez intelectual y vital.

R.M.B. : Para Bonhoeffer, la “trascendencia” no significa “huir de este mundo para encontrar soluciones en el más allá”. La “transcendencia”, para él, es simplemente “el prójimo en mi camino”.

Encuentro esta admisión profundamente conmovedora y directamente vinculada a Jesús de Nazaret.

J.A.: Así es. Claro que el judío Jesús imaginaba un “Dios” Señor del cielo y de la tierra, pero eso no es lo decisivo. Lo decisivo es que el Jesús de los relatos evangélicos –el Jesús “real” (y plural) de las primeras comunidades cristianas, más allá de la estricta historicidad y más allá del dogma, el Jesús que Bonhoeffer llama siempre Jesucristo o Cristo, que le inspiraba a él y que nos puede inspirar a nosotros– declara: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). Traduzcámoslo: “No todo el que cree en los dogmas y me da culto experimentará la presencia de Dios, sino quien viva humanamente en justicia, misericordia y libertad”.

Su parábola del buen samaritano es una crítica de la religión y de la transcendencia religiosa donde las haya: hacerse prójimo de la persona herida es para Jesús el criterio de lo divino y de lo humano. “Entended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,13, citando Os 6,6), no divinidades, templos, códigos y credos.

“Permaneced fieles a la tierra” –había proclamado el Zaratustra de Nietzsche–, alejaos de “esperanzas sobreterrenales”, no seáis “despreciadores de la vida”, “no queremos entrar en el reino de los cielos: nos hemos hecho humanos y queremos el reino de la tierra”. Más cerca de Nietzsche que de los discursos religiosos, también Bonhoeffer reclama el reino de Dios en la tierra, no en el más allá. Para el teólogo pastor, libre entre los barrotes de una cárcel, la transcendencia, la fe, el cristianismo se realiza en la misericordia y la justicia, que no son cosas diferentes. Dios se encarna en la vida humanamente vivida, en nosotros como en Jesús. Y me gustaría añadir: Dios se encarna en el universo, en la tierra, en la comunión de los vivientes y de todos los seres; Bonhoeffer no lo dijo todavía, pero quiero imaginar que hoy lo diría. La transcendencia no se opone a la inmanencia, sino que es su realización profunda, que no significa perfecta.

(Continuará)

Rose-Marie Barandiaran – José Arregi

(Publicado en GOLIAS Magazine 211, julio-agosto 2023, pp. 20-22)