Repensar el cristianismo

Prólogo de Por un cristianismo creíble. Autor: Pedro Miguel Ansó Esarte (Ed. Tirant lo Blanc, 2024)

Será presentado el día 21 de marzo de 2024, jueves, en la librería ELKAR de Donostia – San Sebastián (Fermín Calbeton Kalea, 21), a las 19:00.
Intervendrán el autor y José Arregi

 

Tienes en tus manos un pequeño gran libro, profundo y sencillo, interesante y ágil, crítico y exquisitamente respetuoso, lleno de información y lucidez. Cada capítulo, tan breve como sustancioso, me parece magistral en su sencillez: claro, ágil, sobrio, bello.

Es un libro de plena actualidad, a pesar de lo que pudiera parecer por el tema del que trata: repensar el cristianismo. Repensar el cristianismo –sus formulaciones históricas, sus dogmas, ritos y cánones, todas sus instituciones, y también sus geniales y potencialmente inspiradoras intuiciones de fondo–, repensarlo desde nuestros grandes desafíos éticos, políticos, culturales, repensarlo todo, desde la A hasta la Z, de manera crítica, aconfesional y libre, me parece una tarea necesaria y fecunda para hoy. Es lo que se propone el autor, y lo hace excelentemente.

Si el propio término religión proviene –así lo enseñó el sabio y crítico Cicerón (s. I a.C.)– del latín relegere (releer críticamente, mirar y remirar a fondo, reinterpretar sin cesar), ¿no sugiere su propia etimología que el hecho religioso surge en el fondo de la contemplación profunda, desapegada y crítica de los signos –el misterio, la belleza, el drama– de la realidad en su conjunto? ¿Y si la “relectura” es su origen no habrá de ser su destino permanente? ¿La religión, para serlo en su sentido más profundo y verdadero, no habrá de acompañarse de una reinterpretación constante de toda creencia, fórmula y forma religiosa precedente? ¿No hicieron eso todas las figuras de sabiduría profunda, religiosas o no?

Así lo hicieron, en una época de hondas transformaciones culturales que K. Jaspers calificó como “tiempo eje” (entre los siglos VIII y III a.C.), Confucio y Laozi en China, Buda y Mahavira en la India, Zoroastro en Irán, los profetas de Israel, los grandes pensadores presocráticos de Grecia (Parménides, Pitágoras, Heráclito, Tales…). Así lo hizo Jesús, crítico de la religión legalista, profeta de la misericordia sanadora. Así lo han hecho desde entonces, a lo largo de estos 2000 años, las y los testigos mejores de su Buena Noticia liberadora. Al alto precio de ser declarados herejes e incluso quemados en la hoguera, fueron fieles al espíritu que animaba la tradición cristiana y lo liberaron de las formas rígidas del pasado para que pudiera inspirar el presente.

Es lo que el Espíritu o la espiritualidad reclama hoy de las religiones establecidas. Hoy más que nunca, pues nunca los grandes sistemas religiosos, desde su origen hace unos 7.000 años hasta hoy, han conocido una crisis tan radical y general como vemos: la cosmovisión (dualista, fixista, antropocéntrica), la antropología, las categorías lingüísticas, los fundamentos sociales y éticos, la concepción de la vida y de la muerte… que durante milenios les han servido de soporte ya no se sostienen. Los credos, códigos, rituales y organizaciones religiosas afrontan una crisis global, acelerada e irreversible. Y nadie “cree” lo que quiere, sino aquello que le resulta culturalmente creíble, razonablemente coherente. Si las religiones quieren ser fieles al aliento que las mueve, si quieren vivir y hacer vivir, habrán de estar dispuestas a despojarse de casi todas sus formas milenarias.

Lo que vale sobre las religiones en general vale en especial para el cristianismo. Tenía razón John Shelby Spong, obispo episcopaliano y teólogo, cuando –¡hace ya 24 años!– escribió ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? (1999), uno de sus grandes libros. Pienso, en efecto, que esa es la alternativa. El dejar de repensarse y transformarse a fondo equivaldrá a morir. Y el simple perdurar como gueto social y cultural, equivaldrá también a morir, a dejar extinguirse la llama que movió a Jesús, el alma que late en el extraordinario patrimonio –vida, acción, pensamiento, literatura– de sus 2000 años de historia, el espíritu inspirador que ha animado lo mejor de sus 20 siglos.

Hoy como siempre necesitamos aliento. Hoy más que nunca quizás. Vivimos una época de transformaciones más radicales y aceleradas y de desafíos más inquietantes que en ninguna otra época de la especie Homo Sapiens desde su origen hace 300.000 años. El equilibrio ecológico de la comunidad planetaria viviente, la convivencia justa y pacífica de la humanidad en su conjunto, la supervivencia del propio Homo Sapiens, todo está amenazado, todo está en juego. ¿Podrá todavía el cristianismo seguir alentando la vida?

Solo un nuevo cristianismo, místico y liberador, plural y dialogante, desclericalizado y desjerarquizado, transreligioso y siempre itinerante, podría infundir aún el Espíritu universal de la Vida que, según el bellísimo mito bíblico de la creación, “vibraba en las aguas” del Génesis, el Espíritu de la Vida que –antes y más allá de toda forma religiosa y de toda frontera entre creyentes y no creyentes– sigue vibrando en la Tierra y en el Universo sin fin. ¿Podrá todavía el cristianismo –el cristianismo de la Iglesia Católica romana en particular– transformarse y vivir para inspirar, en un marco religioso o no religioso, al mundo post-religioso y post-positivista en que vivimos? Seria cuestión que tiene poco que ver con hacer predicciones de futuro.

En cualquier caso, por este cristianismo transformado opta Pedro Miguel Ansó, sin confesionalismo de ningún tipo y sin renegar de sus raíces cristianas y de su profunda adhesión a la persona, al mensaje, a la utopía de Jesús que le siguen inspirando. Y debo decir que, tras haber dedicado mi vida a enseñar teología, cada página de este libro me ha resultado instructiva e interesante. ¡Gracias, Pedro Miguel!

José Arregi, Aizarna, 15 de mayo de 2023